La puerta Roja

Panjemajo
Panjemajo?
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9 min readOct 5, 2018

Ya se sabe, lunes por la mañana en la mayoría de fábricas, o fútbol o mujeres.

Es gracioso como solemos diferenciarnos con tópicos los hombres de las mujeres, y si destapásemos las conversaciones veríamos cómo son prácticamente iguales.

Me refiero a esas conversaciones en las que como un grupo de leones en celo hablamos de cómo está de “rica” tal o cual persona, pero en secreto ¿Vale? No sea que ella se entere y mi valentía salga por el mismo sitio que salió España del Mundial…

Va, ese lunes para el café de las 7:30, el primero de una larga lista de cafés, estábamos cuatro tíos junto a la máquina de café. Sin fútbol por el verano, se veía venir.

— Delicatessen viene hoy de infarto, la he visto aparcando su coche y bajando y por poco no me da uno.

Risas, en mi caso una muy leve. No me gusta hablar o juzgar a las personas como a un trozo de carne, o un objeto, pero tampoco quiero dejar de tener compañía en el trabajo.

Delicatessen es una chica con las cosas muy claras, consciente de ella misma. Eso me gusta mucho en una mujer, pero en su caso, mire usted por donde, ella no me atraía demasiado. Siempre he sido muy “perro-flauta”, me pone y me enamora una “hippie en bicicleta”, desaliñada… Pero Berta, que así se llama Delicatessen, es todo lo contrario. Tacones altos, faldas de vértigo. Ella pasa de todo y de todos, es consciente de que atrae miradas. masculinas y femeninas, pero va a lo suyo… Bravo por ella.

Hoy, para empezar la semana, efectivamente Berta había escogido unos vaqueros altos y una blusa abierta por la espalda. Aquel culo parecía estar hecho a medida, a mano… Después del café y la conversación anodina, cuando me encaminaba a mi sitio, Berta salió por mi derecha saliendo de la fotocopiadora.

— Buenos días (sonriendo)

Buenos días Berta, respondí sonriendo. Pasó delante de mí en el pasillo camino a su puesto, dos mesas más hacia adelante que la mía y claro… Comencé a hacer verdaderos esfuerzos por no mirar aquel trasero tan “perfecto”.

Hasta aquí todo normal, aburrido diría yo, hasta que decidí tomar un poco el aire y fumarme un cigarrito. Eran ya cerca de las 13:00 y el calor caía a plomo, 42 grados a la sombra… Teníamos una especie de “zona de fumadores”, zona de parias la llamaba yo, en la que salíamos a echar humo. Una vez allí, saqué mi cigarrito, mi Zippo, y lo encendí. Escuché unos tacones, muy finos, detrás de mí con un andar tan cadente que me hubiese podido poner a improvisar encima de ese ritmo. Era Berta, se colocó a mi lado, junto al segundo cenicero y, como en el mayor de los “topicazos” dijo — Dame fuego, me he dejado el mechero en el coche esta mañana.

Saqué mi Zippo del mini bolsillo de mi vaquero y se lo di, advirtiéndole de que tuviese cuidado con la llama, a lo que ella respondió — ¿Puedes encenderlo tú? — Y sorprendido respondí — Claro, acerca el cigarro.

Allí, con una de sus manos sosteniendo su cigarro para encenderlo en la llama de mi mechero, levantó levemente la mirada, encendió su cigarro y dijo:

— ¿A ti qué te pasa?

— ¿A mí? ¿Me tiene que pasar algo?

Echó la primera bocanada de humo muy suavemente y de un golpe seco plantó su mano derecha en mi paquete.

— Ssshhhh…

Como si yo pudiese haber articulado palabra… Estaba como en un pantallazo azul de Windows, bloqueado.

— Están todos a mis pies, puedo notar sus erecciones, sus cabezas imaginando, pero a ti… En tres años no he logrado saber “de qué pie cojeas”.

— Yo es que…

— Ssshhhh… ¿Te he dado permiso para hablar?

— No necesito permiso para hablar (respondí).

— ¿Cómo has dicho?

Y apretó un poco más su mano. Aquello empezó a dolerme, y le pedí, muy educadamente…

— ¿Puedes soltarme por favor?

— Vale, por esta vez te dejo “vivo”.

