(AP Photo/Bela Szandelszky)

Una ética del cuidado frente a la crisis ambiental

No basta con reciclar botellas de plástico

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10 min readJun 10, 2016

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Existe una pequeña historia iraquí que se cita frecuentemente para explicar el cambio climático. La acción se ubica en Bassora, donde un soldado se dirige a su rey:

─Mi señor, sálvame, ayúdame a huir de aquí; estaba en el mercado y me encontré con la Muerte vestida toda de negro, clavándome una mirada mortal; préstame tu caballo real para que corra a toda prisa hasta Samarra, que está lejos; en esta ciudad temo por mi vida.

“El rey cumplió su deseo. Más tarde, el propio rey se encontró con la Muerte en la calle y le dijo:

“─Mi soldado estaba aterrado; me contó que te había encontrado y que lo mirabas de manera muy extraña.

“─Oh, no –respondió la Muerte– sólo era una mirada de estupefacción: me preguntaba cómo llegará ese hombre a Samarra, que está tan lejos, porque esperaba encontrarlo allá esta noche”.

Queramos verlo o no, la agenda del cambio climático ya está frente a nosotros. Ya sea en la contingencia de la Ciudad de México, la tala y el incendio de bosques enteros en Michoacán, o la destrucción de manglares en Tajamar, Quintana Roo; la alerta climática está por todas partes. Y aun así, se mantiene la carrera por encontrarnos con nuestra destrucción, como el soldado con la Muerte en Samarra.

El cambio climático es el aumento general de la temperatura de la Tierra a causa de los gases de efecto invernadero. Se llaman así, porque, como en cualquier invernadero, atrapan la luz y el calor solar y no permiten que salga de la atmósfera. Ese efecto se produce por la emisión de gases nocivos para la atmósfera, principalmente CO2 (dióxido de carbono), el desperdicio favorito de fábricas chicas y grandes (y de automóviles también).

El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), constituido por científicos expertos reunidos por la ONU, aseguró que el cambio que hemos vivido hasta ahora es real, fue causado por los seres humanos y es irreversible. No podemos volver atrás, pero sí podemos prevenir que el desastre sea mucho mayor. El mismo IPCC advirtió que la temperatura del planeta ha aumentado más de 1°C desde la era preindustrial; si llegamos a 2°C la catástrofe será fatal para millones de personas. Numerosos territorios desaparecerían bajo las aguas del mar, varios cultivos se volverán imposibles, la comida será escasa y los refugiados por el clima ascenderán a miles de millones. Si llegamos a un aumento de 4°C enfrentaríamos la extinción de la vida humana.

(AP Photo/Michael Sohn, File)

¿Y cómo reaccionan nuestros gobiernos al respecto? Mal y tarde. La Conferencia sobre el Cambio Climático de París, en 2015, logró acuerdos importantes en la materia; un logro que tuvo que esperar varios años antes de que los gobiernos del mundo aceptaran que el cambio climático era real, que era por causa humana y que en gran medida era su culpa. A pesar de la importancia de esos acuerdos, no son suficientes. Al ser provocado por los seres humanos, este proceso no puede ser tratado como una crisis climática únicamente; estamos frente a una crisis principalmente social que alcanza niveles globales. Mientras no se enfrente como tal, todo intento por mitigar el cambio está destinado a fracasar.

Por ejemplo, en París el gobierno de los Estados Unidos se comprometió a bajar sus emisiones de gases invernadero (sin especificar cifras), pero no a prestar ayuda humanitaria a los países pobres golpeados por las consecuencias de la crisis ambiental. Tiene sentido, ¿no? ¿Por qué tendrían que cuidar de los países pobres?, que ellos se ocupen de sus propios asuntos. Sin embargo, las cosas no son tan simples. Entre todos los países de América Latina producen solo de 10% de las emisiones de CO2 en el mundo. Por otro lado, Estados Unidos es responsable de más del 20%. No obstante, según la investigación de Germanwatch, cuatro de los diez países que más han sufrido las consecuencias del cambio climático en el mundo son latinoamericanos: Honduras, Haití, Nicaragua y Guatemala. La crisis es social, no solamente climática.

(AP Photo/Silvia Izquierdo)

La botella reciclada que no salvó al mundo

Considerar al cambio climático una crisis social nos brinda una comprensión mucho más amplia. Es probable que la nuestra sea la última generación que vive como vivimos. Nuestros hijos necesariamente vivirán en un mundo muy distinto; ya sea en el desastre apocalíptico del clima, ya sea en una sociedad transformada.

