Drag: Construyendo una cultura de la deconstrucción

Juan José Posada
Pensamiento
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11 min readDec 20, 2021

Con el presente ensayo propongo una mirada más amplia al Drag como una cultura con gran influencia en Colombia, la cual intenta crear dinámicas de interacción social que rompe con los estereotipos y estigmas referentes al género y la sexualidad, entendiendo a lo Drag como algo cultural y no netamente de entretenimiento, con base en los retos y dificultades propias de las Drag Queens en contexto Colombiano. Mi intención es arrancar del lector el pensamiento del Drag como algo banal y proponer escenarios más complejos, más políticos, sociales y culturales.

Para la caracterización específica de la cultura Drag se debe entender inicialmente qué es una Drag Queen. Al buscar en Google, como es común cuando se intenta encontrar información sobre un tema desconocido, la plataforma arroja múltiples resultados de sitios web que se acogen a la definición propuesta por el diccionario Merriam Webster: “una persona que se caracteriza y actúa a la usanza de un personaje de rasgos exagerados, con una intención primordialmente histriónica que se burla de las nociones tradicionales de la identidad de género y los roles y estereotipos socialmente impuestos”. Sin embargo, esta conceptualización se queda corta ya que deja por fuera la subjetividad y construcción identitaria de aquella persona que realiza el acto performático; con miras de entender un poco más esta complejidad disruptiva de la creación de un personaje Drag, a continuación se presenta un apartado académico, realizado en 2018 por estudiantes del pregrado en Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, que describe a varias de las artistas que pertenecen al colectivo Cultura Drag Medellín:

“El colectivo Cultura Drag Medellín nació en el año 2016, compuesto inicialmente por 12 integrantes que se unieron por medio de un chat de Facebook para construir lo que en la actualidad se conoce como la comunidad digital @CulturaDragMedellin. Este colectivo nació según su propio manifiesto, para romper viejos estereotipos y burlarse de la identidad predominante establecida por el género binario en la matriz del heteropatriarcado. Enseñando su mensaje con una máxima simple:“somos lo que queremos ser”. Con el pasar del tiempo el número de las integrantes del colectivo se redujo debido a malos entendidos y diferencias entre sus integrantes y ahora quienes componen el colectivo son: Esteban Velásquez (Jano Von Skorpio) líder del colectivo, Danilo Quintana (Dalila Velvet), Julián Zapata Rincón (Santa Putricia), y Aldair Sánchez (Megan Way) entre sus principales integrantes.

Resulta pertinente destacar acá, por ejemplo, el Drag realizado por Danilo Quintana, Dalila Velvet, que evoca el concepto de fealdad, como una crítica a los estereotipos de belleza tradicionales, sin dejar en ningún momento la idea de la diversidad de género- Danilo se identifica como un hombre cisgénero, que cuando se “trepa” como Dalila, es una mujer cisgénero. Cabe resaltar que el drag realizado por Dalila tiene un enfoque desde la teatralidad. Por otro lado, Julián Zapata Rincón, Santa Putricia, hace su drag desde una posición política y religiosa, como crítica a estos dos poderes dominantes tradicionales. En este caso, Julián se identifica con el género no binario. En el caso de Esteban Velásquez, que es de género fluído, a través de su personaje en drag, Jano Von Skorpio, se centra en la diversidad estética; y por último, Aldair Sánchez, Megan Way, hace su drag usando como inspiración la silueta femenina, el ir y venir entre lo femenino y lo masculino, identificándose con el género fluido. Resulta evidente la diversidad, no solo en las identidades de género de las integrantes, sino en las expresiones del mismo, por medio de propuestas estéticas, artísticas, religiosas y políticas. Se puede concluir pues, que la diversidad de género en este caso, no es un tema aislado, sino que trabaja en torno a otros factores que transgreden los modelos convencionales tradicionales que parten del concepto de normatividad. A partir de estos factores, se crean personajes que expresan diversidad, que hablan de género, pero desde distintos enfoques que les dan una carga conceptual distinta a cada uno”.

En esta misma línea, es preciso entender el significado de las siglas DRAG: Dress As a Girl. Esta práctica surge del teatro shakespeariano del siglo XVII, en el que no se le permitía a las mujeres participar, por lo que los hombres, para interpretar los papeles femeninos, se travestían. Según la revista Issu, el drag en Colombia cobra impulso en los años 80´s y 90’s, donde se dieron a conocer los primeros bares donde la escena queer, gay y Drag podían interactuar en un espacio libre de juicios y que propiciaba el arte Drag.

