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Ganó Hillary pero ganó Trump

Las (des)ventajas de la democracia indirecta (el sistema que alguna vez benefició a esclavistas)

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7 min readDec 21, 2016

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El señor Donald Trump fue electo presidente. Sabemos que Trump ganó la presidencia porque obtuvo el mayor número de votos electorales, es decir, de puntos por estado. Pero, ¿quién ganaría por votos populares? Hillary sumó más de 61 millones de papeletas; mientras que Donald sólo llegó alrededor de 60 millones . Si la diferencia es de poco más de un millón de votos, ¿por qué Trump será el próximo presidente?

Según una encuesta realizada por Reuters/Ipsos, más de la mitad de la población en EE. UU. piensa que su sistema electoral es defectuoso y más de dos terceras partes piensan que debería reformarse. Aún más: a lo largo de la campaña electoral, tanto miembros del partido demócrata como miembros del republicano se quejaron sobre la forma en que uno y otro tomaban ventaja gracias al sistema. ¿Qué hace que continúe siendo vigente?

Un poco de historia

El número de delegados (representantes electorales) que tiene cada estado de EE. UU. depende de la suma de dos factores: su número de distritos (algo parecido a los municipios o las delegaciones mexicanas) más sus dos representantes en el Senado. El número de distritos lo determina un censo demográfico que se realiza cada diez años (el más reciente data de 2010). A partir del conteo poblacional, cada diez años se reasignan 538 votos electorales entre los 50 estados.

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Aunque pareciera que es justo asignar el número de representantes electorales de acuerdo con el tamaño de la población de cada estado, es necesario recordar que no todos los habitantes de un lugar son ciudadanos votantes. Los menores de edad o los residentes no reglamentados, por ejemplo, no pueden votar. En algunos estados tampoco se les permite votar a personas consideradas mentalmente incompetentes. Entonces, si un estado recibe determinado número de distritos (y de representantes electorales) según su densidad poblacional, eso no asegura que la relación entre votantes reales (ciudadanos) y representantes electorales sea justa. Cada estado de la federación norteamericana tiene sus propias reglas para determinar quiénes son sus representantes electorales en el largo proceso electoral. La mayoría de las veces, estos procesos son muy complicados y dan la sensación de permitir injusticias.

Un sistema hecho para que los esclavistas tuvieran ventaja

De acuerdo con Akhil Reed y Vikram David Amar, la organización por distritos y representantes electorales tiene su origen entre 1787 y 1803, cuando la esclavitud era legal en EE. UU.: “En otras palabras, en un sistema de elección directa, el Norte, superaría en números al Sur, en donde muchos esclavos (más de medio millón) desde luego no podían votar”. Lo que se buscaba era repartir el poder de elección entre estados con gran cantidad de ciudadanos electores y estados con menor cantidad. De tal forma que, aunque los esclavos no pudieran votar, el simple hecho de que existieran como cuerpos de trabajo, sumaba una mayor cantidad de votos electorales a los estados sureños. Algo parecido pasaba con las mujeres, quienes no tenían derecho a voto, aunque su mera existencia contaba como densidad poblacional para la asignación de votos electorales.

El sistema electoral a detalle

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El proceso de elección del candidato que representará a cada partido tampoco es simple: primero hay unas reuniones llamadas caucus, en las que miembros del partido eligen al mejor candidato tras largas discusiones y votaciones. Después de eso, comienza otro proceso llamado primary, en el que los miembros de cada partido vuelve a votar para elegir definitivamente al candidato que los representará. A continuación, comienzan las national conventions, en las que se nomina a los presidenciables. En este estadio del proceso es muy importante la participación de los llamados “superdelegados” que son miembros de los partidos con participación automática en las convenciones nacionales que no necesariamente participaron en las caucus o las primary. Una vez confirmada esta decisión, los candidatos presidenciales eligen a sus posibles vicepresidentes.

A partir de ese momento, comienzan las campañas de difusión de propuestas a lo largo del país. Entonces sigue la general election, en ella la población ciudadana llena papeletas electorales para apoyar a un candidato o a otro. Sin embargo, éste no es un voto directo: lo que elige la gente aquí es a sus representantes electorales. Finalmente, comienza el electoral college, en el que los representantes electorales de cada estado transmiten la voluntad del pueblo. En la mayoría de los estados, impera la lógica en la que “el que gana maś, gana todo”. Es decir, si un 50.1% de votos electorales apoyan a un candidato, el 100% de los votos van para él. Sólo Maine y Nebraska emplean un sistema proporcional para otorgar sus votos electorales a un candidato.

