Participación juvenil en Colombia: todo un reto

Maria José Cano Espinosa
Pensamiento
10 min readAug 23, 2022

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Cuando me preguntan, digo que soy lideresa juvenil desde el 2017, año en el que fui nombrada como presidenta de la Plataforma Municipal de Juventudes de Jericó, pueblo que me ha visto crecer toda la vida. Sin embargo, siento que este aire de liderazgo y de tomar vocería ante las injusticias, lo tengo desde la escuela. Sí, desde que me empezaron a nombrar como representante de grupo y cuando me dieron mención de honor en la “noche de los mejores” por liderazgo institucional en primaria. Desde entonces, la vida y mi forma de ser me han llevado a participar de diversos espacios: Escuelas de liderazgo, Personería estudiantil, Plataforma municipal y departamental de juventudes, Encuentros subregionales, departamentales y nacionales de juventud, Consejo municipal de juventudes, colectivos ambientales, un grupo nacional de juventudes, un movimiento independiente de jóvenes del Suroeste Antioqueño, y una campaña con juventudes indígenas del Suroeste.

“Tomar parte de algo”, así define la RAE el verbo participar, pero ¿tomar parte de qué?, en la participación ciudadana significa que los y las ciudadanas tomen parte en las decisiones públicas que tienen repercusión en sus vidas. Definición que al extrapolarse al concepto de participación juvenil, se entenderá en este ensayo como la acción política activa que las juventudes -en su inmensa diversidad- toman para hacer visible sus problemáticas, vivencias, necesidades, visiones y propuestas para determinar su realidad presente y futura.

Ante una crisis ecológica y política como la que enfrentamos actualmente los discursos de empoderamiento de las personas adultas salen a flote para hacer un llamado constante a las juventudes a que participen y tomen acción, sin embargo, poco se habla de los retos que implica dicha participación en Colombia. Por eso es que teniendo como fuente principal mi experiencia en procesos de participación juvenil, pretendo guiar este relato a través de los retos a los que me he enfrentado, que van desde asuntos gubernamentales y contextos de problemáticas sociales, hasta aspectos personales. Así como también espero esbozar al final una serie de reflexiones necesarias para la construcción de otros mundos posibles donde los retos de la participación juvenil, lejos de ser una carga, sean un movilizador positivo.

El Estado y sus formas

Podríamos ubicar el origen de la participación juvenil en Colombia en los movimientos estudiantiles, no como si fuera la primera vez que la población joven hubiera participado, sino como los primeros espacios concretos de concentración, organización y accionar político desde las juventudes propiamente.Y en esa línea, como forma de nombrar directamente la participación juvenil, la Constitución Política de 1991, norma máxima del Estado Colombiano, alude por primera vez a esta participación en su artículo 45. Dentro de esos y otros avances e intentos del Estado por nombrar, definir y sobretodo organizar dicha participación, surge en el 2013 el Estatuto de Ciudadanía Juvenil (Ley estatutaria 1622 del 2013 con reforma 1885 del 2018), que entre otras cosas, definió a la población joven en un rango de edad entre 14 y 28 años, y creó las Plataformas de Juventud, los Consejos de Juventud, y la Semana de la Juventud.

Sin embargo, como sucede en Colombia la promulgación de una ley no implica su cumplimiento. Por eso en el 2017 jóvenes entre 15 y 16 años exigimos a la Alcaldía de Jericó que se contratara una coordinadora de juventudes y se conformara la Plataforma Municipal de Juventudes. Este es un espacio retador en sí mismo, ya que debe estar conformado por un número plural de procesos y prácticas formales y no formales de las juventudes del municipio. Entonces nos enfrentamos a reunir en un mismo espacio a los deportistas, a los artistas, a los personeros estudiantiles, y a la inmensa diversidad de expresiones juveniles que habitan un territorio. Además, al estar atravesada por una serie de formas burocráticas y formales, la Plataforma en primera instancia no se presta fácilmente para lograr una representación juvenil plural como se pretende.

