Las cartas que escribí en mi casa

SOFIA FORONDA HINCAPIE
Pensamiento
Published in
8 min readNov 20, 2023

Cuando era pequeña, solo sabía escribir cartas; no sabía hablar. Yo le decía en esas cartas a mi mamá cuánto la amaba y lo mucho que extrañaba a mi papá cuando estaba de viaje. Todo lo expresaba en las cartas, en el papel y los colores que las acompañaban. Cuando era pequeña, sentía mucho y aprendía mucho, pero no sabía hablar; no sabía por qué sentía. Todas las cartas las escribía en mi casa, en una silla de la sala, donde se sentaba mi papá a escuchar los partidos a las seis de la mañana, pero él ya no estaba; solo estaba yo en la casa, escribiendo mis cartas. Todas las cartas las escribía en mi casa.

Una vez dejé de escribir cartas. Nadie quería mis cartas y yo no entendía; para mí, eran sagradas. Dejé de escribir a quienes más amaba. Ya no sabía sentir porque no escribía más cartas; ya no vivía en esa casa. No estaban mis padres, no estaba la silla, ni la mesa, ni el reloj que marcaba las seis de la mañana. Sin embargo, allí estaba yo, parada con mil emociones, pequeñita, sin saber qué hacer con ellas porque nadie las quería.

Después de reflexionar sobre la importancia que tenían las cartas en mi vida y cómo dejé de escribirlas, me di cuenta de que había perdido una parte esencial de mi expresión y conexión emocional. El distanciamiento de mi hogar y la ausencia de aquellos a quienes les dirigía mis palabras marcaron un cambio significativo en mi forma de entender y comunicar mis emociones. La pérdida de este ritual, en su momento, no solo representó la desaparición de un hábito, sino que también simbolizó mi desconexión emocional por las diferencias de reciprocidad afectiva, tal y como lo menciona Gonzáles (2020) en La Desaparición de los Rituales. Una topología del presente:

“Ante el aumento de la incertidumbre y la falta de sentido, el tiempo en el que transcurren los rituales ha sido un tiempo que acondiciona y ordena; que cohesiona nuestras experiencias subjetivas ante el vaivén de la vida actual” (p.2).

Fue entonces cuando comencé a refugiarme en ideas, dichos y letras de canciones que evocaban los sentimientos que alguna vez plasmé en mis cartas. Sin embargo, esta búsqueda de expresión no escrita no llenaba el vacío dejado por la ausencia de ese ritual de compartir mi sentir con los otros a través de las palabras. Las emociones seguían ahí, pero mi capacidad para transmitirlas se veía limitada. Mi incapacidad para comunicar dichas emociones de manera tangible se tradujo en una nueva forma de desconexión, mi mundo emocional no podía ser compartido de la misma manera íntima y reflexiva como solía serlo a través de las cartas.

Este cambio me reveló la singularidad y la importancia de las cartas en mi proceso de comunicación emocional.

En este contexto, el período de transición, de dejar de escribir cartas y buscar otras formas de expresión, me lleva a cuestionar el papel fundamental que juega la comunicación escrita la forma en que entendemos y expresamos nuestras emociones a las demás personas. Quiero explorar más a fondo el impacto de esta forma de comunicación e interacción en nuestras relaciones afectivas, principalmente en estos tiempos.

El eco del ego

“Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabras y entonces no habla y es ésa su condena. Me apresuro a emitir mil gracias por las flores que recibí gracias a vos el sábado 29/11/69 a las 7 u 8 del crepúsculo, son tuyos o no los dibujos o incisiones o mascarillas…

Un abrazo breve

para que admires qué

pronto conseguí un

gravador de papeles

como el tuyo,”

- Alejandra Pizarnik

Quien siente mucho, se jode y no encuentra palabra y entonces no habla y es ésa su condena. Así me encontrado yo toda mi vida, sintiendo mucho y hablando mucho, pero no con nadie, me he quedado sintiendo y hablando mucho con el lápiz, con el papel. Que, sin saber siquiera escribir, he anhelado con todas mis fuerzas poder contar todas las emociones que hoy me envuelven.

Siendo sincera, para muchas personas es más simple solo hablar de lo que sienten, lo que sienten por ellos, lo que sienten por el otro. Las palabras salen de sus bocas como si estuviesen esperando para contarlo, a mi nunca me pasó eso, yo no sabía decirle a nadie lo que sentía si no lo escribía, por eso mi mamá recibía mis cartas todos los días, sin adornos, sin palabras de más, sólo lo que yo sentía y lo agradecida que estaba con ella.

Así, sin más, para mi escribir cartas a quienes amo se convertía en un ritual, bueno, es un ritual. Un ritual en el que puedo expresar todo mi sentir, sin adornar, sin usar palabras que uso para escribir en la universidad.

Escribir cartas es ponerme en un papel, y que lo lean, que me lean, significa todo para mí. Ahora no espero una respuesta, porque soy consciente de que para cada uno de nosotros escribir significa algo distinto. Yo, por lo menos, lo encuentro más fácil así.

