Instrucciones para ser un adulto feliz

Daniela Loaiza Jaramillo
Pensamiento
Published in
8 min readJul 31, 2022

Nadie mira a nadie, realmente si ponés atención en los ojos de los sentados y los parados, nadie mira nada, el movimiento no es más que el necesario para que el globo ocular no se seque y empiece a molestar. En algún momento, motivado por el pitido que avisa la llegada del tren a una estación, un hombre rompe la barrera del espacio muerto con el movimiento espasmódico de su cuerpo, se estaba quedando dormido. ¿A dónde va la felicidad de todas estas personas un lunes a las 6:00 a.m mientras ellos van en el Metro motivados, tal vez, por el imaginario colectivo que a gritos nos declara que mientras más cansados y ocupados estemos mejor estamos haciendo las cosas? Hay motivaciones que no nos pertenecen, pero son las del grupo; esa idea de corresponder a un conjunto social y avanzar con él para no quedar atrás en todas las esferas modernas del desarrollo, principalmente las de carácter económico y social, estruja sin titubeos hacia el último escalón de las preocupaciones humanas a la felicidad. ¿Para qué hacemos lo que hacemos? ¿Cuáles son las razones de origen de esas decisiones y su relación con la felicidad? ¿Cuáles serían las instrucciones para ser un adulto feliz?

La pregunta anterior realmente no es difícil de resolver si el interlocutor encargado de la respuesta es un niño, si alguien tiene claras sus prioridades en términos de satisfacción personal debe ser uno de ellos, es el caso de la conceptualización del término “felicidad” expuesta en el libro Casa de las Estrellas donde Carolina Haayen de 10 años manifiesta que: “La felicidad es cuando el amor, la paz y las cosas buenas están juntas”. El grado de dificultad para resolverla viene después, unos años después; cuando segados por la adultez que nos posee cada hora con mayor obsesión, las prioridades comienzan a ponerse difusas por razones que en la mayoría de los casos no nos pertenecen.

¿Qué es la felicidad para los adultos?

Antes de embarcarnos en las conceptualizaciones teóricas que sirvan para darle forma al sustantivo que nos tiene reunidos aquí, es preciso reconocer que todas ellas, desde sus distintas perspectivas, entienden la felicidad, tal como lo señala el filósofo Francesco Maria Zanotti, “como el objetivo principal de toda acción humana”, de manera que el impulso del desarrollo de los seres humanos como especie -individual o en colectivo- hasta aquí y en el futuro tiene de trasfondo una disputa que no despide energía al azar, la invierte toda en conseguir una sola cosa: la felicidad; entendida como satisfacción momentánea, entendida como bienestar integral o como progreso, el propósito y la sensación son los mismos.

Platón parte de la base y se sitúa en el pensamiento para decir que la felicidad está relacionada con la contemplación de una idea; unos pasos más allá de la materia y de lo terrenal, su propuesta es contemplar un estado de bondad de sí y del mundo que condicionarían las acciones del cuerpo encaminándolas hacia la idea que cada quien tiene sobre el bien, de este modo la felicidad no sería un fin en sí misma, sino el principio del que parten todos los demás estados de la vida humana.

En desacuerdo con lo anterior, Aristóteles manifiesta que el ser humano por naturaleza es el resultado de cuerpo y alma, por ende no es posible seccionarlo para entenderlo o dividir sus conductas en fases aisladas. Siguiendo a Aristóteles, Jacob Buganza (2009) escribió que: “si es verdad que el hombre tiene un cuerpo y un alma, y que ésta es su naturaleza, entonces los bienes que le convienen son diversos y no uno solo. Si se propone que sólo hay un bien, entonces se está desconociendo la propia naturaleza humana porque se la reduce a una de sus partes”. Buganza ofrece otra de las claridades que pretendo exponer en este escrito: no hay una, no existe un sentimiento único, supremo y estándar de felicidad al que pueda accederse ya sea por la vía del alma o del cuerpo, de manera que la sensación parte de un instinto mayor; durante la exploración de los testimonios que leerás a continuación hubo una premisa de un adulto, autoproclamado feliz, que llamó particularmente mi atención tal vez por identificación: “motivados por las ganas de reconocernos vivos, sintientes, esa satisfacción personal está más bien anclada a la capacidad de sentir con intensidad”, ya asociaba Diane Ackerman en su obra Una Historia Natural de los Sentidos (2006), la experiencia de habitar el diverso planeta tierra con el privilegio de poder degustar “el delicioso banquete del mundo” siendo miembro, tal vez, de la especie más vulnerable de todas y por lo mismo la más sensible, no solo en términos sensoriales si no también mentales. Lo anterior, nos abre un abanico inmenso de disposiciones hacia la felicidad, algunas provenientes de sentimientos no tan deseables, si se piensan aisladamente y no como parte de una gama existencial a la que tenemos acceso por nuestra condición de ser vivo racional.

