La defensa de la forma como el contenido

ISABELLA SOTO VALLEJO
Pensamiento
Published in
8 min readDec 15, 2023
Poema: creo en la forma

Desde pequeña me esforcé por no ser una persona superficial. Creí que fijarse demasiado en la forma y en cómo se ven las cosas estaba mal porque lo importante, como dice El principito, es invisible ante los ojos. Pero, con los años, he encontrado que la creatividad, es decir la posibilidad de crear e imaginar cosas y conexiones aún inexploradas, se alimenta de esa atención y fijación que tengo por aquello que es visible y sensorial, por aquello que no se puede reducir a las palabras y a sus definiciones. Es por eso que hoy escribo un ensayo, que es al tiempo una defensa, en la que expongo por qué la forma es más importante.

Voy a empezar con una frase polémica: deberían morir los lugares comunes. Los copys y escritores de películas hollywoodenses hacen de jesucristos partiendo la vida de la gente en dos: el momento inmaduro en que se es incapaz de poner en palabras lo que se siente, y el punto sin retorno donde se descubre la frase trillada que describe “fielmente” un sentimiento incomparable. ¿Podrían ustedes decir que hay dos relaciones maternales iguales, o dos amores, o dos primeros amores?

Y el problema con esas frases es que, basándonos en ellas, comenzamos a dibujar un camino muy apretado de cuál es la forma correcta en la que se deben sentir y hacer las cosas. Existen en el mundo muchas formas de expresarnos, pero, también se cree que hay una o algunas pocas que son las correctas. Pasa en el lenguaje, en los odiosos correos formales, en los formatos de entrega de trabajos académicos, en las estrategias educativas, de crianza, alimentarias, en las relaciones de pareja, etc. Por ejemplo, nos hemos inventado símbolos para representar a las mujeres, incluso los universalizamos, pero, ¿usamos siempre las mujeres vestido? ¿de qué va ser mujer? ¿qué deberíamos resaltar? También iniciamos las cartas que dirigimos a señores importantes y desconocidos con un “apreciado”, pero, ¿quién lo aprecia? Es difícil imaginar un mundo sin lugares comunes, pero tal vez sea necesario comenzar a replantear las formas que elegimos para comunicarnos, las superficies, los vocativos; debemos entender que las formas son tanto contenido como el puro contenido.

En nuestra mente las ideas y los recuerdos se dan a través de imágenes, no de palabras, por tanto, cuando tenemos una conversación, cada persona está construyendo un paisaje diferente en su mente, porque las palabras nos remiten a significados que construímos con nuestros propios ojos y oídos. Este paisaje se dibuja con los árboles que hemos visto, el amor que hemos recibido y los sentimientos que tenemos, por lo que no son iguales, muchas veces ni se parecen, pero es desde esos paisajes diversos que tendemos a “ponernos de acuerdo” y a tomar decisiones, por eso entiendo lo de los lugares comunes, porque la mayoría del tiempo no estamos entendiendo ni viendo lo mismo, pero también considero que tenemos el poder (y a veces la responsabilidad) de agregar nuevos elementos al paisaje de los otros, de aportar y crear collages en la mente de los demás, porque, finalmente, queremos un mundo donde quepamos todas.

Por eso es inevitable pensar que, cuando se restringen las formas, incluso el lenguaje (cuando, como una apuesta política, se reemplazan “os” por “as” y equices) lo que se quiere es conservar un orden deseable y por eso se intenta eliminar o invisibilizar aquello que no quepa en esas pequeño círculos, porque lo que molesta no es la letra sino lo que no cabe en ese circulito. Dice Big Hedva (2015):

Lo elijo (se refiere a hablar en femenino) porque todavía representa lo abandonado, lo secundario, lo oprimido, (…) lo menos-que, lo todavía no, lo particular más que lo universal.

Esa es la primera pista: la forma no es solo una forma, la forma tiene tanto significado, que inicia y no es capaz de terminar debates violentos en twitter. Pensar que esta es un simple acompañante o un pobre embelleciemiento, es negar nuestra forma de pensar porque pensamos con imágenes.