Apagó si cigarrillo en el cenicero y se marchó. Yo aún estaba “arrancando el Windows” minutos después, y me di cuenta de que estaba empalmado, húmedo… Respiré profundo, terminé de colocar mi cabeza sobre los hombros, de acomodar “la otra” en mis pantalones y me fui a terminar de trabajar.

Hay que joderse — Pero si a mí esa tía no me gusta — Me decía una y otra vez mentalmente. Así pasé toda la semana hasta el tan ansiado viernes, y no porque fuese viernes, sino porque ese mismo viernes, al salir del trabajo por fin comenzaban las vacaciones para todos, y habíamos organizado un almuerzo barbacoa para celebrarlo.

Qué causalidad, sí causalidad, no creo en casualidades. Creo en la causa efecto de nuestras decisiones. La barbacoa, en casa de Berta. Chalet en las afueras, a 10 minutos en coche. En el mío, 5 garrulos (me incluyo) deseando ver a Berta en bikini. Yo seguía machacándo me la cabeza pensando en — Un par de cervezas, un chapuzón y “pa’casa”. — Qué iluso…

Al final fuimos como unas 12 personas. Una vez dentro de su jardín (y qué jardín) vimos a su marido terminando de colocar los primeros trozos de carne en la parrilla. Se fijó en nosotros y muy amablemente nos dijo — ¡A las buenas gente! Por favor id cogiendo cerveza, refrescos o agua de ese cubo (enorme) con hielo, voy a poner un poco de música.

Un gusto exquisito, he de decir. Soy el típico que se fija en la música antes que “en las mujeres”, defectos que tiene uno.

Eso hicimos, cogí mi primer botellín y fui a comprobar qué tal estaba la piscina. Era de agua salada, nunca me había metido en una así. Metí los pies mientras me sentaba en el borde y me fijaba en la amalgama de gente que habíamos venido. Pensé — Pedazo de orgía que podríamos montar — Pero de seguida me censuré a mí mismo y reparé en la chica que realmente me ponía a mí en la fábrica. Paz, el nombre le venía como un guante. Rubia, con unas curvas que me hacían jadear. Vestía siempre deportivas, vaqueros y camiseta… Dios como me ponía. He de reconocer que la desnudaba con la mirada a la menor oportunidad… Preciosa, con unos pechos en los que esconderse de todo y de todos, o hacer travesuras, embadurnarlos de aceite, recorrerlos, colocar mi erección entre ellos y volverme loco… Ejem… Perdón, que me pierdo.

Así pasamos el almuerzo, entre cerveza, carne, salsas de todo tipo, música, piscina… Hasta que de pronto la música cambió y aprecié que el momento era otro. Todos estaban descansando un poco bajo alguna sombrilla, sobre alguna colchoneta en la piscina. Parecía que estuviésemos atravesando un periodo de lo que los marinos llaman “calma chicha”, o lo que es lo mismo, la calma antes de la tempestad.

Yo estaba reclinado en una hamaca justo delante de la imponente casa de Berta. Después de la comilona, las cervezas, mis ojos me pedían un descanso, pero justo en ese momento me fijé en una de las ventanas de la planta superior y, de momento mis ojos se abrieron como platos. Estaban Berta y Paz, besándose mientras me miraban. Berta cogió un bote de aceite y comenzaron a derramárselo la una a la otra… La visión me provocó una erección que traté de esconder pero el marido de Berta “me pilló”:

— Bonito ¿Verdad? ¿Por qué no subes?

— Ejem… yo, es que… Si no, puede que… no sé (balbuceé sin ningún sentido).

Entonces Carlos, el marido de Berta, salió del agua, cogió una toalla, llegó hasta mí y me dijo — Ven, yo te acompaño.

Dejé mis gafas de sol en la hamaca y seguí a Carlos dentro de la casa. Subí aquellas escaleras con el pulso por las nubes. En la planta superior había tres puertas, las tres cerradas. Una de ellas era de un rojo intenso que resaltaba sobre manera en aquel pasillo. Carlos abrió la puerta roja y me hizo un gesto para que le siguiera.

En aquella habitación no había ningún mueble. Todo eran telas, gasas, lámparas tenues y un riquísimo olor a frutas. En el medio, la cama más grande que jamás había visto. Berta seguía junto a Paz, ya en la cama, brillaban las dos por todo el aceite que tenían encima. Dios, me iba a estallar la…

Carlos cerró la puerta tras de mí y se sentó en la única silla que había en el fondo de la habitación. Enseguida Paz me llamó:

— Pues sí que te haces esperar tú… Ven aquí anda.

