Del abandono a la independencia y a la autoexplotación

Tatiana Munoz
Pensamiento
Published in
6 min readNov 7, 2023

Por Tatiana Muñoz Posada

Actualmente, la educación promueve la independencia como el camino correcto. Ser independiente, autosuficiente y autónomo es tomado como una cualidad generadora de admiración y su revés es un defecto. Estamos obligados moralmente a tener una niñez llena de aprendizajes para la vida, cada vez más temprana, en la que debes empezar a edificar un futuro, mal llamado productivo y funcional. La diferencia entre ser independiente y no tener a quien acudir subraya la complejidad de la autonomía y la soledad. Ser independiente implica la capacidad de tomar decisiones y asumir responsabilidades sin depender constantemente de otros, es un signo de fortaleza personal y autodeterminación. Sin embargo, la ausencia de alguien a quien acudir puede llevar a una soledad profunda, creando un vacío emocional que la independencia material no puede llenar.

El abandono emocional en la niñez es una experiencia impactante que deja cicatrices invisibles en el corazón y la psique. La sensación de no recibir la atención, el afecto y la validación emocional necesarios durante los años formativos puede generar un vacío emocional duradero. La niñez es un periodo crucial para el desarrollo emocional, y cuando se carece de la conexión emocional esencial, se siembra una semilla de inseguridad y autoestima afectada. Así fue para mí crecer con una mamá que caminaba sobre la delgada línea entre educarme como una mujer independiente y generar la sensación de abandono al soltar esa protección que debería brindarme. Mi casa fue un ambiente de exigencia que se convirtió en autoexigencia con los años y que me obligó a perseguir un estándar inconquistable y al que en realidad ni quería llegar.

Con el tiempo y el análisis de mi infancia empecé a desarrollar una actitud que más que independiente era egoísta y basada en la individualidad y la obtención de logros, “creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa” (Pari-Bedoya et al., 2021) pero ahora sé que no soy libre, estoy sujeta al propio peso de mi conciencia que cree que puede decidir pero que me obliga a sumergirme en los estándares y las expectativas de mi entorno. Es imperativo reflexionar sobre la cultura que glorifica la ocupación constante y la consecución de metas a costa de la propia salud. La autoexigencia puede ser una fuente poderosa de motivación, pero también puede convertirse en un callejón sin salida. La verdadera realización no solo se encuentra en los logros externos, sino también en la capacidad de mantener un equilibrio saludable entre las aspiraciones y el bienestar personal. La autoexplotación debería ser cuestionada y contrarrestada con una comprensión más profunda de lo que significa vivir una vida plena y satisfactoria.

Encerrada en moldes que no eran míos

Cumplir con los estándares de los padres es un desafío emocional complejo que muchos enfrentamos en el camino hacia la autenticidad. La presión de ajustarnos a las expectativas se origina en el deseo innato de agradar y ser aceptado por aquellos que han tenido un papel fundamental en nuestra crianza. Sin embargo, este deseo puede chocar con la necesidad fundamental de desarrollar una identidad propia y seguir un camino personal. Sin embargo, “la idea de que se ha liberado de las ataduras, genera una falsa conciencia de que es dueño de sí mismo, por lo que al asumir el imperativo del poder hacer como una máxima que guía permanentemente su accionar, se convierte en el mecanismo de la autoexplotación” (Pari-Bedoya et al., 2021).

La tendencia a forzarnos a producir constantemente como medio para sentirnos bien refleja la presión de una cultura centrada en la productividad y el rendimiento. A menudo, nos encontramos atrapados en la ilusión de que nuestra valía personal está directamente vinculada a nuestra capacidad de producir resultados tangibles. No obstante, esta mentalidad puede llevarnos a ignorar nuestras necesidades emocionales y a sacrificar nuestro bienestar en aras de la eficiencia. La reflexión sobre este comportamiento invita a cuestionar la conexión entre nuestra valía intrínseca y nuestros logros externos. ¿Nos valoramos a nosotros mismos únicamente por lo que producimos, o reconocemos nuestra valía más allá de los resultados tangibles?