Voy a hacer un pequeño paréntesis para exponer qué entiendo por forma y qué es el contenido. El contenido es lo que se dice y la imagen es cómo se dice. En un ejemplo puntual, el contenido son las palabras de amor, mientras la forma es: enviarlo por mensaje de texto, hacerlo canción, escribirlo a mano con letra fea, pagar en Rapeluches para que alguien lo escriba con marcadores de colores. Ahora bien, desde los principios del diseño y la arquitectura se plantea una postura que yo comparto: la forma es contenido. Roland Barthes plantea que existen dos niveles en las imágenes (tengamos en cuenta que el texto también es una imagen) el mensaje y el código, o como lo llaman en la semiótica: lo denotativo y lo connotativo. Que son lo evidente y su significado desde unas coordenadas culturales, sociales y subjetivas respectivamente. Lo extraño es que hemos elegido poner el texto en el centro a la hora de educarnos.

Desde pequeñas, se nos enseña a imitar los dibujos de las profesoras, mientras, intentamos entender el significado de las palabras. Leemos letras pero nos cuesta entender lo que el otro está sintiendo. La razón recae en una fatídica combinación: no nos enseñan a expresar lo que sentimos, ni a reconocerlo en los otros, nos enseñan a leer las palabras, pero ¿y lo que no se dice? ¿y eso que a veces es impronunciable pero importantísimo?

El punto es que no fijarse en cuando alguien está mal, es un antiejercicio de la empatía. Ahora está de moda, bajo la premisa de la responsabilidad afectiva, avisar de antemano que no se quiere entrar en una relación, como si ese contrato verbal te eximiera de ver a los ojos a la otra persona y saber qué está sintiendo, nos liberamos de una culpa a través de las palabras, pero realmente somos capaces de ver cuando alguien más está amando y se está entregando, solo aceptamos no leerlo.

Pasa también en casos más graves, cuando se da un abuso sexual o una violación, y la otra persona reclama: “ella no dijo que no”, ¿acaso no logramos entender cuando alguien está sintiendo algo que no es placer?.

La cuestión es que nos hemos alejado tanto de la forma, que no logramos reconocerla en nosotras mismas, nos cuesta creer en lo que sentimos, en lo que nos dice nuestro cuerpo y, como resultado, somos incapaces de ponerlo en palabras, o de leerlo en otras. Tal vez de eso va ser incapaz de ver las redflags, tal vez se trata de la posibilidad aceptada de “no darnos cuenta”.

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Académicamente hablando tengo un gran enemigo: las normas APA. Esa seguidilla de reglas que un grupo de gente inteligente creó en 1929 para conseguir una comunicación clara en los documentos académicos y que este año celebró su séptima versión. Un formato que limita la forma en la que uno debe presentar su trabajo, sin importarle la temática: una pesadilla.

Amputar la forma de las cosas u obligarlas a ser de una manera precisa tiene el objetivo de concentrarnos únicamente en las palabras, pero también es omitir el cómo. Claro que en la academia lo hacen con la intención de que los investigadores se enfoquen en lo “importante”, pero en cualquier otra situación, eliminar el cómo viene pegado a eliminar el quién, pues la forma de las cosas responde a las personas a quienes les hablamos.

Pensar en la forma sin el quién es diseñar la altura del poyo de la cocina con médidas estándares (usualmente europeas o norteamericanas), cuando en muchas comunidades colombianas las mujeres son especialmente bajitas; ignorar el quién es usar términos para describir a las comunidades que los mismos integrantes de las comunidades no entienden o conocen; no elegir la forma y creer que el contenido basta es omitir lo esencial: la historia detrás de las formas (las personas).

Es por eso que el segundo argumento es la posibilidad de imaginar ilimitadamente, de hacer nuestros paisajes internos un collage colectivo al considerar a los y las otras; de no olvidar que en los textos no cabe la vida, que ella tiene sus propias formas.