Otro reto de las Plataformas es entenderlas e interpretarlas. En mi paso por la Plataforma Departamental de Juventudes (2017/2019) cuando representé al Suroeste, pude acercarme a la realidad que se vivía en los 23 municipios y me di cuenta de que la mayoría de estos eran disfuncionales. En algunos municipios desconocían la ley, en otros las juventudes desertaban, o no conectaban con el espacio y las Plataformas eran entendidas como el grupo de jóvenes de la Alcaldía Municipal. Sumado eso, la falta de coordinación de juventudes era un obstáculo, o en otros casos, ese puesto se prestaba para pagar favores políticos, permitiendo así que personas sin conocimiento en el tema asumieran el cargo. Así que podía pensar dos cosas: o las personas no comprenden la Ley, las funciones y la autonomía de las Plataformas, o la Ley misma no habla en un lenguaje juvenil comprensible, claro y sin espacio a dudas. Yo opto por la segunda.

La Personería estudiantil y el Consejo Municipal de Juventudes (CMJ) son escenarios perfectos para demostrar la idea del “joven heredero” que expone Néstor Moreno en su trabajo “El sofisma de la participación juvenil. Una mirada crítica al discurso de la participación juvenil en Colombia”(2016). Cuando fui Personera de mi colegio tuve que enfrentar la idea normalizada de que cualquier estudiante (tal cual como político de nuestro Estado) prometiera en campaña hasta piscina en el colegio con el fin de ganar y que después no hiciera ni lo mínimo que le corresponde: defender los derechos de los estudiantes. En el caso del CMJ, que además de tener que esperar hasta el 2021 para sus elecciones populares, tras años de insistencia y un paro nacional, también representó un panorama en el que las prácticas tradicionales de la política electoral de Colombia se heredaron en muchos casos: jóvenes candidatos sin ningún conocimiento previo, partidos políticos cooptando organizaciones sociales y listas independientes, planes de trabajo sin contexto territorial ni viabilidad, falta de pedagogía electoral, proselitismo político, alta abstinencia y votos nulos, entre otros. Dos ejemplos con los que se evidencia cómo el discurso y las costumbres del Estado Colombiano, en materia de política electoral se reproducen en los espacios de participación juvenil.

El Estado, aparte de crear sus propias reglas para intentar organizar la participación juvenil, y de esta forma (casi que inocente) tener control de las inquietantes juventudes, también busca sus formas para limitar las manifestaciones y formas en las que estas participan. En el colectivo Imagina Jericó (2021), donde nos cuestionamos el concepto de “desarrollo” para nuestro pueblo, y especialmente frente al megaproyecto de minería que se impone a la población, colaboramos con Salvemos Al Suroeste (https://salvemosalsuroeste.com/) en la instalación de unos letreros en el Parque Principal, durante todo el Hay Festival (2022). Letreros que de forma irónica y caricaturista señalaban las graves afectaciones al territorio en caso de que el proyecto minero se lleve a cabo. Solo llevaban una mañana de instalados y en la tarde ya estaba citada a una reunión con la Inspectora del municipio y la Secretaria de Gobierno solicitando retirar los letreros porque Jericó es pueblo Patrimonio, lo que significa que la Ley de Patrimonio dicta otra normas, y una de ellas es que no es permitida ningún tipo de publicidad: ni de venta, eventos, o política electoral. De esta manera confunden la publicidad con una manifestación social, lo que va en contravía de la base del Estado social de derecho: la participación ciudadana y sus múltiples formas de manifestarse. Estos son solo algunos ejemplos de las múltiples formas como el Estado Colombiano intenta entorpecer la participación juvenil.