Ventajas y desventajas del sistema

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1. Hay ganadores que pierden o perdedores que ganan
En cinco ocasiones de la historia de EE. UU., el presidente electo ha ganado por votos electorales aunque el número de votos populares que recibido por su oponente haya sido mayor. Así ocurrió, por ejemplo en el 2000, cuando Al Gore (candidato demócrata) ganó la presidencia por voto popular pero George Bush la ganó por voto electoral. O este mes, con Donald Trump.

2. Sólo hay dos verdaderas opciones
El sistema electoral gringo funciona bien para que sólo haya un par de partidos contendiendo por la presidencia. Históricamente, la historia de EE. UU. se divide en dos: cuando ha habido gobiernos demócratas y cuando ha habido gobiernos republicanos. Actualmente hay activos varios partidos independientes, sólo que el sistema impide que tengan posibilidades de ganar:

“Los candidatos necesitan ganar una mayoría de votos electorales distribuidos en los estados […] Una elección con menos que eso no se decidiría por la persona con la mayor cantidad de votos, si no que pasaría a la Cámara de Representantes, donde un candidato independiente perdería, ya que los republicanos y los demócratas votarían por los suyos.”

3. Da la impresión de que el ganador sí ganó
Algunos han argumentado que una de las ventajas del sistema electoral es que, cuando el presidente electo gana por votos populares, el resultado en votos electorales es demoledor. Por ejemplo, en 1996 Bill Clinton ganó con el 49% del voto popular y con el 70% del voto electoral. Lo malo es que cuando el ganador por votos electoral perdió por votos populares (como Trump) la impresión que resulta es que hay un error en el sistema.

4. Los “padres fundadores” así lo estipularon en la constitución
La creación de este sistema electoral tiene sus raíces en 1787, fecha de publicación de la constitución que rige EE. UU. actualmente. Evidentemente, a lo largo del tiempo han existido numerosas reformas y modificaciones del texto legal. Sin embargo, aún hoy existe un respeto malentendido hacia la conservación del texto original. Según algunos, “deshacernos del Colegio Electoral rompería nuestra fidelidad hacia el espíritu de la Constitución, un documento escrito expresamente para impedir los excesos del mayoritarismo”.

5. Hay que hacer aunque sea un poco en cada estado
El sistema electoral de democracia indirecta obliga a los candidatos presidenciales a hacer campaña por todo el país y no a concentrarse sólo donde hay un mayor número de votantes efectivos. Esto promueve cierta unidad nacional e impide que los candidatos atiendan sólo las preocupaciones o los intereses de, por ejemplo, las grandes ciudades.

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El sistema electoral estadounidense es complicado: constituye una democracia representativa, en la que no todas las personas tienen el mismo derecho a ser escuchadas. La base de sus sistema es ésa: el poder de una colectividad se confiere a individuos capacitados para tomar mejores decisiones. El voto popular pasa por el filtro del voto electoral para evitar gobiernos populistas o mayoritarios aunque, algunas veces, los resultados se perciban como contradictorios. ¿Eso quiere decir que el sistema es antidemocrático? No, aunque se trata, ciertamente, de una democracia representativa.

¿EE. UU. debería reformar su sistema de elecciones? Sí. En tiempos actuales, la tendencia es que las opiniones y juicios de todas las personas tengan el mismo valor. La idea de que el pueblo necesita estribos para no dejarse engañar por personalidades fuertes o campañas falsas es obsoleta (y, de hecho, jamás ha funcionado el sistema democrático estadounidense así). O, por lo menos, la forma de vigilar que eso no ocurra ya no radica en un sistema electoral indirecto. Debido a la tecnología, la accesibilidad de la información y la transparencia de los procesos políticos han dejado de ser un imposible. Los tiempos cambiaron: en una sociedad que prohíbe la esclavitud y promueve la igualdad de género, no es necesario repartir votos electorales para evitar que poblaciones con mayor densidad de habitantes, pero menor cantidad de ciudadanos electores pierda representatividad. Otorgar el derecho al voto directo a todos los habitantes del país por igual sería, en todo caso, una mejor forma de conservar el derecho del pueblo a elegir a sus gobernantes.

Por Nayeli García.

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