¿Quién quiere ser pobre?

Karen Mesa
Pensamiento
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10 min readNov 29, 2021

En todos los idiomas y culturas la pobreza es entendida como un término común utilizado muchas veces para despreciar, estigmatizar, rechazar e incluso invisibilizar a poblaciones que hacen parte del conjunto social. Si bien es una problemática que tiene muchas causas: el colonialismo, la esclavitud, la guerra, la corrupción, los gobiernos, etc., son las élites sociales y las personas con recursos las encargadas de promover discursos muy famosos como: “el pobre es pobre porque quiere”. En este ensayo busco cuestionar la reproducción de esta frase instaurada, en especial, en los habitantes del territorio colombiano. La pregunta entonces es ¿es esto cierto?, ¿en realidad hay alguien que quiere ser pobre? y si es así, ¿por qué quiere serlo?

Elaboración propia.

Para responder estas preguntas es necesario, primero, entender que hay múltiples factores que contribuyen a que perdure en el tiempo una situación de escasez. Es importante empatizar con las millones de personas que viven en situación de pobreza, y más, en un país como Colombia donde las oportunidades y los recursos son cada vez más precarios. Me propongo entonces ir más allá de esta frase: “el pobre es pobre porque quiere”, y pensar en qué papel tienen cuestiones como la corrupción, la política, el desempleo, la discriminación y las poblaciones vulnerables; y, en esta misma línea, reflexionar sobre el esfuerzo individual que cada persona tiene que realizar para tener una vida digna.

Si bien es cierto que pueden existir factores de naturaleza individual, es necesario mencionar las cuestiones políticas que influyen directamente en la pobreza como la corrupción y la mala gestión de los recursos públicos. Si se supone que desde que nacemos tenemos derechos fundamentales como una vida digna, ¿qué está pasando con aquellas personas que viven en extrema escasez? Y no hablo de simplemente de alimentar la mendicidad, ni sugiero que el gobierno debe dar y mantener a todos, pero sí prestar los medios para que una persona pueda salir adelante.

Sin embargo, desde la administración de los recursos todo empieza mal, Transparencia Internacional, en la edición Bogotá D.C., 28 de enero de 2021 da a conocer los resultados del Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) 2020 donde se ubica en el puesto 92 entre 180 países. La corrupción sucede todos los días, pero quizá, ya ni sorprende. Es normal que muchos ricos de este país saquen su “tajada” de los ingresos que se supone deberían ser para mejorar la calidad de vida de los colombianos, en las calles se pueden escuchar discursos como: “bueno, que roben, ¿pero tanto?”; sí, tanto. Según Carlos Felipe Córdoba (Contralor general) al año se roban cincuenta billones de pesos en Colombia, cifra que equivale al 17 % del presupuesto general de la nación, valorizada en $303 billones de pesos para el año 2020 (Canal Uno, 2021). Es escandaloso, pero en este país esto ya se volvió paisaje, ricos más ricos, pobres más pobres y se acabó.

El abismo entre las personas que gobiernan el país y gran parte de los colombianos que viven en situación de pobreza — que según el DANE son más de 21 millones de personas en pobreza y 7,4 millones en pobreza extrema- es gigantesco, no solo desde lo económico, que es discutiblemente calculable, sino desde lo social. Cómo puede un gobernante comprender la situación de escasez, de falta de oportunidad, de difícil acceso a la salud, al empleo, a la vivienda y a la educación, cuando manejan una cantidad exagerada de dinero para beneficio propio. Es evidente que:

Ante lo antagónico de la realidad de la población desfavorecida y los informes oficiales, el mundo pobre reclama la urgencia de que los organismos multilaterales y los gobiernos nacionales entiendan que el pobre no es una cifra y que la real dimensión de la pobreza no es numérica, es social, es humana y converge con una realidad muy diferente a la planteada por los entes gubernamentales. (Herrera, Herrera y Herrera, 2016, p. 90).

Estamos hablando de situaciones complejas que requieren atención y que no se deberían reducir a ecuaciones matemáticas que deshumanizan a las personas en números que no hablan de las dificultades por las que tienen que pasar millones de familias diariamente. En esta misma línea podemos observar que en Colombia no hay políticas fijas que den soluciones a la pobreza porque no hay planes de desarrollo que perduren en el tiempo, cada 4 años cambian el gobierno y con él, las políticas de Estado que deberían procurar un proceso serio y firme por brindar los medios necesarios para tener una calidad de vida. (Herrera, et al., 2016). Es necesario contar con un plan que no dependa de un gobierno específico y mucho menos de una persona especial en los altos mandos para que la salud, el empleo, la educación, las pensiones, la alimentación, etc. funcionen con facilidad y eficiencia.