Entonces, si bien se entiende que al hablar de cultura Drag no se hace referencia específica a las diferentes orientaciones sexuales e identidades de género, no hay una apropiación pública de esta premisa. Es decir, partiendo de los patrones de conducta y estereotipos que, implícita o explícitamente han sido impuestos en sociedad, hay una concepción binaria que encasilla en masculino/femenino u hombre/mujer lo que es percibido. Es por lo anterior que, en articulación con el desconocimiento y la desinformación, se suelen confundir públicamente las identidades trans y travestis con el performance de las Drag Queens, lo cual presupone la necesidad de un proceso de intervención que resalte la importancia del reconocimiento diferencial de cada uno de estos sectores sociales.

La violencia contra población LGBTIQ+ en Colombia ha sido una cruda realidad a la que se han tenido que enfrentar miles de personas, casi hasta el punto de creer que las altas cifras se han vuelto simples números que arrojan estadísticas de violencia normalizada en el marco de la necropolítica . Es lamentable, pero así es, ahora morir es más normal que vivir y más aún siendo una persona LGBTI. Basta con mirar las estadísticas lanzadas por Colombia Diversa, que afirman que durante 2020 los asesinatos de personas LGBTIQ+ en el país aumentaron en más del doble con respecto a los dos años anteriores (2018–2019). Así mismo, el periódico ADN aseguró que durante el primer semestre del 2021 se registraron más de 75 homicidios y feminicidios a personas LGBTIQ+ en Medellín.

Para muchos no es sorpresa que Medellín presente estas altas tasas de violencia, pues constantemente Antioquia ha alcanzado las primeras posiciones en la carrera por los departamentos con los mayores índices de violencia de género; así mismo, Medellín, Bogotá y Cali lideran las estadísticas municipales. Sin embargo, esta no es una perspectiva popular, pues los medios están tan comprometidos con promover el ideal de inclusión y respeto a la diversidad que prefieren poner en segunda (o tal vez una tercera o cuarta) instancia la información concreta sobre las preocupantes cifras de violencia, exclusión y desempleo a la que constantemente se ven enfrentadas las poblaciones diversas de “la ciudad más innovadora del planeta”.

En este punto es válido precisar que los actos violentos no obedecen a estándares netamente físicos, sino que también comprenden ámbitos simbólicos, verbales y psicológicos. Si bien la violencia se ha convertido en una pauta a seguir dentro del sistema neoliberal en el que Colombia, como muchos otros países del mundo, se encuentra inmersa; la sangre y el fuego funcionan ahora como negocios rentables que favorecen a los entes de dominación a la hora de ejercer poder sobre las personas, al ejercer poder sobre las vidas. Es por las razones anteriores que las altas cifras de asesinatos a personas LGBTIQ+ no se quedan en más que números, pues la diversidad que representa esta población puede fácilmente conllevar a premisas, pensamientos e ideales fóbicos que se convierten en exclusivos, discriminatorios y que incluso les tachan como anormales y destructores de la concepción binaria (masculino/femenino) arraigada al contexto sociocultural en el que están inmersos.

Como se expone en el artículo [TRANS] Formados (2020), los medios de comunicación también se han convertido en promotores de violencia verbal y simbólica contra la población LGBTIQ+, pues, por ejemplo, aquellos procesos informativos que, sí cuentan con la suerte de ser visibilizados, exponen a las víctimas como personas disfrazadas de “lo que no son”, bajo las premisas de un discurso fóbico. Christy Valoye (2020), activista trans de la ciudad de Medellín afirma sobre esto:

No puede ser que pongan “muere un miembro de la población LGBTI”, claro, porque esa frase ya todo el mundo conoce, y la gente en su cabeza dice murió un gay más, pero realmente sería dignificante que tan siquiera por su memoria pongan «hubo un transfeminicidio en la ciudad de Medellín».

Con base en lo anterior, vale la pena hacer hincapié en el acto comunicativo, no solamente con intención visibilizadora sino también reconocedora de las identidades específicas de aquellas personas que han sido violentadas en algún momento. Sobre la población trans (T), en la que se encuentra inmersa la categoría transformista, en la que la cultura Drag encaja (IM)perfectamente, se presenta lo planteado por Elizabeth Gómez (2016), socióloga y autora del libro sobre género “Ni ángeles ni demonios, hombres comunes”, ella dice que las violencias hacia las mujeres trans son más agresivas que las de las mujeres cisgénero (personas cuya identidad de género coincide con su sexo biológico), porque si bien, también están expuestas a peligros urbanos, cargan con el odio de algunas personas por ser trans”.En una encuesta realizada recientemente se encontró que más del 80% de las personas que asisten al Club Oráculo, uno de los clubes LGBTIQ+ más frecuentados de la zona rosa de Medellín, consideran que las Drag Queens de la zona se enfrentan constantemente a prácticas discriminatorias y violentas que suponen un riesgo para dichas artistas. Esto fundamenta un imaginario colectivo que normaliza la violencia, en sus diferentes ámbitos, en contra de quienes hacen parte activa de la cultura Drag. En consecuencia, las Drag Queens suelen enfrentarse constantemente a violencias no solo físicas sino también simbólicas y verbales, pues en general se encuentran sumidas en un desconocimiento social que las estandariza mediante etiquetas como “maricas”, “travestis” o “aberraciones”, que en definitiva son significantes de una exposición constante a diferentes tipos de violencia. Es en este punto donde se plantea la necesidad de herramientas para potenciar una interacción social apropiada, inclusiva y respetuosa que reconozca las diversidades, atendiendo a los diferentes contextos de comprensión y sensibilidad frente a este tipo de temáticas.