El 23 de septiembre de 2008 es conocido como el Earth Overshoot Day (el día de rebase de la Tierra). Eso quiere decir, que desde ese día consumimos mucho más de lo que el planeta puede reponer, se calcula que alrededor del 30%. Es decir, pescamos más peces, talamos más árboles y emitimos más gases de los que la Tierra puede manejar naturalmente. Todo es un problema de consumo. En 1961 necesitábamos medio planeta para satisfacer nuestras demandas; para 1981, la Tierra completa. Si el crecimiento del PIB se mantiene, en 2050 (o antes) vamos a necesitar dos planetas iguales al nuestro para satisfacer esas necesidades. Claro que eso es imposible, de seguir así, ya habremos acabado con la única Tierra que tenemos cuando lleguemos a esa fecha.

A pesar de que los acuerdos de París son importantes, no son suficientes. Sus metas están demasiado centradas en la disminución de las emisiones de gases invernadero y pasan por alto las consecuencias éticas y sociales del desastre ecológico. Por ejemplo, postulan que para el 2100 ya no se usarán combustibles fósiles; ¿por qué no antes?, ¿por qué no en 20 años? En 20 años podríamos hacerlo, y quizá en menos tiempo. Los gobiernos y los mercados siguen cuidando sus intereses por encima de las vidas humanas y su calidad. No están midiendo las consecuencias de sus decisiones y especulan con el desastre como si de intereses financieros se tratara.

Mientras tanto, a nivel local, no hay ningún programa o estímulo para dejar de consumir. En la Ciudad de México llevamos meses en contingencia, pero no hay un freno real y directo al consumo de automóviles. Más aún, se están construyendo más segundos pisos para que los automóviles del futuro tengan donde circular.

(AP Photo/Nick Wagner)

La crisis social exige medidas de naturaleza radical. Lo que propone la Cumbre de París es insuficiente; implica vivir por cien años al borde del desastre y cruzando los dedos para que el desastre nunca llegue. El enfoque tiene que ser distinto. No se trata de poner un bote de basura para reciclar nuestra botella PET, se trata de no consumir toda nuestra agua potable en botellas PET simplemente porque es más barato para las empresas y más sencillo para nosotros. No podemos posponer la crisis social ni arriesgar numerosas vidas para que los mercados se mantengan estables.

Ética del cuidado

Cuando la filósofa María Zambrano imagina la invención del lenguaje coloca al primer ser humano frente a la naturaleza. En El hombre y lo divino cuenta las impresiones que tuvo el primer destello de consciencia cuando se colocó de frente con el mundo natural. Su posición no pudo ser de dominación, sino de un agudo y terrible miedo. Lo único que podría haber entendido esa primera mente humana era la separación entre ella misma y toda la inmensidad que rodeaba sus sentidos. ¿Cómo saber dónde empieza una cosa y termina otra?, ¿cómo saber dónde empieza un depredador y termina un árbol?

En el principio hubo pánico. El origen tuvo que ser terrible y desgarrador. No había más que procesar en ese momento que el sentimiento de no pertenecer a un mundo que parecía funcionar perfectamente sin nosotros. Las primeras dos cosas que se nombraron, entonces, debieron ser “yo” y lo “otro”, en otras palabras “yo” y “no yo”, lo natural. El relato del génesis y de otros mitos sobre el origen del mundo puede ser entendido como la caída en esta terrible consciencia de que hay un mundo afuera al que no pertenecemos, y que funciona perfectamente sin nosotros. A diferencia de la planta o el animal, el ser humano tiene la consciencia de ser algo más, algo distinto a esa naturaleza que se extiende a sus pies. Desde entonces, la raza humana ha tenido problemas para sentirse parte de la naturaleza, y ha asumido que la única manera de derrotar ese miedo primigenio fuera la dominación y prevalecer como la especie más fuerte.

Una de las deformaciones más frecuentes de la Teoría de la Evolución darwiniana es la máxima que asegura “la supervivencia del más fuerte”. Es bastante claro que la supervivencia y desarrollo de la especie humana dentro de las historia de la evolución ha dependido en alta medida, no de su fuerza, sino de su capacidad de cooperación. No fue el rey mono que descendió de los árboles el que dio pie a la humanidad, sino un grupo de mujeres y hombres mono que cooperaron y se cuidaron entre sí.

