Soy una mujer adulta, puedo hacer lo que quiera

BurguerCangreburguer
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5 min readMar 13, 2015

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Esto es lo que se dejan fuera todas esas listas tan útiles sobre el final de los veinte y el paso a la treintena. En la mañana de tu trigésimo cumpleaños, el tiempo se detiene por un breve instante. Esa mañana frente al espejo, según te lavas la cara y examinas ese grano en la barbilla, ves cómo la sombra de tus veinte te sonríe y desaparece. Una vieja bruja marchita que lleva zapatos cómodos y un cardigan discreto deja esto en tu puerta. «Ahora eres una adulta, he quemado tus tops atrevidos. Este es tu destino», susurra antes de marcharse, despacito, hacia la parada de autobús. Ahora eres una figura tragicómica, una mujer con pelo en la barbilla, una sed interminable de vino y perpetuas ganas de acostarse temprano. El tiempo, una noción que pareció detenerse durante la veintena, ahora se remanga la falda y se apresura hacia la senilidad. Los treinta son el nuevo «cuarenta y siete y desesperadamente soltera». Los treinta son el nuevo forever alone. Los treinta son la somnolienta y narcoléptica marcha hacia el crepúsculo. Los treinta son el final.

¿Cómo son los treinta? Los treinta son lo mismo que los veintinueve, que eran lo mismo que los veintiocho, los cuáles, si has sido bendecida con una buena piel y un pelo bonito, tenían casi la misma pinta que los veinticinco. Los treinta son sólo una edad a la que los demás esperan mucho más de tí, pero el truco consiste en no sentirte obligada a ceder. Todos tenemos ideas diferentes de lo que significa ser adulto. Si quieres salir hasta las 4 de la madrugada, a refregarte con algún extraño en un bar, siéntete libre de hacerlo. Si gastarte montones de dinero en tops demasiado cortos y vestiditos de H&M te hace sentir mejor, te invito a que lo hagas. No dejes de hacer aquello que te hace sentir bien, porque son esas cosas las que hacen que la vida merezca la pena.

Yo tengo treinta y un años, y no he conseguido ninguno de los hitos que Internet dice que debería. La idea de ser dueña de una vivienda nunca se me ha pasado por la cabeza como algo factible en esta vida. De vez en cuando temo que me corten la conexión a Internet por impago y llamo a la compañía desde el trabajo agazapada en una escalera, repitiendo mi número de tarjeta de débito en un tono cada vez más insistente. Vivo con otras tres personas en un apartamento bastante bueno que suponemos que es de renta controlada, y a menudo me encuentro deseando que los demás fregasen sus platos más a menudo. Llegar a una fiesta después de las 11 no es tarde, es simplemente la hora adecuada para llegar a una fiesta. Tengo un trabajo en el que soy lo bastante buena, pero estoy llena de incertidumbres en lo que se refiere a mi carrera, mis hábitos alimenticios, y sobre si debería utilizar una crema de noche. Me encantaría tener algún mueble caro de la marca West Elm, o incluso CB2, pero seamos realistas, no voy a pagar 300 dólares por una alfombra de la que tendría que mantener alejado al gato en todo momento.

Es cierto que hay cosas que han cambiado con el paso del tiempo. Beber de día en un bar a veces se funde con beber de noche, que se convierte en las seis de la mañana, y al día siguiente todo es comida a domicilio, ausencia de pantalones, y tragarme una temporada completa de algún concurso reality de baile en Netflix. Recientemente descubrí que sí que me quemo con el sol. Subsistir con una dieta a base de pizza y cucharadas nocturnas del bote de manteca de cacahuete contribuye a que mi tripa se esté reblandeciendo, lo que no se arregla tan fácilmente como me gustaría. Me he vuelto una persona excesivamente preocupada por el estado de mi cuenta de ahorro. Estas lecciones las he aprendido con el tiempo, sí, y tal vez eso me hace madura, pero sólo me siento así porque soy literalmente más vieja de lo que lo era hace cinco años, y soy ciertamente horrible con el dinero. La experiencia lo es todo.

No hay unos hitos establecidos que tengas que alcanzar para poder ser admitido en el club de los adultos, simplemente te deslizas en tu asiento junto a todos los demás cuando te llega la hora. Lo que subyace bajo esas listas es en realidad un juicio silencioso, una evaluación de tu vida adulta en base a criterios de capacidad y éxito totalmente arbitrarios. La edad adulta no es más que una serie de logros y una sensación general más que cualquier otra cosa, experiencias que se recogen y archivan a tu propio ritmo y de la manera que más te convenga. Quizás algunos de tus amigos tienen hijos, y te echan en cara que ellos han elegido crear vida, como si eso fuera algo a aplaudir o envidiar. Quizás conoces a algunas personas que van camino del altar, y eso te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Quizás has conseguido bloquear esas emociones negativas y estás simplemente siendo tú mismo. Eso es la edad adulta.

He aquí un secreto: Nada de eso importa. Tu edad no importa. Tu carrera sólo te importa a ti. Lo mismo sobre tu estado civil. Échale un vistazo a tu vida, y averigua si te hace feliz. ¿Estás rodeado de amigos que no son tóxicos y están contigo de verdad en lo bueno y en lo malo? ¿Tienes una buena rutina de domingo que, espero, implique desconectar y tomar tranquilamente una cerveza a solas en un bar de tu elección? ¿Estás generalmente de acuerdo con las decisiones que tomaste la noche anterior? ¿Hay alguien a quien puedas llamar si te das un golpe en el pie con el reposapiés del salón, y crees que quizás se te ha roto pero no estás segura y te gustaría tener una segunda opinión? ¿Te acuestas por la noche sintiéndote a gusto con la forma en que la vida te ha sacudido hoy, con fe en que mañana todo estará bien? Entonces lo estás haciendo bien.

Megan Reynolds escribe, lee y pasa el rato en Brooklyn, como todo el mundo.

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Foto por matteo77.

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