En el afán por crecer y ser “rentable” convergen otros factores emocionales como el sentimiento y temor al abandono. Y es que si crecemos en un entorno que no nos brinda protección, porque cree que nos va a volver dependientes, nuestra mente va inconscientemente adaptando la idea que puedes con todo y que no necesitas ayuda. Es esencial permitirnos momentos de descanso y autorreflexión, reconociendo que la verdadera realización no solo proviene de la producción constante, sino también de la atención a nuestra salud mental y emocional. Encontrar un equilibrio saludable entre la productividad y el autocuidado nos permite experimentar una sensación más genuina de satisfacción y plenitud en nuestra vida diaria.

Mi propia verduga

La autoexplotación se ha vuelto más evidente en la era moderna, donde la tecnología permite una conexión constante al trabajo y a las responsabilidades. Las redes sociales y la cultura de la productividad a menudo refuerzan la idea de que siempre se debe estar activo y logrando más. Es crucial reconocer la importancia del autocuidado y establecer límites para prevenir los efectos perjudiciales de la autoexplotación, fomentando así una vida equilibrada y sostenible.

En el vacío dejado por la ausencia, a menudo nos aferramos desesperadamente a la autosuficiencia, llevando a una explotación interna donde nos exigimos más allá de nuestros límites. La sensación de no ser suficiente, de perder conexiones, puede desencadenar una espiral de autocrítica que nos lleva a cargar con responsabilidades excesivas. En este proceso, el individuo puede encontrarse desmantelando sus propias necesidades y aspiraciones, desplegando una narrativa de autosacrificio en un intento de llenar el vacío dejado por el abandono.

Después de mil sentimientos y sensaciones alrededor de mi relación familiar y de mi contexto emocional, fui llegando a la errónea conclusión de que estaba fracasando. Por encima de lo que he logrado hasta ahora que estoy a punto de graduarme como comunicadora, están los pequeños destellos del deseo de que mi familia se sienta orgullosa y principalmente de que se me sea expresado. A pesar de saber que “Bajo ciertas circunstancias, fracasar, perder, olvidar, desmontar, deshacer, no llegar a ser, no saber, puede en realidad ofrecernos formas más creativas, más cooperativas, más sorprendentes, de estar en el mundo” (Halberstam, 2018) y que más allá de fracasar estoy viviendo la vida que quiero, no salen de mí esas voces intrusivas que me gritan que debo lograr más y mejor. Sé que el lugar de ver el abandono como una derrota total, puede ser una oportunidad para deshacer viejas estructuras y descubrir nuevas formas de ser. El fracaso y la pérdida no siempre son caminos hacia la desesperación; en cambio, pueden servir como catalizadores para una reinvención creativa y una comprensión más profunda de uno mismo. La aceptación de nuestras limitaciones puede allanar el camino hacia una existencia más auténtica y colaborativa, donde la conexión con los demás y con nosotros mismos se teje a partir de hilos más genuinos y resilientes.

La reflexión sobre esta dualidad invita a considerar la importancia de construir relaciones significativas mientras se mantiene la autonomía. La independencia no debería traducirse en aislamiento emocional. La posibilidad de acudir a alguien, ya sea familia, amigos cercanos o mentores, brinda un apoyo invaluable en momentos de necesidad y fortalece el tejido social que todos necesitamos. Encontrar un equilibrio entre la independencia y la conexión con otros es esencial para una vida plena y significativa. La autonomía puede coexistir con relaciones sólidas, formando una red de apoyo que enriquece la experiencia humana.

Soy mi propio hogar, debo procurar estar confortable y no temer a fluir como el agua

Referencias Bibliográficas

Halberstam, J. (2018). El arte queer del fracaso. Barcelona: Editorial Egales.

Pari-Bedoya I., Vargas-Murillo A., Huanca-Arohuanca, J. (2021). ¿Explotados o auto-explotados?: sobre el concepto de auto-explotación en la sociedad del rendimiento de Byung-Chul Han. Revista Internacional de Investigación en Ciencias Sociales, 17(2), 433 -448.https://doi.org/10.18004/riics.2021.diciembre.433

--

--