En este ensayo quiero mostrar una de las publicaciones que circulan permanentemente, a pesar de que no tiene ninguna fundamentación teórica y es una imagen anónima -como la mayoría de las que se esparcen en las redes sociales-, nos permite observar lo que pasa cotidianamente en el contexto del territorio colombiano.

Esta imagen muestra la realidad de las conversaciones que en el día a día van formando una sociedad llena de supuestos sin información. Y resalto la frase textualmente: “Ni Duque, ni Petro tienen la culpa de su pobreza, trabaje, madrugue, deje de estar viendo novelas, partidos de fútbol, emborrachándose y excusándose por todo”. Al parecer salir de la pobreza está ligado a un tema de entusiasmo, planificación y compromiso personal que no tienen nada que ver con las responsabilidades del Estado. En tal caso ¿qué les hace falta entonces a esas personas que trabajan, madrugan, no ven novelas, ni partidos de fútbol, ni se emborrachan e intentan no excusarse por todo? No digo que todos hagan parte de la excepción, pero sí sugiero que no todo es tan sencillo como se plantea en dicha frase. La verdad es que lo único que se logra con este tipo de consignas es que se reproduzcan discursos que encubren lo que está pasando realmente: y es que el Estado no está brindando el apoyo necesario para obtener condiciones de vida digna. Lo que me hace proponer que la sociedad está configurada para borrar e invisibilizar cuestiones tan preocupantes como las causas de la pobreza, puesto que si hay desconocimiento de causas hay insuficiencia de soluciones.

En este mismo sentido, quisiera tener presente las ideas de Klein (s.f.) quien, para hablar de lo común, nos muestra una problemática proveniente de la globalización que influye directamente en la situación interna del país y aborda una solución que podría dar respuesta a muchos de los problemas gubernamentales que hoy por hoy atravesamos:

En el ámbito ideológico a la idea de que la globalización responde en lo esencial a una crisis de la democracia representativa. ¿Qué ha generado esta crisis? Una de las razones básicas de la misma es el modo en el que el poder y la toma de decisiones han pasado de mano en mano hasta alcanzar extremos cada vez más alejados de los ciudadanos: de las instituciones locales han pasado a las provinciales, de las provinciales a las nacionales, de las nacionales a las internacionales que carecen de transparencia y posibilidad de seguimiento. ¿Cuál es la solución? Articular una democracia participativa alternativa. (p. 160).

Además de tener problemas con la manera en la que se ejerce el poder, vivimos en una sociedad construida en la base del capitalismo que desde la economía pone en el centro el capital y deja por fuera la vida misma (Pérez, 2016). El sistema capitalista por su lado hace que el país se vea permeado por el consumismo y la necesidad de aparentar todo el tiempo, haciendo que, aquel que no pertenezca a este engranaje sea expulsado por no aportar nada bueno a la sociedad y por el hecho de no estar vibrando en la misma sintonía por “salir adelante”. Por consiguiente, se puede evidenciar como se ignoran las problemáticas de fondo por perseguir unos ideales de gastos exagerados y esquemas económicos injustos. El reto está en que todos empecemos a identificar y a resaltar “la perversidad de la economía existente y hacer propuestas de formas distintas de pensar y hacer vidas (más) vivibles”. (Pérez, 2014, p. 26). Desde mi percepción no nos podemos quedar en la normalización de la pobreza y limitarnos a pasar por encima del que está durmiendo en la calle, tenemos que salir del cuadro paisajístico de la misma y buscar las raíces del problema.

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Otra de las cuestiones que influye en las situaciones de escases de las personas tiene que ver con la discriminación hacía poblaciones históricamente vulneradas solo por su color de piel, su orientación sexual, su origen, etc. Serje (2005) en su libro El Revés de la Nación nos cuenta cómo se ha organizado la sociedad moderna para dejar de lado personas que terminan estigmatizadas y, como consecuencia, en situaciones de precariedad:

En la medida en que la periferia del orden moderno se piensa como desorden y como violencia continúa, la intervención del centro se ve legitimada. Lo que guía este designio de infinito progreso es un ímpetu devorador de gentes y paisajes para saciar el apetito voraz de su economía, basada en el modo de producción moderno, que requiere periferias, márgenes y fronteras, patios traseros y bajos fondos, donde, precisamente, al poner un límite a la universalidad de su orden, crea zonas de tolerancia donde se puede propasar subordinando gentes y arrasando recursos. Allí se configura el escenario perfecto donde el fin justifica los medios, necesario para la producción devastadora de riqueza: las tierras de nadie, las “zonas rojas” y las “fronteras internas”. Por ello, los márgenes de la civilización se pueden describir, más que como realidades externas a ella, como su condición de posibilidad. (p. 22).

