La emergencia de un mundo imaginario: metamorfosis y reencarnaciones

PAULINA ZULETA TOBON
Pensamiento
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7 min readDec 15, 2023

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Creo firmemente que los seres humanos debemos moldear y re modelar constantemente nuestra percepción del mundo, de nosotros y nosotras mismas; imaginar que es posible la consolidación de otras formas, que es posible reconciliarnos con nuestro estado más natural y primitivo, y re formular las oposiciones que nos han implantado. Imaginar nos permite recordar la forma que interpretamos y pensamos la realidad cotidiana, que constituye una relación entre el mundo y los sujetos. Pero lo más importante, recordar que no es algo individual, es un proceso que se gesta en contextos sociales, con una influencia innegable de los entornos que habitamos, el cual adquiere finalmente un carácter y aceptación en común, eso que llamamos “imaginarios colectivos”.

En la medida en que esas imaginaciones individuales se convierten en imaginarios colectivos, se hace posible crear y proyectar mundos alternativos que ofrecen espacio para la transformación. Es precisamente eso, una alternativa frente a la mentalidad racionalista y cientificista que se ha consolidado en la modernidad y que nos invita además, a la acción, a inscribirse en lo cotidiano. Esto último es, según Morin, participar en una cultura, pero ¿qué de cultura queda en un mundo que aleja la vida práctica de la vida imaginaria? La imaginación representa una metamorfosis que proporciona oportunidades para el cambio, para lo simbólico y para lo común, para poder comprender el mundo, pero también para darle sentido al mismo. Hablo de reencarnaciones porque a través de ellas podemos morir y vivir varias veces, o tal vez, saber cuándo dejar morir ciertas cosas, ciertas conductas, ciertos males. Esas muertes remiten a hacer nuevas preguntas, cuestionar y desarrollar acciones, pues todo imaginario lleva en su esencia la invitación a una acción o decisión.

Imaginar para habitar: de la mente al mundo

La naturaleza humana se ha encargado siempre de construir una zona de incertidumbre entre el cerebro y el medio ambiente, la misma que existe entre la imaginación y la realidad. Es por esto que muchas veces creemos que lo que pasa en nuestra mente es en vano, como si imaginar fuera un proceso netamente individual y no es así, se necesita de unas representaciones y nociones previas de lo que existe afuera, que a su vez son influenciadas y determinadas por la sociedad. Edgar Morin en sus aportes sobre el cerebro y la memoria hereditaria en El ojo del observador plantea que desde que nacemos, los seres humanos conocemos por sí, para sí, en función de sí, también lo hacemos por medio de nuestra familia, tribu, por la cultura, por la sociedad, para ellas, en función de ellas” (p. 75). Pese a que cada persona adquiere los conocimientos a través de sus propias experiencias, percepciones y reflexiones, no podríamos habitar esta sociedad en ausencia de otros y otras, porque todo lo que existe ha sido una construcción en conjunto de gentes que se han pensado el mundo y las diversas formas de habitarlo.

Lo esencial de la vida es poder actuar de acuerdo a las propias convicciones, sin dejar a un lado “lo común” que nos atraviesa como sociedad, “para construir una alternativa se requiere pensar en nuevas formas de vida. No se puede combatir esta gubernamentalidad sin otro imaginario y sin antes responder a la pregunta de cuáles son las formas de vida deseables” (Marín, 2017, p. 409). Si bien desde la experiencia podemos acceder al mundo, los imaginarios colectivos y la creación de narrativas que se involucran permiten no solo acceder a él, sino crear otros nuevos, más sostenibles, amigables y justos, y para poder actuar sobre ellos, hay por lo menos que pensarlos. No concebir lo de afuera como una acumulación pasiva de muchas partes que a veces se relacionan y otras no:

“crear categorías y relatos que permitan una ruptura con la hegemonía discursiva que impone un único mundo posible y una sola forma de leerlo. No queremos conocer en el sentido de ir descubriendo pequeños pedacitos acumulables de una realidad que está ahí fuera, inmutable. Queremos conocer desde la convicción de que a medida que nombramos la vida desde otros sitios, podemos ir construyendo otros mundos y otras formas de estar en ellos” (Pérez, 2014, p. 29).

Pensarme mi propia casa

Lo único propio e invaluable es lo que guardamos en nuestra mente, que es un hogar, un espacio de disputas, guerras y añoranzas, de revelaciones y prohibiciones, que guarda tesoros en el sótano y cuelga esperanzas en los pasillos, todo situado en un terreno que es profundo y oscuro, y a veces se pinta de colores. Por esto, es importante también explorar la naturaleza simbólica de la imaginación y en este punto me permito tomar un concepto de Freud en su obra Pulsiones y destinos de pulsión (1915), donde expresa que las “pulsiones reprimidas” son una fuerza constante, que no ataca desde afuera sino desde adentro del cuerpo. Son impulsos internos que emergen desde la naturaleza innata de la persona y de los cuales simplemente no se puede huir o evadir, sino más bien satisfacerlos, subliminarlos o reprimirlos. Estamos constantemente evadiendo y guardando para sí cosas que desde la sociedad moderna, capitalista y heteropatriarcal, no se aceptan, pero sería incluso más valioso construir con base en esas prohibiciones que seguir reprimiéndolas.