Con intenciones he dejado de último, no por poco aclamado ni por satanizado, el vínculo de la felicidad con el consumismo capitalista; mi propósito no es escribir aquí las razones del porqué el consumo desmedido al que nos ha estado estrujando la globalización capitalista no es el adecuado ¿adecuado para quién?, ni caer en generalizaciones banales sobre la tendencia de la sociedad moderna por buscar la felicidad en la acumulación, tales como la de Zygmunt Bauman cuando menciona que “el valor característico de una sociedad de consumidores, el valor supremo frente al cual todos los demás valores deben justificar su peso, es una vida feliz. Y es más, la sociedad de consumidores es quizás la única en la historia humana que promete felicidad en la vida terrenal, felicidad aquí y ahora y en todos los “ahoras” siguientes, es decir, felicidad instantánea y perpetua”. La anterior postura generalizadora, aunque válida en muchos debates, no supone un rechazo directo hacia una dinámica social que es el resultado de múltiples intereses adquiridos y defendidos por quienes la practicamos. Si bien la sociedad de consumidores ha sido vista negativamente por sus secuelas sociales y medioambientales, también ha contribuido al progreso y desarrollo de la humanidad con miras hacia la vida con sentido -hacia la satisfacción vital-, es una vía que quiero exponer aquí como válida para los encuentros con la felicidad, sus regulaciones son las que deberían ocupar nuestra atención, no su relación con quien encuentra satisfacción en ella.

¿Por qué tan distraídos?

Inicié este ensayo con la observación de una catástrofe nuclear y una preocupación singular: la relación de la infelicidad con la monotonía y la rutina propias de la vida moderna. En este apartado quisiera retomarla sin tanto dramatismo ni protagonismo, ya veíamos anteriormente con Zanotti que la felicidad es el fin último de toda acción humana -directa o indirectamente-, si observamos esas acciones de los sujetos que describí en el primer párrafo del presente escrito no creo que tengan mucha relación con el fin último que propone Zanotti, ¿pero entonces, de acuerdo a esa escena, la manera de encontrar la felicidad es alejándonos de la monotonía?

Cuando conversé con Oliva Bedoya hace un par de semanas, había cumplido 24 años de jubilada, yo no he llegado a los 24 años de edad y ella ya lleva 24 años recibiendo una pensión. Me imaginaba yo, antes de cruzar palabras con ella, que me diría al preguntarle sobre su condición de felicidad que se debe en la actualidad a su entrega al ocio y el descanso bajo cero preocupaciones, la respuesta fue mejor aunque a los jóvenes modernos como yo preocupados por la felicidad nos siga poniendo en jaque: los primeros años de su jubilación los dedicó al descanso y se enfermó, entró en una depresión que tuvo que ser tratada por especialistas, “soñaba todas las noches que madrugaba a arreglarme para ir al trabajo, que almorzaba en coca con las amigas en los pasillos de la empresa, que me compraba una licuadora, que me iba en el Conatra parada todo el recorrido del bus hasta Copacabana, y tuve que volver. Me devolví para el trabajo hasta que a los años me volvieron a echar”, me contó entre carcajadas. Los hijos le armaron un emprendimiento de confecciones en la casa, se levanta todos los días a las 5:30 a. m, cocina todos los días para los 4 hijos que viven con ella, no permite que nadie le ayude en los quehaceres cotidianos y se va a dormir pasadas las 11:00 p. m. “Me quedo quieta cuando me muera porque si lo hago antes me enloquezco”, dice al final de la conversación.

