Dignidades de un paisaje de carne

Diego Agudelo Gómez
Pasajes
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3 min readSep 5, 2023
Friné o trata de blancas

Un vórtice de veinticuatro siglos se abre entre la Friné de Débora Arango y la que fue juzgada en la colina de Ares por el mismo delito que condujo a Sócrates a la cicuta. En la belleza de sus cuerpos reverbera a través de las épocas una absolución inapelable que no fue ganada por las formas redondeadas de los pechos, la simetría de las caderas o la longitud de sus piernas. Ese hechizo que las hace inmunes a la difamación, hunde sus raíces en la dignidad que las rodea como un halo protector. Despojadas del último retazo de vestuario, revelan a quienes las juzgan una verdad que los empequeñece: mientras ellos poseen cuerpos de carne en camino de putrefacción, las Friné son dueñas de un cuerpo tan imperecedero como el mármol. En las playas de Eleusis o en las del río Magdalena, Friné prevalece entre los hombres de piel turbia y ojos voraces que parecen en disputa mortal por el privilegio de mirarla. Apelotonados alrededor de la acusada, componen un lamentable paisaje de carne que solo se dignifica por el esplendor que emana de la desnudez flotante de Friné, quien se ve tan ligera como una corriente de agua y al mismo tiempo tan capaz de perforar los corazones rocosos que la circundan.

La pintora Débora Arango consideraba que un cuerpo desnudo representa a la naturaleza sin disfraces y en él palpita la vida con toda su fuerza admirable. La Friné que pintó en su cuadro de 1940 es una materialización nítida de esta idea: espigada y definida, el equilibrio mesurado entre las líneas y las sombras compone una voluptuosidad natural, tenue, incluso silvestre, como si su cuerpo no fuera apto para ninguna forma de abrigo. En cambio los braceros semidesnudos que acechan sobre esta hetaira del trópico, aunque exhiben también su piel, parecen ataviados con un disfraz que los aleja de la naturaleza. Sus rostros están transfigurados en muecas de avidez. Los músculos parecen arrojados sin orden ni cuidado en un saco de piel dentro del cual no palpita la fuerza admirable de la que habla la pintora. Toda la fuerza está concentrada en Friné, en su rostro de expresión ligeramente abochornada que sugiere también una burla piadosa dirigida a esos hombres que jamás podrán poseerla.

Alguna vez, Débora Arango recibió un telegrama de un amigo que le auguraba indudable triunfo en una de sus exposiciones y señalaba las facultades de su arte para elevar la temperatura y carbonizar «tantísimas glaciales envidias»; otro augurio que escuchó de boca de un brujo a quien le preguntaba por su porvenir la describía como una mujer que escapa del mal juicio de la sociedad y pisa la cabeza de una serpiente como la Vírgen María. En la pintura Friné podría leerse una interpretación de ambas profecías: del cuerpo desnudo de la mujer emana una onda de choque que carboniza a los hombres glaciales que la rodean y el hecho de que no se vean sus pies ni el suelo que los sostiene le permite a la imaginación concebir una escena en la que ella se yergue sobre el cráneo de una mapaná, salvando a los braceros de ser mordidos, aunque sería un gesto inútil, pues en la pintura sí se nota que, desde hace tiempo, el veneno les burbujea en la sangre.

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Diego Agudelo Gómez
Pasajes

Periodista. Acumulador de libros. Yonki de películas y series. Buzo. Alguna vez fui capaz de contener la respiración debajo del agua dos minutos y medio.