A lo largo del tiempo, las sociedades han generado constantemente representaciones simbólicas que les otorgan identidad, legitiman el poder y establecen modelos, que no son simples reflejos de la realidad, sino construcciones que influyen en las mentalidades y comportamientos. “Los imaginarios se construyen en cualquier nivel de vida y bajo cualquier condición social, y en ello también inciden los diferentes escenarios” (Villar y Amaya, 2010, p. 19). Por esto, desempeñan un papel fundamental en la configuración de la identidad tanto a nivel individual como colectivo, porque determinan la manera en que las personas se relacionan con su entorno y encuentran su posición en la sociedad. Están arraigados a ideologías y mentalidades compartidas y son pilares importantes en la cultura de las comunidades. Por ende, las ciudades, calles y todos los lugares donde nos desarrollamos, proporcionan el escenario para la expresión y manifestación de estos imaginarios colectivos y representaciones sociales.

Estos imaginarios colectivos son entonces invención, que surge de la observación, experimentación, del silencio, de la compañía y las conversaciones; implica materializar algo que antes no existía, en otras formas o dimensiones, convirtiendo esas ideas en algo colectivo, tangible o intangible, desde nuevos paradigmas y formas. Yo me sigo preguntando si es posible o no cambiar el mundo, y cuando me remito a la mente veo muchas cosas pasando y pienso que como yo, hay muchos otros, muchas otras, construyendo su propio hogar, con retazos y columnas altas y aunque en ocasiones se caiga, hay alrededor un soporte de seres que, como una, creen en esas posibilidades, en esos imaginarios colectivos que configuran realidades, sociedades y culturas, que mantienen siempre vivas las esperanzas y la ilusión de hacer posible el mundo que pensamos cuando estamos en medio de un río, una montaña, de la casa en la que siempre hemos vivido y las calles que transitamos día a día, hacer posible un buen vivir.

Tejer el cambio

Como conclusión, pensar en términos generales acerca de los imaginarios colectivos, es en esencia, concebirlos como una forma de ver: el mundo, las cosas, las personas y a una misma. Pese a ser un proceso propio e íntimo, trasciende la individualidad y es transversal a todos los aspectos de la vida; permite resistir frente a las imposiciones de una realidad percibida como única y a una hegemonía discursiva que determina lo que es o no correcto; permite cuestionar nociones arraigadas, construir narrativas alternativas y otras formas de existir y habitar el mundo. Un mundo que a veces es asfixiante en su rigidez, donde la imaginación más allá de ser un acto de “evasión” nos invita a redefinir nuestras realidades inmediatas. En este sentido, no hay aspecto de la actividad humana que escape a la influencia de procesos imaginativos.

A pesar de la aparente separación entre lo real y lo imaginario, hay entre estas dos dimensiones una interdependencia que se integra a influencias sociales dando forma a identidades, comportamientos y por supuesto, a culturas. Imaginar emerge como una condición de estar vivo, pero en esa vitalidad también permite morir y reencarnar en otras formas, re-formular cuestionamientos y desarrollar acciones, pues todo imaginario lleva en su esencia la invitación a una acción. Así como permite reencarnar, permite la metamorfosis, proporcionando oportunidades para el cambio, y a la final metamorfosis y reencarnaciones es igual al movimiento de la vida. Ya que estos no surgen espontáneamente, sino que son construcciones profundas dentro de la esencia humana que reflejan un entorno, una formación y una estructura de los individuos.

Es importante pensar en la mente -en los procesos mentales- desde su capacidad para crear, proyectar e inventar. Considerarlo más allá de unas condiciones, sino más bien desde un espacio, que permite hacer posible muchos otros, donde emerge la creatividad y la posibilidad de ver desde adentro lo que se nos presenta desde afuera, e intervenir y cambiarlo.

Referencias

Morin, E. (1991). Cultura y conocimiento. El ojo del observador, 73–81.

https://fundacion-rama.com/wp-content/uploads/2023/03/3176.-El-ojo-del-observador-Watzlawick-y-Krieg.pdf#page=71

Pasín, Á. E. C. (2004). La relevancia sociológica de lo imaginario en la cultura actual. Nómadas. Critical Journal of Social and Juridical Sciences, (9), 0. https://www.redalyc.org/pdf/181/18100906.pdf

Freud, S. (1998). Pulsiones y destinos de pulsión. En J. L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu . (Trabajo original publicado en 1915a).

Perez, Amaia. (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida.

Villar Lozano, M. R., y Amaya Abello, S. (2010). Imaginarios colectivos y representaciones sociales en la forma de habitar los espacios urbanos. Barrios Pardo Rubio y Rincón de Suba. Revista de Arquitectura. 12, 17–27.

Marín Moreno, L. M. (2017). Christian Laval y Pierre Dardot, Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi, Barcelona, Gedisa, 2015, 672 pp. Perfiles Latinoamericanos, 26(51), 409–417. https://doi.org/10.18504/pl2651-017-2018

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