Está bien, tenemos que reconocer que el exceso de quietud es antinatural, en el planeta del cambio constante y el flujo permanente lo raro sería relajarnos y aislarnos. Pero ya te cuento la siguiente:

Los fines de semana suelo visitar a mi abuela, vive en el campo, en una vereda de San Pedro de los Milagros considerablemente aislada del casco urbano, el anterior domingo le pedí el favor de que me llevara a la finca de una de sus vecinas más querida para conversar un rato con ella sobre la felicidad. Vive sola, no le gustan los animales, ni los niños, ni los novios; cuando llegamos al portón nos recibió con una sonrisa brillante. “¿hablar sobre qué?, ¿sobre la felicidad? mija, la felicidad es estar solo, tranquilo”, me dijo al principio. Bernarda tiene 92 años, vive sola desde los 23, desde que su mamá murió. “Acá sí venían muchos muchachos de por ahí a traerme cosas, invitarme a salir al pueblo, pero a mí no me gusta la gente, ni las fiestas, ni las visitas; a mí nunca me ha gustado convivir mucho con nadie, me gusta así sola con las matas, eso es lo que ha sido la felicidad para mí”, comentó. Siempre el mismo paisaje, el mismo rostro en el espejo, las mismas conversaciones en silencio y la felicidad, esta vez, en manos de la tranquilidad.

Tal vez no estén tan mal los estrujones en el Metro a las 6:00 a. m, tal vez no sea tan incómodo lo cotidiano o tal vez sí. Lo cierto es que descubrir si esa receta es la que nos sirve para ser felices implica desacomodarnos, reflexionarnos con paciencia y prestar atención tanto a las alternativas vitales que ofrece el mundo como a nuestros verdaderos deseos internos. Tal vez lo único que haga falta es prestarnos atención y tomarnos en serio, por encima de lo que dicte la tendencia social sobre “el buen vivir”.

A propósito de adherir la felicidad a un propósito

Para finalizar le propongo una mirada, antes quiero tomarme el atrevimiento de suponer que usted, justo en este momento, no es plenamente feliz. Piense en una cosa, una en particular que considere necesita en este momento para sentirse feliz, ya sea material, etérea, alcanzable, inalcanzable, viva, muerta. Seguro estará pensando en muchas y las estará intentando catalogar casi jerárquicamente considerando un montón de factores para seleccionar la cosa correcta y desechar el resto; quédese con una, esa que quizá sin saberlo ni quererlo anda persiguiendo con la fuerza de todos sus movimientos hasta este segundo de su vida, esa por la que ya ha tenido que descartar otras. ¿Tiene sentido esa cosa sin las otras que, a pesar de regalarle satisfacción, dejó de lado por elegirla?, ¿si la vida le pidiera este mismo favor que le estoy pidiendo yo en este ejercicio, si le pidiera adherir su felicidad a una sola cosa en el vasto y diverso planeta que habita, realmente sería feliz? quizá lo que le haga falta para encontrar la felicidad, en caso de que no la haya encontrado, es dejar de buscarla.

Referencias:

● Ackerman, D. (2006). Una Historia Natural de los Sentidos. Anagrama, Colección Argumentos.

● Buganza, J. (2009). Reflexiones En Torno Al Concepto De Felicidad A Partir De Francesco Maria Zanotti. Disponible en: http://www.scielo.org.mx/pdf/enclav/v3n5/v3n5a5.pdf

● Naranjo, J. (2013). Casa de las Estrellas. Constructora Conconcreto S.A. Disponible en: https://universodeletras.unam.mx/app/uploads/2020/03/Casa-de-las-Estrellas-Laboratorio2.pdf

● Korstanje, M. (2008). Vida de Consumo en Zygmunt Bauman. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas. Disponible en: https://revistas.ucm.es/index.php/NOMA/article/download/NOMA0808440523A/26310/0

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