Karah Idol, 2021

En 2021, la investigación académica titulada “Una mirada callejera a les artistas Drag de la ciudad de Medellín” (2021) se situó específicamente en la zona de El Poblado (comuna 14) para afirmar que un porcentaje considerable de habitantes y transeúntes de la zona saben qué es una Drag Queen; en contraposición, planteó que no hay conocimiento colectivo sobre la carga política, social y cultural que tiene dicho movimiento, cuya acción social queda públicamente encasillada al entretenimiento y la ostentosidad. Lo anterior supone un problema de índole social que debe contrarrestarse con procesos de visibilización y reconocimiento cultural específico que el movimiento Drag, como parte activa dentro del desarrollo social cotidiano, merece. Estos procesos debería propiciar la compresión y reestructuración de las prácticas sociales para que no recaigan en el estereotipo simplista de que las Drag son “hombres disfrazados de mujeres”.

Juan Alberto Cardozo Arango, historiador de la Universidad Pontificia Bolivariana, realizó en 2019 una investigación que aborda la zona específica de la Comuna 14 — El Poblado y dentro de sus conclusiones hace referencia a dos tipos de exclusión a las que se enfrenta la población LGBTIQ+ :

1. Exclusión referente a las etiquetas de lo heterosexual y lo no heterosexual (refiriéndose específicamente a hombres homosexuales): a partir de esta segmentación social existe interacción en la que las diversidades son aceptadas públicamente en el marco de “lo permitido o lo normal”, pero hay exclusión desde la planeación urbana que delimita los espacios en los que lo no heterosexual está bien visto y en los que no. De lo anterior parte la delimitación socioespacial que conforma los espacios heterosexuales y los espacios LGBTI; esto plantea otra problemática para la cultura Drag ya que su campo de acción y difusión está generalmente ligado al consumo de población LGBTIQ+ que, incluso desde su postura de apropiación a la diversidad, puede desconocer la importante carga política, social, artística y cultural que representa la performatividad de una Drag Queen.

2. Exclusión dentro de la misma población LGBTIQ+: sobre esta temática, el autor plantea que “quienes pertenecen a este grupo social encuentran tensiones internas que nacen de la posición social de los individuos y los elementos de distinción sujetos a ello”. Los diferentes contextos sociales, culturales, raciales, ideológicos, religiosos, entre otros tópicos de subjetividad propia de la construcción de la identidad, son causantes de la reproducción de prácticas y discursos de exclusión, intolerancia y discriminación en los espacios donde converge población LGBTIQ+, que generalmente son los lugares donde se realizan los eventos Drag.

Con base en lo anterior, es necesario establecer elementos para comprender cómo de forma sistemática se delimitan espacios para los diferentes grupos sociales, entre los que se hace la evidente la creación de categorías socialmente aceptadas para diferenciar los espacios heterosexuales de los no heterosexuales (LGBTIQ+). En este punto, mi intención final es proponer una reflexión frente a la necesidad inminente de procesos de intervención para el fomento de la visibilidad de la cultura Drag, cuyo accionar no debe ser netamente externo a la población que la implementa/consume, sino que sus estrategias deberían partir de las prácticas de relacionamiento apropiadas dentro del mismo sector social, ya que estos lugares se convierten escenarios de convergencia cultural en la que los diferentes sectores poblacionales realizan sus prácticas cotidianas de relacionamiento social y construcción de la identidad.

Para finalizar, con la intención de fomentar una reflexión más que una crítica, como autor del actual texto quiero condensar mi posición al afirmar que la cultura Drag no debe permanecer en la sombras del entretenimiento de las poblaciones diversas, el Drag es mucho más que ponerse una peluca y unos tacones para hacer lipsync de las canciones favoritas de un público que está cegado por el ocio. Es fundamental entender que se trata de un performance con una alta carga cultural, estética, artística y política que contribuye a la lucha contra los estándares sociales y estereotipos de género que hemos aceptado como sociedad y que nos llevan a instaurar a la violencia como una normalidad ajena. El Drag es vida, es expresión, es arte. El Drag se trata de sentir y de ser.

Referencias

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