Recuerdos en Luzech

Alejandra Garcia
Pedaleando
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4 min readJul 20, 2016
Callecita medieval en Luzech. Foto: Alejandra García

París no es Francia… Luzech sí. Esta pequeña comarca del sur, acomodada junto al Lot, tiene casi todo lo que podría identificar al país: magníficos viñedos, girasoles, castillos, historias y silencio. Aquí, a plena luz del día, solo se siente el sonido del río que baña el poblado y lo circunda. A pocos metros de su orilla está la casa de Fernande Delmestre, donde duermo y escribo. Desde varios puntos de lo que fue un hotelito levantado en el siglo XIX, ahora una casa de pisos crujientes, puedo ver gran parte de Luzech, incluyendo el puente de la Douve, construido en la Edad Media y que conecta esta pequeña ciudad con su vecina, Habas. Por el puente no pasa ni un alma a estas horas, por debajo de él, arrulla tímidamente el Lot.

El Puente de la Douve y el río Lot, Luzech. Foto: Alejandra García

Avanzo a la cocina, sabiendo que la casa me delata mientras la madera se queja a cada paso. Me llega el olor del queso de cabra que Marie, la hija de Fernande, desempapela sobre mesa del almuerzo. Fernande, a sus 96 años, tiene la belleza tardía de las mujeres del cine de Jean-Luc Godard. Un rostro de trazos finos, elegante y enérgico, una madame que se acompaña de un bastón, pero que lo lleva como si fuera este quien la necesita a ella y no al revés. Sus otras señas: una blusa muy blanca a juego con su pelo, un medallón -reliquia familiar-, una sonrisa.

“No siempre viví en Luzech — me dice Fernande y traduce Marie-. Nací en 1920, en una villa llamada Mourenx, ubicada en los Pirineos. Tenía 20 años cuando la Segunda Guerra Mundial. Mi esposo, André Delmestre, era bombero en París al inicio de la guerra y mis cuatro hermanos varones fueron obligados a incorporarse al ejército francés. Por tanto, quedamos solas mi hermana y yo, y tuvimos que trabajar en el campo para mantener nuestra casa en Mourenx. Debido a los recortes de alimentos todo el maíz que cultivábamos estaba destinado al ejército, no podíamos ni probarlo. Recuerdo bien cómo el panadero de la villa visitaba a escondidas cada casa para hacer el pan en las cocinas de la gente, pues le quitaban todo lo que cociera en su local.

“No corríamos peligro allá. A los alemanes no les interesaban los pueblecitos pequeños. Solo las grandes ciudades. El día en que llegaron los nazis a París, mi esposo, aún vestido de bombero y sin tiempo para recoger sus pocas cosas, agarró una bicicleta y salió de esa ciudad lo más rápido que pudo. Pedaleó kilómetros y kilómetros, hasta que en un pueblo alejado logró coger un tren y acercarse a los Pirineos.

“Recuerdo que una vez a Moureux fue a parar un hombre que formaba parte del ejército alemán. Pedía a gritos que alguien le diera agua, comida y un lugar donde pasar la noche. Al parecer estaba perdido, desarmado y desabrigado para el frío de las montañas. Nadie, absolutamente nadie del pueblo, le ayudó. El pobre tipo, en realidad -me dice y sonríe- tenía cara de no hacerle daño a nadie, parecía buena persona, pero no queríamos cuento con los alemanes. Sé de una familia que ayudó a muchos nazis durante la guerra, y nadie volvió a dirigirles la palabra.”

Se destapa de pronto una lluvia furiosa, la primera tras varios días de sol y calor casi insoportable que es típico en los veranos de Luzech. Fernande, ayudada por Marie, se levanta y entre las dos comienzan a cerrar las ventanas. Es música el revuelo que arman las cortinas, los postigos que se cierran y los repiques del agua sobre la madera de la casa en penumbras.

André y Fernande Delmestre
André Delmestre con su uniforme de bombero (1939)
Luzech, esta tarde. Al fondo, las ruinas de un castillo destruido por las tropas de Ricardo Corazón de León, rey de Inglaterra en el siglo XII. Foto: Alejandra García
Viñedos y rosas niñas en Luzech. Foto: Alejandra García

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