De la misma manera, el ser humano ha sobrevivido en la Tierra gracias a que ha sido capaz de dialogar con ella, de comunicarse. La revolución agrícola solo fue posible en la medida en que las personas comprendieron y se adaptaron a los ciclos naturales y al alimento terrestre. Entre mayor fue la comprensión de la naturaleza, menor fue el miedo primigenio. No obstante, la dominación natural no fue una ley ni la única manera en que nuestra especie se ha comunicado con el mundo. Tal relación de dominio se hizo general hace apenas dos siglos, cuando el racionalismo convenció a la humanidad de que podía dominar por entero el entorno natural.

(AP Photo/Heng Sinith)

Nuestra sociedad actual está construida sobre tal convencimiento. No sólo eso, también se levanta sobre la idea falsa de que el planeta es eterno y nunca va a agotar sus recursos. La crisis ambiental actual pone en perspectiva aquellas afirmaciones. Ahora sabemos, de hecho, que no podemos controlar la naturaleza y que los recursos no son infinitos. La relación que tenemos con ella, por ende, debe ser modificada de raíz. Si algo nos ha enseñado el cambio climático, es que la Tierra puede existir sin nosotros perfectamente, no nos necesita; en cambio, nosotros sí la necesitamos a ella.

Políticos, científicos, filósofos, teólogos y artistas de diversas partes del mundo redactaron en el 2000 la Carta de la Tierra, adoptada por la UNESCO desde el 14 de marzo de ese año. La agenda que plantea la Carta considera que la emisión de CO2 y otros gases invernadero sólo son la parte visible de un problema mucho más profundo, que tiene que ver con cómo nos relacionamos con el entorno, ya sea la naturaleza u otros grupos humanos. Para resolver esa crisis global, humana y natural, proponen cuatro principios básicos:

1. Respeto y cuidado a la comunidad de la vida

2. Integridad ecológica

3. Justicia social y económica

4. Democracia, no violencia y paz

Con esos principios, la Carta trata de dar respuesta a las crisis globales; mucho más profundas y complejas que la emisión de gases.

Ante la perspectiva de una Tierra sin nosotros, no podemos seguir operando con el paradigma de la dominación y el consumo. Es un hecho científico que tales presupuestos son insostenibles y falsos; no obstante, la respuesta de los gobiernos del mundo opera bajo el supuesto de que el mercado es más importante que el entorno, la vida natural y social. La Carta de la Tierra y otras iniciativas filosóficas, religiosas y sociales promueven un paradigma de cuidado frente al consumo y la sobreexplotación. Al miedo originario no responden con impulsos de dominio, sino con impulsos de conservación.

(AP Photo/Martin Meissner, File)

El cuidado reconoce que existe una interdependencia irrompible entre naturaleza y ser humano; entre seres humanos y entre naciones. El cuidado no puede tolerar la actitud de los Estados Unidos frente a las crisis latinoamericanas; para que el país del norte y todos los países dominantes de la economía mundial sobrevivan, deben atender las crisis naturales que ellos mismos provocaron en los países más pobres. El cuidado entiende que existen responsabilidades compartidas, como el hecho de que los refugiados por clima o por violencia necesitan de nosotros independientemente de las fronteras que crucen (de Guatemala a México, o de México a los Estados Unidos).

Tenemos que tener una cosa en claro, cuidar el planeta es cuidarnos a nosotros mismos. La Tierra es perfectamente capaz de existir sin nosotros, no lo olvidemos, y es posible que lo haga. La destrucción de la biodiversidad se emprende en contra, también, de la vida humana. En esa tesitura, tanto importa el nivel global como el local; tanto los países como las comunidades, barrios, casas y cualquier tipo de asentamiento humano. Para sobrevivir a esta crisis como especie y eludir el desastre, requerimos que el paradigma del cuidado se aplique de manera tan radical como el paradigma de la dominación humana y natural. En cambio, nuestros gobiernos eligen atender la parte más visible y deciden ignorar lo profundo. Un cambio mínimo no detendrá el desastre cocinado desde hace cientos de años, ojalá lleguemos vivos a 2100, para ver que el combustible fósil deje de usarse.

Antes de correr hacia la Muerte, también tenemos la opción de adoptar la actitud de Jalal al-Din Rumi, místico árabe del siglo XIII, que en uno de sus poemas escribe:

Tú, que conoces, Jalal al-Din

tú, el Uno en todo

di quién soy.

Di: yo soy tú

Por .

(AP Photo/Dar Yasin)

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