Volviendo al ejemplo de las palabras de amor, ¿cuándo dos amores se han sentido igual? ¿por qué demostrarlos igual? La imaginación siempre estará de nuestro lado para expresar lo que el “te amo” ya repitió mil veces.

En mi trabajo como diseñadora a menudo me topo con una respuesta predilecta cuando pregunto por opiniones: “es que yo no sé de diseño”, y es difícil explicarlo, pero a diferencia de otros temas en los que es imprescindible conocer de la materia, la cultura visual, la sonora, y hasta gustativa es algo que se nos regala con los sentidos. Quienes vemos podemos hablar de imagen porque todos los días las consumimos, unas, las entendemos, otras, las sentimos, de otras, pasamos de largo; pero todo el tiempo estamos recibiendo miles por minuto. Esto no lo digo yo, ni las redes sociales, lo viene augurando Mitchell desde hace unos años, cuando habló del “giro pictorial” y de cómo la imagen no solo es inseparable el contenido, sino que las imágenes ahora juegan un papel central en la cultura, desafiando la primacía tradicional del lenguaje y el texto, lastima que las escuelas y la universidad insistan en acotar al texto todas las formas.

Sería extraño no mencionar en este ensayo la importancia que, fuera de la academia, le damos a la imagen. Es algo que el sistema basado en el capital y en el consumo y la venta ha sabido usar a su favor, entonces se imaginaran que no es algo positivo. La publicidad ha construido imágenes de lo deseable, de una aspiración inalcanzable de belleza, de riqueza, de deseo frenético, pero no hablamos de una imagen que nos acerca, sino de una que nos aleja y nos pone en una maratón interminable hacia quién sabe qué. Esa imagen que nos hace pensar en cosas que no son, no es la forma de la que hablo, no podría estar más lejos. Las imágenes que defiendo son las que nos defienden a nosotras mismas, las que validan nuestras formas únicas y propias, naturales y sensibles.

En el periodismo existe un check list de cosas que debe tener un hecho para considerarse noticioso, para ser digno de ser contado. Uno de los elementos de esa lista es la familiaridad o cercanía del hecho con las personas que lo van a leer ¿les es relevante, reconocible, identificable? Muchas veces no es un tema de distancias físicas, sino emocionales o de la propia memoria.

Y esa es otra de las cosas por las que defiendo la forma. Siempre buscamos lo que nos resulta familiar, y es más fácil encontrar pequeños puntos en común en las formas, que en las palabras (esto es importante, porque con la adultez llega la incapacidad de hacer amigos y amigas). Tal vez, cuando hablamos de los componentes de nuestro hogar o nuestra infancia nos cueste encontrar elementos de primera mano, pero, al irte de casa, emergen instantáneamente: los desayunos, los olores, la sazón, las aceras y los parques, el colegio, los acentos, la música. Por eso, a lo largo de nuestra vida, consciente o inconscientemente, estamos persiguiendo elementos que nos recuerden nuestra propia historia, que comparten nuestras formas.

Es posible que ahora no pensemos como lo hacíamos de pequeñas, o que estemos de acuerdo con nuestros padres, pero sus formas nos son cercanas y nos dan la posibilidad de acercarnos a otros. Es así como una canción, una prenda, una comida, un chiste, una muletilla, un gesto o una mueca, nos ofrecen pretextos para acercarnos a hacer amigos, de crear nuevas formas de compartir a pesar de las definiciones que nos diferencian.

Tal vez por eso es tan necesario cultivar la fijación por la imagen.

Bibliografía:

Barthes, R. (1964). “Retórica de la imagen.” En S. Heath (Ed.), Image-Music-Text (pp. 32–51). Fontana/Collins. http://www.catedramelon.com.ar/wp-content/uploads/2017/08/Roland-Barthes_Retorica-de-la-imagen.pdf

Mitchell, W. J. T. (2009) “Teoría de la Imagen. Ediciones Akal. http://www.fadu.edu.uy/estetica-diseno-ii/files/2018/04/Mitchell-Teoria-de-La-Imagen.pdf

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