Notas sobre la conquista del olvido

Diego Agudelo Gómez
Pasajes
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3 min readSep 7, 2023

“Consciously or unconsciously, we manipulate our memories to include or omit certain aspects. Are our memories therefore fictions?”
David Shields, Reality Hunger

Cuando tenía dos años, caí desde la terraza de un tercer piso. Mi papá vio mi sombra atravesando la ventana de la sala, como una aparición. Escuchó el estruendo del golpe. Gritó: «¡Se nos mató el niño!», y corrió para ver lo que quedaba de mí. En su relato siempre narraba que me había encontrado en la zanja de la calle inconsciente, bañado en sangre. Me cargó. Corrió conmigo en brazos hasta encontrar un taxi y me llevó al hospital más cercano. Los médicos, en una primera evaluación, diagnosticaron fractura de cráneo. Me remitieron a un hospital especializado donde quizás podrían salvarme. Entre tanto, mi padre y mi madre, reunidos ya en alguna sala de espera, se aferraban a su fe y le pedían a su santo patrono, San Judas Tadeo, que interviniera en la situación. Siempre creyeron que sus plegarias fueron atendidas cuando el especialista les anunció que no había fractura, solo un diente roto. Ese mismo día estuve de vuelta en casa, con el rostro hinchado como el de un boxeador. En términos concretos no recuerdo nada de aquello, pero a fuerza de escuchar una y otra vez el mismo relato, me veo cayendo en el vacío, siento la sangre que me corre en la boca y hasta puedo vislumbrar de manera borrosa la silueta de los médicos que se encargaron de examinarme. Me divierte asignarle, en ocasiones, a una de esas siluetas, un halo de luz fuera de este mundo, la prueba de esa intervención divina invocada por mis padres. Este recuerdo fabricado a lo largo de los años tiene exactamente la misma consistencia que todos los demás, lo que me lleva a preguntarme si no habrá un cúmulo significativo de memorias que están fijas allí porque las hemos elaborado inconscientemente en reemplazo de aquellas que preferimos no conservar. Aunque sería más preciso decir que esas memorias se elaboran a sí mismas, en un gesto parasitario, tomando el control sobre la trama de nuestras vidas.

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Nos agenciamos extensiones de la memoria para almacenar una cantidad infinita de información inútil. Datos que se perderían sin prejuicio alguno en el proceso de selección y descarte de nuestra memoria orgánica pero que a voluntad conservamos creyendo que en el futuro nos serán útiles. Resulta paradójico que cuando buscamos ese dato trascendental entre los terabytes acumulados tropezamos con un sinfín de información trivial que puede hacernos olvidar aquello que buscábamos en primer lugar.

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Creemos tener potestad sobre nuestra memoria. Hay quienes la cultivan con ejercicios mentales y prácticas como la memorización sistemática de canciones, poemas, capitales de países, pasajes de libros, parlamentos entre los personajes de alguna película. En el ejercicio de esa potestad nos hemos atribuido la libertad de extenderla fuera de nosotros: acumulamos infinidad de información en soportes que se van quedando pequeños a medida que transcurre el tiempo. Memorias de tambor, selectrones, cintas magnéticas, tarjetas perforadoras, CD’s, tarjetas de memoria flash, discos duros, La Nube. En tiempos de hardware de almacenamiento masivo, llevamos al órgano destinado por la naturaleza para ese propósito a una obsolescencia voluntaria y, así, lentamente, vamos perdiendo la soberanía de nuestro propio destino.

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A pesar de los testimonios que ofrece la literatura, como el de Funes, martirizado por su facultad de recordarlo todo, perseguimos sin descanso el sueño de una memoria absoluta. En tiempos de Internet, somos capaces de realizar sin dificultad alguna la empresa que Stanislaw Lem le encargó a su historiador imaginado Horst Aspernicus de registrar lo que le sucede a la humanidad en un minuto simultáneo. Ahí están las cámaras de los drones sobrevolando las ciudades y en la órbita del planeta flotan ojos que en su obturación incesante capturan la lenta degradación que produce nuestra presencia en La Tierra. Nos vanagloriamos enunciando que nunca antes había circulado tanta información en la historia de la humanidad. Un robot comandado por algoritmos tiene ahora la tarea de clasificar, almacenar y priorizar nuestro presente y nuestro pasado. ¿Qué operaciones inconcebibles será capaz de realizar con nuestro futuro? Al final del día, solo basta un apagón para que nuestra conquista más importante sea la del olvido.

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Diego Agudelo Gómez
Pasajes

Periodista. Acumulador de libros. Yonki de películas y series. Buzo. Alguna vez fui capaz de contener la respiración debajo del agua dos minutos y medio.