Sonreír para vivir
El mundo se quedará sin luz cuando se apague tu sonrisa,
Y quedará sordo cuando desaparezca tu risa.
Alguna vez leí que un ser humano adquiere la habilidad de sonreír alrededor de los dos primeros meses de vida, y pensé: ¿realmente podemos vivir a plenitud sin poder sonreír? ¿Es eso posible? A medida que leía el artículo se me hizo difícil imaginar un mundo en el que no sabemos o no somos capaces de hacerlo; luego me di cuenta de que ese es exactamente el mundo en el que vivimos.
No cabe duda de que una sonrisa es un elemento clave y sorpresivo para relacionarnos, positiva o negativamente; por ejemplo, una sonrisa me hizo notar al chico que estaba interesado en mí en el gimnasio hace un par de años, también sonreírle a un habitante de calle hizo que este me intentara atracar. Una cosa es segura: es un elemento poderoso que puede conducir a resultados inesperados, felices o trágicos. Encuentro mucho sentido en las palabras de Augusto Beltrán cuando en 2017 afirmó que una sonrisa puede ser la expresión de placidez interna, mientras que el mal humor suele evidenciar un amor propio incontrolado, pues una sonrisa (o su ausencia) es capaz de reflejar el estado de nuestro mundo interior.
De igual forma, la risa es un factor que influye en los lazos que construimos con los demás, y funciona en doble vía: como catalizador de cercanía a través de su presencia o como verdugo de confianza mediante su ausencia. Soy afín a la postura de Luis Guillermo Giraldo Hurtado cuando en una columna de opinión publicada en 2023 decía que la risa es elemental y sincera, social y compartida que tiene la capacidad de revelar mucho de nuestra naturaleza humana y personalidad. Esta misma razón, según el autor, hace que los poderosos la eviten a toda costa, pues la falta de risa es garantía para la diferencia entre niveles de poder jerárquicos.
Por todo lo anterior, en las siguientes líneas busco exponer las implicaciones de la sonrisa y la risa como constructoras de puentes y como herramientas de resistencia ante el mundo desesperanzador que se extiende ante nosotros hoy en día, con el fin de revindicar mi derecho a reír y a sonreírle a la vida, el cual me ha sido negado muchas veces, principalmente por mí mismo.
(Re)conocer al otro mediante su sonrisa
Una sonrisa puede ser sinónimo de diversas cosas. Te voy a sonreír porque no escuché nada de lo que me dijiste, se ve en algunos memes en Instagram últimamente (los cuales me describen en gran medida); también puede ser una ofrenda de paz entre quienes acaban de pelear o incluso el primer paso hacia una amistad duradera. La clave común para que todo lo anterior tenga lugar es el otro en su diferencia, alteridad y completitud.
Entender al otro en su complejidad única es todo un reto (casi imposibilidad) para la sociedad actual cuyo foco está en el rendimiento individualista. Byung Chul Han (2014) realiza esta crítica en su obra La agonía del eros, en la que expone que el afán por enfocarnos en nosotros mismos como sujetos autosuficientes y único dueños y responsables de nuestra felicidad y éxito, termina por desdibujar la importancia de las demás personas en nuestra vida.
La desesperanzadora pero real interpretación del mundo de Han me lleva a preguntas sin respuestas: ¿cuántas sonrisas de mi madre he dejado de ver por andar escribiendo ensayos?, ¿cuántas sonrisas he dejado de dar y de recibir por ir de prisa por la vida?, ¿cuántas personas habrán pasado frente a mis ojos como objetos por (tratar de) seguirle el ritmo al sistema consumista del que hago parte?
Cuestionamientos similares han inspirado diversos trabajos que buscan reflexionar sobre formas de invisibilización (o de reconocimientos como sujetos) a quienes tienen formas de vida diferentes a las occidentales. En este sentido, en 2010, Mariana Giordano y Alejandra Reyero se propusieron analizar las implicaciones de la sonrisa en imágenes etnográficas de pueblos indígenas en la región del Chaco, una zona geográfica que comparten Argentina y Paraguay, y que constituye el ecosistema más grande de bosque seco en América del Sur, hogar de más de 20 pueblos originarios. Dicho trabajo es de gran ayuda para entender la importancia de fotografías de indígenas sonrientes tomadas en ejercicios etnográficos en este territorio.
Las autoras ponen de manifiesto que el registro fotográfico de las comunidades chaqueñas es diverso en el tiempo y tuvo distintos enfoques dependiendo de los intereses académicos, religiosos, económicos (¿extractivistas?) que motivaran las excursiones al Chaco; sin embargo, independientemente de la razón del registro, existen 10 fotografías en las que se ve sonreír a miembros de la comunidad (muy pocas, ¿no?).
