Realidades ocultas y ocultadas

KAREN MONSALVE VELEZ
Pensamiento

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Descubrirse

Tenía 20 años, me miraba en el espejo, odiaba lo que veía. Crecí con la creencia de que estar gorda está mal, no importa la razón, ser gorda es sinónimo de fealdad y rechazo. A la sociedad no le gusta ver personas obesas y yo soy una de esas personas.

Padezco diferentes enfermedades raras, entre ellas gigantomastia e hipertrofia mamaria. Mis senos son grandes, pesan demasiado. A causa de ellos tengo escoliosis dorsal. Desde que noté que crecerían tanto quise hacerme una mamoplastia de reducción. A esa edad por fin conseguí que me viera un cirujano plástico, él me envió con la nutricionista, debía bajar de peso si quería que me operaran, debía reducir al menos 10 kilos. Traté de bajar de peso. La nutricionista me dijo que debía solicitar apoyo psicológico para enfrentar el proceso y un mes después tuve mi primera cita con la psicóloga del hospital del municipio. Le empecé a contar sobre mis comportamientos, algunas cosas sobre mi actitud hacia la comida, los ataques de pánico, cómo he sobrellevado las situaciones complejas en mi vida.

Y sin esperarlo, la psicóloga me dijo: — “Tienes hiperfagia, ¿sabes qué es?” Al responder que no, ella empezó a explicarme que es un trastorno alimenticio…

Los trastornos del comportamiento alimenticios (TCA) son enfermedades psiquiátricas, en las que hay una relación entre el comportamiento, las actitudes y la ingesta de alimentos (Portela de Santana, da Costa Ribeiro, Mora Giral, Raich, 2012). Afectan negativamente la salud, las emociones y la capacidad de desempeñarse en áreas importantes de la vida. Su gravedad queda representada en los elevados índices de morbilidad, la cronificación del trastorno y la proliferación de casos subclínicos, especialmente entre adolescentes. Tienden a aparecer como consecuencia de la mezcla de factores individuales, socioculturales, familiares y biológicos. El resultado es que pueden amenazar al bienestar físico y psicológico del sujeto e incluso llevar a algunas personas a enfermarse o a morir.

La hiperfagia es un tipo de ansiedad y es la manera dominante en que la mía desencadena. Me ordenaron una cita con psiquiatría, me diagnosticaron un trastorno de ansiedad generalizada y me medicaron.

La hiperfagia es un aumento del volumen y de la cantidad de las comidas, que se basa en la hiperorexia, es decir, en un aumento del apetito (apetito insaciable). Las personas que lo padecemos necesitamos ingerir gran cantidad de alimentos para tener la sensación de bienestar (confundida con plenitud gástrica). Por lo general, tenemos una pérdida de control en la ingesta de alimentos poco saludables (lo que nos apetece).

Este trastorno alimenticio está asociado comúnmente a una relación afectiva entre el estado de ánimo y el consumo desmesurado de alimentos. También se relaciona con el “hambre emocional”. Los episodios de ansiedad se confunden con hambre y los queremos hacer desaparecer con el consumo excesivo de alimentos. Todo esto con el fin de relajar o liberar la sobrecarga de emociones que generan malestar, que son muy positivas o como recompensa a alguna situación: superar algún obstáculo en nuestro camino, por ejemplo.

… Hay días más complejos que otros, días en los que mi ansiedad está excesivamente elevada. Hoy por ejemplo me invaden los pensamientos negativos, pensar en todo lo que puede salir mal en mi vida, todo lo malo que puedo estar haciendo, las cosas que en el momento no van bien, el estrés de la universidad, problemas familiares, hacer un proceso de duelo para superar una pérdida, este último me está costando más de lo que creí en algún momento. Han pasado tres años, lloro a menudo, algunas veces tengo ataques de pánico, otros como hoy simplemente sin considerarlo, como por inercia; bajo a la tienda, compro dulce. Unos pingüinitos, un yogur, un submarino de fresa, un chocoramo, galletas Wafer Noel, nucitas, galletas chokis. Como y no soy consciente de que lo hago, terminé todo lo que compré, ahora quiero vomitar. Estoy cansada de comer hasta este punto. Siempre me doy cuenta de lo mucho que como porque al final quiero vomitar y me siento mal porque no debo hacerlo.

No fui consciente de mi comportamiento alimenticio hasta que decidí acercarme a los tratamientos, empecé a hacer preguntas en las citas con mi psiquiatra, busqué información en internet, todo lo que me pudiera ayudar a empaparme del tema, entender y autoanalizarme para, poco a poco, mejorar. La psiquiatra me explicó que la crisis de ansiedad desencadenada en hiperfagia se da en 4 fases:

En la primera hay una sensación de malestar indefinible, tanto a nivel somático como psíquico. Esta sensación es difícilmente explicable en palabras (es una forma de angustia). Esta angustia es interpretada como una necesidad de comida, y poco a poco, la idea de comer se impone en el ánimo de la persona que, en principio, procura resistir a esta necesidad pues conoce muy bien cómo acaba este tipo de proceso. La segunda es la fase de lucha interior, inútil ya que la tensión emocional aumenta hasta llegar a un punto en el que se produce la descarga, que es la tercera fase, mediante la ingesta alimentaria con unas características determinadas: masiva, rápida e irresistible. Por último, está la fase de remordimientos, que puede ser origen de una nueva crisis.