Hablarle de mis emociones y vulnerarme con el otro es una decisión complicada, porque en ocasiones, muchos de nosotros estamos esperando la respuesta que nos gustaría o la respuesta que nosotros daríamos, no la que esta persona nos puede brindar, como lo menciona Byung Chul-Han en La agonía del eros:

“El mundo se le presenta solo como proyecciones de sí mismo. No es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad. Solo hay significaciones allí donde él se reconoce a sí mismo de algún modo. Deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo” (p. 11)

De aquí parte, principalmente el porqué, en algún momento de mi vida, yo ya no podía hablar de mis emociones, yo no estaba viendo al otro como otro, a mi no me importaba. Mi único deseo era ser correspondida. Cuando las formas en que las demás personas no respondían a mis necesidades emocionales diferían de las mías, las rechazaba, ya que para mí no eran válidas. Solo reconocía mis propias maneras, porque eso era lo que conocía y en lo que me sentía cómoda. Pensaba que, si alguien me amaba, debía actuar exactamente como yo lo haría. Ahora entiendo que no es así.

La obra de Chul-Han aborda la dificultad de encontrar al otro cara a cara con su alteridad y permitirle crecer en ella, cosa que suena fácil de encarar, pero la realidad es otra. Reconocer al otro en sus diferencias es una tarea que requiere paciencia y en una sociedad que avanza de maneras tan aceleradas, se convierte un privilegio, incluso, sostener relaciones que no estén bajo el manto del narcisismo.

Testigos silenciosos

La soledad y la marcada incapacidad para comunicar y expresar nuestros sentimientos a los demás generan una especie de desvanecimiento del otro, un aislamiento en el cual nos sumimos tanto en nosotros mismos y en nuestras propias formas que olvidamos que, al igual que yo, el otro también experimenta emociones, llora y ama.

Para mí, las cartas representan una liberación del ego impuesto por la sociedad del cansancio, un espacio en el cual deposito mi vulnerabilidad y, sobre todo, mi tiempo. Reconozco también, que desviarse de las costumbres y del sistema que nos envuelve es casi imposible. Sin embargo, a través de estos momentos de escritura y al permitirme sentir, he logrado recuperar parte de mi identidad, entender cómo me relaciono y me expreso hacia los demás, tal como lo menciona De la Pascua (s.f) en La escritura privada y la representación de las emociones:

“Aunque estemos lejos de tener una teoría clara sobre cómo funcionan las emociones, cómo se relacionan, en la vivencia de estas, lenguaje y realidad, sí sabemos que imágenes y palabras constituyen los vehículos de percepción del mundo. Ellos son algo así como ese caudal de donde obtenemos claves para comprender y comprendernos” (p. 6)

Sin embargo, no todas las cartas que he redactado han sido enviadas. No es por mí, sino por el otro. Enviar una carta también implica responsabilidad y reconocer que la otra persona podría sentirse incómoda, ya que, en muchas ocasiones, estos sentimientos no provienen únicamente de experiencias positivas. Algunas cartas están cargadas de nostalgia, inseguridades, dolores y heridas pasadas que no es justo que la otra persona cargue, citando de nuevo a De la Pascua:

“El amor no siempre puede expresarse en positivo, ni lo que se siente encuentra cabida en la retórica al uso. A veces se requieren palabras e imágenes que no hablan de corazones traspasados por flechas de Cupido, ni de lágrimas derramadas hasta el agotamiento, sino de deseos y añoranzas, o de despecho y desesperación” (p. 23)

Así que, para mí las cartas son mucho más que solo mensajes escritos. Cada palabra que pongo en el papel se convierte en un acto sincero de cuidado por las emociones, como si estuviera asumiendo la responsabilidad de lo que siento. En un mundo que a veces se olvida de la importancia de realmente conectarnos, las cartas en mi caso son como testigos silenciosos de lo complicado que es ser humano. Son como un puente entre personas que quieren entenderse, que quieren quedarse.

Escribir cartas es más que solo intercambiar palabras; es confiar, construir puentes con la intención de compartir las emociones que todos llevamos. Cada carta no enviada de mi parte representa una pausa para pensar, una manera de ser consciente de cómo mis palabras pueden afectar a otra persona, una preocupación real por no herir a alguien con mis emociones.

En tiempos donde todo es rápido y superficial, las cartas me llevan de vuelta a lo básico, recordándome que compartir nuestras verdades más profundas es un acto de amor y de valentía.

Sin más ni menos, y para concluir, espero que todas encontremos a través de las cartas, una especie de consuelo de nuestro ser, más que nuestro deber ser y el deber ser del otro. Que aprendan no solo sobre mí mismas, sino también sobre la diversidad de formas en que cada individuo se relaciona con el mundo emocional. Hay que reconocer que las experiencias y las perspectivas del otro son únicas y diferentes a las mías, y permitirse crear lazos, dejar otros, poner límites y amar mucho.

Referencias:

Dossier: La agonía del eros — Byung Chul Han. Selección de apartados y comentarios: Lina Marín. https://basalt-metacarpal-371.notion.site/La-agon-a-del-eros-c49f1e8d526c4777a82b461d0fe65663

De la Pascua, M. J. (s.f). La escritura privada y la representación de las emociones. Universidad de Cádiz. https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/34/10/05delapascua.pdf

González, J. (2020). HAN, BYUNG-CHUL (2020). La Desaparición de los Rituales. Una topología del presente. Universidad de la Habana (Cuba). https://ojs.uv.es/index.php/kamchatka/article/download/19040/17154

MÁS LITERATIRA. Cartas de Alejandra Pizarnik a Silvina Ocampo https://www.masliteratura.com.mx/2021/04/cartas-de-alejandra-pizarnik-silvina.html

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