La hipótesis que manejan Giordano y Reyeron sobre los retratos realizados por los antropólogos Boggiani y Stern, tomados a los pueblos originarios del Chaco paraguayo y el argentino, entre 1896–1901 y 1958–1964 respectivamente, es altamente gratificante (al menos para mí): en ambos casos hay una distancia marcada a la postura cientificista que representaba a los indígenas como rezagos del salvajismo al que la sociedad occidental había dejado atrás, y los presenta en su cotidianidad, dejando en evidencia su lado más humano; igualmente, la sonrisa es el elemento clave para entender que los fotógrafos entablaron una relación cercana, o al menos respetuosa, con las comunidades antes de retratarlas, brindándoles la oportunidad de ser vistas como las personas que eran en su individualidad, y no como sujetos pasivos e inmóviles que constituían una muestra estereotipada de toda la comunidad indígena. El lente de las cámaras dejó ver que la gente de esa región no era “no civilizada”, sino “no occidentalizada”. Asimismo, la sonrisa fue la prueba más clara e irrefutable de que en el Chaco había comunidad, individuos con personalidad y espíritus ricos en su diferencia.
Así pues, este estudio me hizo pensar que la sonrisa puede ser la recompensa más inmediata cuando se hace el ejercicio de reconocer al otro en el esplendor de su diferencia: desde su nombre hasta su quehacer, salvando la distancia originaria (que explica Han desde Buber) que impide cosificar al otro y resguarda su alteridad como válida. ¿Qué nos impide, entonces, construir hoy en día puentes con lo(s) otro(s) desde la fuerza y la simpleza de una sonrisa?
La risa acompaña la vida y la provoca
Peter Slöterdijk
Durante gran parte de mi infancia y mi adolescencia compartí con Mary, Luis y Estefanía almuerzos y cenas en el comedor de la casa de mi abuela en el que hablábamos de todo tipo de cosas y, claro está, reíamos mucho. Puede sonar irrelevante, pero ahora me doy cuenta de que era un ritual supremamente importante y que jugó un papel determinante en la cercanía que tengo con mi prima, primo y hermana. Recuerdo con mucho cariño las carcajadas que soltábamos al ver cómo Lucho (el perro de mis primos) velaba disimuladamente mientras comíamos, también reíamos al recordar la vez que me estrellé con una ventana porque no vi que estaba cerrada, o la vez que Mariana (la gata coja de abuela) salió a cascar a otro gato que osó acercarse a la casa. Siento que estos recuerdos me ayudan a recobrar un poco de la felicidad de antaño que hoy me es tan esquiva.
¿Será una locura decir que fue la risa lo que nos hizo familia? Sorpresivamente existen posturas que dan sentido a mi ocurrencia: Jorge Rueda (2013), académico de la Universidad de Santiago de Chile, publicó un (bello) artículo en el habla de la risa como forma de resistencia que algunas comunidades utilizaron durante la dictadura militar que sufrió el país entre 1973–1989. El trabajo analiza las prácticas discursivas que produjeron y representaron comportamientos en defensa de la vida en un contexto en que algunos sectores y comunidades de la capital chilena enfrentaban dinámicas de control y vigilancia militar que, en los casos más extremos, significaron persecución y muerte.
(Persecución y muerte. Una frase muy corta para sus inmensas implicaciones).
Rueda construyó dicho trabajo a través de los testimonios de quienes resistieron a la hostilidad del poder con la risa como su bandera de lucha. Su análisis expuso un conjunto de valores compartidos que las comunidades crearon mediante la manera de abordar, o en este caso de afrontar, el mundo que les rodeaba. De entre estos destaca el valor de la agrupación.
A lo largo del artículo, diversos testimonios narran la manera en que la comunidad encontraba espacios de encuentro que generaban la melodía salvadora: la risa, la cual legitimaba la existencia misma de dichos espacios como formas de conocimiento e interpretación del contexto histórico; encuentros para tejer, ollas comunitarias, espacios de juegos para niños generaban proximidad y participación, en contraposición a la distancia y pasividad debilitadoras de la actuación, la expresión o la fuerza creativa de la imaginación para resistir a la violencia. Así pues, la risa y la alegría compartida en estos encuentros se alzaron como la insignia de un nosotros en acuerdo.
Al leer las memorias de estas comunidades, me pregunté en qué otro espacio de mi vida cotidiana pudiese aplicarse una dinámica de resistencia en favor de la vida. Lo cierto es que vivo en un contexto lejano al de la dictadura militar chilena, pero aún así estoy rodeado de dinámicas de (auto)control muy complejas.
Mientras examinaba mi quehacer diario para hallar formas de resistencia, recordé que en una de las primeras clases del semestre una profesora nos pidió a los estudiantes que nombráramos aquello que nos enfurecía o daba miedo; el común denominador en todos los presentes fue la desesperanza por el futuro: la soledad en la vejez, la crisis climática, incertidumbre laboral… condiciones de un sistema económico que Amaia Pérez Orozco (2014) presenta como un sistema heteropatriarcal, neocolonialista y antropocéntrico, y que Byung Chul Han concibe como autoexplotador y aniquilador de lazos comunes.