Detrás de un líder: un ser humano

No estoy segura si se decide ser líder, o si simplemente se llega a serlo. Pero de lo que podría estar segura es que nadie piensa conscientemente que es toda una maravilla ser líder juvenil sabiendo que tiene el reto de crear nuevas formas de hacer política que rompa con las cotidianas del país, y que ante eso, recuperar la confianza de las personas en las acciones políticas y de incidencia es un desafío. Como consecuencia de un sistema opresor, el llamado a la participación de la ciudadanía, y en especial de las juventudes, es aún más complejo; es necesario insistir con diversos mecanismos en esta participación y reinventarse incluso en la virtualidad, aunque el activismo en redes sociales cada vez resulta ser más agobiante. En Imagina Jericó recientemente lo vivimos cuando de forma sintética, jocosa y cercana contamos en un video unas de las razones principales y alarmantes por las cuales la ANLA (Agencia Nacional de Licencias Ambientales) archivó el megaproyecto de minería en Jericó, ¿cómo llamar la atención de la ciudadanía en medio de un océano de información que se encuentra en redes? ¿por qué si les estamos diciendo que la empresa minera nos mintió por más de 10 años, no pasa nada?

Lidiar con ese tipo de situaciones, y además animarse a hacer muchas actividades por primera vez como: izar la bandera LGBTI+ en el parque de Jericó, realizar una semana de la juventud, tener un debate con candidatos a la alcaldía, marchar en un paro nacional y presentar una lista independiente al CMJ, no es algo del todo cómodo ni fácil. Como tampoco es una maravilla que por un lado el Gobierno Nacional y la Unión Europea nos convoque a conformar un grupo de jóvenes a nivel nacional para tomar acción por el cambio climático, mientras por el otro se están firmando y llevando a cabo proyectos que aportan a esa crisis ecológica.

Detrás del líder o lideresa que enfrenta constantemente los desafíos de la participación juvenil hay un ser humano senti-pensante con una realidad social dada en específico. Ya me lo enseñaba la Fundación Mi Sangre a través de sus metodologías de liderazgo, que debemos formar liderazgos conscientes de sus emociones y vidas personales, pero no interioricé a profundidad eso hasta enfrentarme con la realidad: desafíos personales, un flujo alto de emociones y constantes caídas donde es difícil recobrar la esperanza en una transformación social. Quienes estamos en el liderazgo no somos mártires o diosas, nos equivocamos constantemente, nos enamoramos y nos entusamos, parchamos y nos enfiestamos, tenemos familias y toda una vida privada. También tenemos sueños personales como en mi caso: estudiar una carrera profesional en Comunicaciones, y debido al contexto territorial y sus brechas, eso significa desplazarse a una ciudad como Medellín, dónde la educación está centralizada; lo que en términos de procesos juveniles significa una fractura y un reto para no desconectarse del territorio y de los proyectos comunitarios. Y entre otras cuestiones personales está incluso el factor económico, pues no me pagan por ser lideresa ni tengo la vida resuelta, así es que una beca y el apoyo familiar permiten que no me vea obligada a tener un empleo alejado de mi accionar y que fracture los procesos que lidero.

Otros mundos posibles

Aunque la realidad de la participación juvenil no sea tan alentadora, es necesario preguntarnos y construir otros mundos posibles, donde esa realidad no tenga que ser la constante. En el Suroeste por ejemplo, un grupo de “panas” que nos veníamos conociendo y juntando a través de encuentros subregionales coordinados por la Gobernación y sus programas para jóvenes, nos cansamos de ver estos encuentros en clave de eventos aislados, de sentarnos a hablar de nuestras problemáticas y necesidades, y luego volver a nuestros territorios para seguir enfrentando solos y solas estos retos. Así que en compañía de Conciudadanía, nos juntamos para asumir el reto de organizarnos como un movimiento juvenil subregional, sin perder la esencia juvenil, reconociendo el “parche” como generador de vínculos entre seres humanos, poniendo como base la diversidad en su gran amplitud y tomando acción ante esas problemáticas y necesidades por tanto tiempo cuestionadas. Dando pie entonces a MIJOS: Movimiento Independiente de Jóvenes del Suroeste, un espacio coproducido por jóvenes de los 23 municipios, un espacio que habla en nuestro lenguaje, le entendemos y le interpretamos, como forma de huir de ese joven heredero y para construir también una organización interna muy horizontal y con base en la cooperatividad para hacer frente a la individualización y competencia impuesta.