Eso hice, y al llegar junto a la cama Berta volvió a echar mano de mi paquete — Mmmmm… ¿Hoy sí vas a jugar? — Sin palabras, simplemente asentí. Ella me cogió de la mano y prácticamente me lanzó a la cama. Berta me quitaba el bañador mientras Paz cogía mis brazos y ataba mis muñecas y tobillos a las esquinas de la cama. Estaba, literalmente a merced de sus deseos.

Estando totalmente inmovilizado, Carlos se levantó de la silla y caminó hacia nosotros. Berta y Paz respondieron acercándose a él, una por cada lado. Comenzaron a besarse de una manera tan sensual, que creo que podía haberme “ido” en ese mismo momento. Mientras Berta continuaba besando a su marido, Paz se colocó a su espalda y comenzó a besar y lamer cada centímetro de Carlos. En aquel momento me asaltó la duda — No irán a dejarme aquí ¿Verdad?

Berta llegó hasta el trabajado en gimnasio trasero de Carlos, y mientras con un abrazo por la cintura, sus manos comenzaron a masturbar a Carlos, gozaba absorta de aquel trasero esculpido. Pasados unos minutos, sentaron a Carlos en la silla (sin brazos), y muy despacio Paz comenzó a dedicarse a su entrepierna. Parecía que había mucha práctica en ese juego, ya que Berta bajó el respaldar de la silla, y se sentó encima de la boca de Carlos. Él, que parecía el hombre más tranquilo sobre la Tierra, agarró con sus manos el culo de su esposa y se deleitó, centímetro a centímetro, como si bebiese de un manantial.

Se mantuvieron así unos instantes, por aquel entonces yo ya sólo quería observar, no me interesaba para nada que me incluyesen en aquel lujurioso juego. Berta “descabalgó” de la boca de Carlos y le dijo a Paz, aún disfrutando con su preciosa boca de la entrepierna de Carlos — ¡Ding ding!

Las dos se levantaron, él después. Paz se reclinó en la silla mientras Berta se colocaba de rodillas frente a ella y se sumergía entre las piernas abiertas de Paz. Carlos, se arrodilló detrás de su mujer y comenzó a jugar con su polla en el precioso trasero de su mujer. Los tres gemían llevándome a mí casi al éxtasis sin tocarme un sólo pelo. Carlos paró de juguetear y penetró a Berta como a cámara lenta. Creo que recordaré como Berta levantaba su boca del coño de Paz y suspiró, mientras me quede vida…

Paz le pidió a Berta que no parase, agarrándole la cabeza y llevándosela de nuevo hacia su coño. Berta captó perfectamente a Paz, introdujo tres dedos, uno por uno, como en una escalera hacia el climax. Paz cerró los ojos y gimió de placer cuando a sus dedos, Berta añadió de nuevo su lengua, mientras ella misma ronroneaba de placer contando con su marido penetrándola suavemente a su espalda. Paz apretó fuerte a Berta en su entrepierna, la abrazó con sus piernas, abrió la boca y jadeo hasta correrse. Carlos apretó el ritmo en aquel instante. Paz se colocó junto a ellos y comenzó a besarlo. Berta entonces me miró fijamente, gimió, y se corrió mientras me sonreía. Carlos salió suavemente y les ofreció su orgasmo mientras ellas lo acariciaban y lamían.

Recuperando el aliento los tres, abrazados, Berta me miró de nuevo y me preguntó — ¿Te ha gustado? Quizás en la próxima te demos un sitio…

En ese momento escuché un sonido horrible, mi despertador. Abrí los ojos y me encontré en mi cama boca arriba, habiendo tenido un orgasmo. Aquel sueño había sido tan real que me había llevado al orgasmo como cuando tenía 15 años. No estaba decepcionado, agradecí aquel sueño húmedo pero algo me rondaba la cabeza. Corrí hacia mi portátil y abrí Facebook, entré en el perfil de Berta y… Allí estaba, en una de tantas fotos, en su casa, al fondo… Una puerta roja.

Este relato apareció primero en PowerSex.

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