Por lo tanto, podemos observar que varios grupos y paisajes sociales son “borrados” para inscribirlos dentro de la estética y la ideología del progreso y el desarrollo. Así entonces, cualquiera que no responda a un ideal de “persona de bien” o, como lo propone María José Capellín citada por Pérez (2014), que no sea un “sujeto privilegiado de la modernidad: sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con una funcionalidad normativa, heterosexual” pasa al grupo de los excluidos y marginados de la sociedad por aspectos que son ajenos a su voluntad (raza, género, clase social, etc.) atravesados por un sinfín de “discursos discriminatorios que contribuyen a la permanencia de actitudes y conductas discriminatorias hacia grupos humanos diferentes por el color de su piel, por su cultura, etnia o clase social”. (García y Granados, 1999, p. 130).

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Digamos que desde mi experiencia personal nunca he tenido una situación de escasez extrema, sin embargo, estoy inmersa en un contexto que juzga, castiga y criminaliza a la gente que no pertenece a la élite de este país. Y es a este punto al que quiero llegar, el hecho de que tengamos comida a diario y un techo donde vivir, no significa que seamos ajenos a lo que pasa a nuestro alrededor y mucho menos que poseamos riqueza. Toda mi vida he visto como personas cercanas de “clase media” han trabajado incansablemente, han estudiado y han hecho las cosas necesarias para tener tiempo y calidad de vida, pero han sido arrasados por un sistema con muchas falencias. Los que trabajan se limitan a sobrevivir con salarios bajos, horarios extensos mal remunerados, pensiones perdidas, problemas con su salud física y mental, altos costos en la canasta familiar, etc. Aquellos que han decidido emprender tienen iguales o peores dificultades, consumidos por los altos impuestos, las aseguradoras y los riesgos que conlleva tener una empresa en Colombia. Y esto, desde el campo laboral. Por su parte desde la educación he podido ver una situación igual o peor de decepcionante, en realidad estudiar no debería ser una cuestión de privilegio sino un derecho fundamental, acceder a una universidad pública es un reto y aunque en el mejor de los casos se acceda a ella, al salir, los estudiantes se ven enfrentados a regalar su trabajo o a darle paso a otros que pueden hacerlo igual o mejor, todo esto en una lógica de agradecimiento por la “oportunidad” de trabajar sin contar con experiencia. En otros escenarios he observado a muchos jóvenes que buscan opciones de técnicas y tecnologías porque: “es más rápido y se gana bien”, y otro porcentaje decide dejar sus estudios para dedicarse a trabajar porque en sus casas no los pueden dejar de “mantenidos”. Así entonces vemos a una sociedad estructuralmente injusta desde las dinámicas más básicas de formación personal como la educación.

En definitiva, la intención de este ensayo fue adentrarse a algunas de las causas de la pobreza desde lo que nos toca en la cotidianidad a todos, teniendo en cuenta que no es algo proveniente de un desgano de cierta minoría, sino que hay todo un sistema proporcionando situaciones de miseria a través de la educación, de la cultura, de gobiernos arbitrarios, de salarios injustos, etc. Es por ello que se deben hacer todos los esfuerzos en conjunto desde nuestro quehacer como profesionales y como parte activa de la sociedad para aportar a que haya espacios un poco más incluyentes, un poco más justos.

Referencias

Canal Uno. (2021). Una asombrosa cifra se revela sobre cuánto vale la corrupción en el país. https://noticias.canal1.com.co/uno-dos-tres/asombrosa-cifra-revela-sobre-cuanto-vale-corrupcion-colombia/

García, J. y Granados, A. (1999). El racismo pensado. Editorial Trollo, S. A. Sagasta. Madrid: España.

Herrera, J. Herrera, K. y Herrera, Y. (2016). Eufemismos bioéticos de la pobreza: clase vulnerable colombiana entre las estadísticas y la realidad. Revista Latinoamericana de Bioética, 17(1), 80–101.

Klein, N. (s.f.) Reclamemos los bienes comunales. https://newleftreview.es/issues/9/articles/naomi-klein-reclamemos-los-bienes-comunales.pdf

Pérez, A. (2014). Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Edición: Traficantes de sueños.

Serje, M. (2005). El revés de la nación: Territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie. Universidad de los Andes: Bogotá, Colombia.

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