Sin teorizarlo de forma compleja, en MIJOS le estamos apostando a pensar en el concepto de lo común propuesto por Laval y Dardot, entendido como ese conjunto de elementos esenciales para vivir, que no le corresponden únicamente al movimiento ambiental, al movimiento feminista, al movimiento campesino, ni mucho menos al movimiento juvenil. Lo común es entonces una co-obligación que transversaliza todas las formas de movimiento social, por eso es que jóvenes artistas, feministas, ambientalistas, LGBTI+, Consejeros, indígenas, y demás formas de expresión, integran hoy lo que es MIJOS; creyendo que la transformación de nuestra subregión -que a la vez está conectada con dinámicas nacionales y globales- debe empezar también por estimular, reconocer y proteger el derecho a la diversidad para hacer frente a un sistema que obliga a la homogeneización. Algo que en Imagina Jericó también asumimos al diseñar un proyecto social con especial énfasis en potenciar los liderazgos en jóvenes de la ruralidad; así como con otra organización estamos desarrollando la campaña: DAERÅTURU que pretende visibilizar las juventudes indígenas del Suroeste. Porque el cambio sólo será posible si es reconociendo y actuando con todas las poblaciones, de lo contrario, serán más esfuerzos en vano.

Esta ha sido mi experiencia, sin embargo, para otros jóvenes ubicados en otros territorios de Colombia, o con otras realidades, los retos para participar pueden ser mucho más críticos, pues es difícil hablar cuando te pueden matar, torturar o desaparecer por lo que dices, o simplemente no se puede pensar en participar cuando se tiene hambre; eso solo por mencionar algunos casos. Y por esos retos, y por los muchos más que puedan haber, es que también todas y todos debemos participar, para agotar el sistema desde todas las formas posibles de participación, cada una tomando parte como pueda. Es necesario enfrentar y co-producir con el Estado desde los mismos espacios de participación que dispone, como también por los espacios que la misma población gesta; exigir información y garantías para participar; y agotar los medios para hacer que se cumpla el Estado Social de Derecho en su máxima expresión. Es menester hacer política humana y deconstruida, asumir cargos representativos que verdaderamente representen la diversidad poblacional, que reconozcan la esencia de lo juvenil, y que lo común sea su bandera para poder tener otros mundos posibles.

Referencias:

-Albán, A. (s.f.) Pedagogías de la re-existencia. Artistas indígenas y afrocolombianos. Capítulo 13, pp. 443–468. https://drive.google.com/file/d/1vnag4RzaF-EjJ4jMPvzgXGUVN7rU8p6y/view

-Fernández, A. (2022) Nota sobre la supresión general de las redes sociales. https://ctxt.es/es/20220201/Firmas/38750/filosofia-Amador-Fernandez-Savater-redes-sociales-Simone-Weil-partidos.htm

-Marín, L. M. (2018) Christian Laval y Pierre Dardot, Común. Ensayo sobre la revolución en el siglo xxi, Barcelona, Gedisa, 2015, 672 pp. Perfiles Latinoamericanos, 26(51) | Flacso México | pp. 409–417. doi: 10.18504/pl2651–017–2018

-Moreno, N. (2016) El sofisma de la participación juvenil. Una mirada crítica al discurso de la participación juvenil en Colombia. Derecho y realidad, Vol. 14, Núm. 27, pp. 125–136, ISSN: 1692–3936

-Klein, N. (s.f.) Reclamemos los bienes comunales. Movimientos, pp. 154–163. https://drive.google.com/file/d/1gddEJiQDIlqraKQLzXm-9Qsbynz4H9ue/view

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