Los estudiantes presentes en esa primera clase éramos lo que Rueda identificó como individuos pasivos y distantes, víctimas de la desesperanza paralizante e individualizadora que garantiza el status quo de los sistemas de poder. Sin embargo, el mismo autor demuestra cómo la risa derivada de espacios comunes se erige como una opción simple, pero eficaz, para la resistencia y modificación de sistemas políticos, económicos y sociales que busquen garantizar el cuidado de la vida en diferentes niveles. La esperanza, la alegría y, por supuesto, la risa son, desde esta perspectiva, las garantes de los cambios que necesitamos.
La esperanza como bandera y la paz como destino
Conversar con textos es siempre una apuesta por entender la perspectiva de mundo de alguien más y agradezco enormemente a quien haya navegado por este escrito por haberle dado una oportunidad de validez a mis pensamientos, reflexiones y anécdotas. También le agradezco a la lectura del mundo posmoderno y de la sociedad del cansancio que me proporcionó Han, así como a la crítica al actual sistema neocolonialista, antropocéntrico y desesperanzador que nos acobija y que explica Pérez Orozco. Por último, le agradezco a Giordano y a Reyero por enseñarme que la sonrisa es un factor facilitador de cercanías entre personas y comunidades, al igual que agradezco a Rueda por mostrarme que la risa es un refugio y guardiana de la vida.
Tendiendo todas estas perspectivas en mente, sigue resonando en mi cabeza la siguiente pregunta: ¿es una locura decir que la risa y la sonrisa nos hace ser comunidad?
Reconocer la diferencia e individualidad de cada persona y respetar formas de vida distintas a las que me enseñaron como “correctas”, se ha convertido en una bandera de lucha que intento defender en cada espacio que habito y que comparto con otros. Sin embargo, no es tarea fácil desprenderse de esa concepción moderna y occidental de la sociedad que hemos naturalizado, y que impone estándares restrictivos en cuanto a género, identidad sexual, ideología política, entre otros. Ni hablar del gran reto que supone proponer una perspectiva de vida distinta a otras personas. Todo esto me ha llevado a buscar nuevas posibilidades de conectar con la diversidad que me permitan a mí y a mi entorno cerrar brechas y abrir espacios de reconocimiento para aquellos que históricamente han sido apartados a la periferia del sistema hegemónico en el que vivimos.
Hoy puedo decir con toda seguridad que la risa y la sonrisa son herramientas más que pertinentes para tal fin, pues ambas requieren un estado de reconocimiento de otras formas de vida alternas a la mía. De esta manera, una sonrisa que haga sentir bienvenido al otro, o una carcajada que nos permita compartir un espacio de complicidad, serán mis formas de resistencia hacia una sociedad que aplaude al individuo y olvida cada vez más a la comunidad, que fomenta la competencia en detrimento de la esperanza de una sociedad más sensible frente al prójimo.
Para finalizar, quiero compartir un ejercicio que realicé inspirándome en el trabajo de Giordano y Reyero. Hice una revisión de todas las fotografías en mi celular, y encontré muchas sonrisas. Fue enormemente gratificante encontrar tantos rostros que me ofrecen cariño y refugio. Esas sonrisas son mi familia, mis amigos, mi comunidad, son los espacios de tranquilidad y amor en un mundo hostil. También quisiera invitar a quien lee estas líneas a hacer un ejercicio similar: detente y piensa: ¿quién me sonríe, a quién le sonrío, qué impacto tiene eso en mí?
Así pues, espero que la respuesta a estas preguntas no sea un punto de cierre, sino el comienzo del proceso de construcción de un mundo más humano, es decir, de un mundo que al sonreír haga de la esperanza su bandera, y de la paz su destino.
Referencias:
Beltrán, A. (5 de agosto de 2017). Una sonrisa. El Universal. https://www.eluniversal.com.co/opinion/columna/una-sonrisa-12950-BUEU371264
Giraldo, H. (25 de febrero de 2023). Risa versus sonrisa. La Patria. https://www.lapatria.com/opinion/columnistas/luis-guillermo-giraldo-hurtado/risa-versus-sonrisa
Giordano, M., & Reyero, A. (2010). La representación fotográfica de la sonrisa en las imágenes etnográficas chaqueñas de Guido Boggiani y Grete Stern. Argos, 27(53), 59–90. http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0254-16372010000200004&lng=es&tlng=es.
Han, Byung-Chul (2014). La agonía del Eros. Barcelona: Herder.
Organización de Estados Americanos. (s/f). Manejo Forestal Sostenible en el Ecosistema Transfronterizo del Gran Chaco Americano. https://www.oas.org/es/sedi/dsd/girh/gran%20charco%20esp.asp
Pan American Health Organization. (2011). El Gran Chaco Sudamericano. Faces, Voices and Places in Argentina, Bolivia & Paraguay. https://iris.paho.org/handle/10665.2/10027
Pérez, A. (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate. Mdrid: Traficantes de sueños.
Rueda C, Jorge. (2013). Risa y resistencia en las poblaciones de Santiago de Chile: 1973–1989. Intersecciones en antropología, 14(2), 341–352. http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1850-373X2013000200004&lng=es&tlng=es.