Algunas características de comer de manera emocional son: el hambre repentina, que ataca de pronto y con rapidez. Lo recuerdo y es gracioso, aprendí a robar comida en la noche (casi siempre pan) sin que me escucharan en mi casa. Otras características son los antojos de comida específica, generalmente no saludable, antes de saber que era por mi enfermedad, cada vez que tenía un antojo pensaba que estaba en embarazo, pero nunca fue así; urgencia incontenible por comer sin que medie tanto tiempo desde la última comida; asociación del hambre con emociones negativas recientes; inconsciencia en lo que se come, comer aún después de estar satisfecho; hambre generada en la mente y no en el estómago, y, finalmente, sentirse culpable después de comer.

Convivir con el enemigo

Sobrellevar las crisis es arduo, luchar contra los impulsos de comer se me complica mucho, cada que vivo una situación que me genera incomodidad, miedo o algún sentimiento negativo, mi mente automáticamente piensa en comer, mi parte racional me dice que está mal, intento ocuparme, hago diferentes cosas para evitar ir a la tienda, a veces solo me abstengo con mucha fuerza hasta las 11 p.m. que la cierran y ya no tengo dónde comprar. Mi parte emocional dice que la única manera de aliviar mi malestar es comiendo, sentir que algo puede estar bien por un momento que solo puede ser aquel en el que como.

El componente afectivo de la relación entre emociones y alimentación no es simple: los estados emocionales y de ánimo pueden influir en la conducta alimentaria, y a su vez la alimentación puede modificar las emociones y estados de ánimo (Gibson, 2006, citado en Peña y Reidl, 2015). Quizá por eso las emociones como detonantes de la ingesta excesiva de alimentos son la explicación más recurrida y estudiada para la hiperfagia. Se come en exceso no precisamente por hambre, sino para liberar la sobrecarga de emociones como la frustración, estrés, enojo e incluso la felicidad . De modo que es fundamental conocer los aspectos psicológicos en la conducta de comer, en el desarrollo de hábitos, aprendiendo a manejar las emociones, entendiendo su relación con los pensamientos, los sentimientos y las conductas.

… No siempre como para liberar emociones negativas, a veces, como ayer, lo hago como premio porque hice algo. Hay días en los que no quiero pararme de la cama, no quiero ver a nadie ni que nadie me vea, no quiero hablar, me gusta la quietud y el silencio de mi habitación. Pero me obligo a salir de la cama, organizarme, ir a clase, intentar socializar, esos días son los que más me organizo con el fin de que al intentar verme bien físicamente las personas que me rodean no sepan que emocionalmente estoy fatal. Al llegar a casa me premié por haberlo hecho bien, me llené de comida de nuevo hasta que vomité todo lo que comí. La semana pasada lo hice porque estaba feliz, el motivo era simple: entregué un trabajo que llevaba días haciendo. Antes de llegar a casa pasé a la tienda, compré un paquete familiar de crispetas ramo, un pingüinitos, yogur, chocolatinas y me encerré en mi habitación para comer, al final no fui capaz con las chocolatinas, tuve que ir corriendo al baño a vomitar.

Crecer en un entorno gordofóbico y represivo.

En la sociedad actual y globalizada, el ideal de la belleza diseminada en los diferentes contextos sociales, económicos y culturales a través de los medios de comunicación, imponen y valorizan la figura de la “delgadez del cuerpo” para hombres y mujeres adolescentes. Por otra parte, estigmatizan la obesidad. Los medios de comunicación muestran mensajes de que ser delgado es hermoso, incentivan el uso de estrategias para alcanzar el nivel de belleza establecido.

Crecí con una mamá que siempre estuvo en desacuerdo con mi aspecto físico. Yo nunca fui particularmente delgada, siempre resalté entre las demás niñas de mi entorno. Desde muy pequeña mi mamá cambió mi alimentación, no me permitió comer nada que tuviera grasa, nunca una papa frita, nunca una carne hecha en aceite. Siempre galletas, tostadas y pan integral, mantequilla light, arepas integrales, muchas ensaladas, todo cocido.

A diario escuchaba a mi mamá decirme: — “estás muy gorda, deberías dejar de comer tanto, haz ejercicio, algo”, “mira qué barrigona te ves”, “cuídate, a los hombres no les gustan las mujeres gordas como tú”. Con el tiempo las demás personas en mi familia repetían sus mismas palabras… “Cómo estás de gorda”. Empecé a creer en lo gorda que estaba, me sometí a dietas, le cogí asco a la comida. Muchas personas me decían qué ropa no podía utilizar por ser gorda: con faldas te ves mal, los shorts muestran las celulitis de tus piernas, con esas blusas tan cortas se te ve lo barrigona que estás, no utilices nada pegado, disimula que estás obesa.

Llegué a pesar 90 kilos. Es cierto, me descuidé. Tuve una temporada difícil, comí hasta el cansancio, incrementé de peso y no me importó, o eso pensé. Un día desperté, me vi en el espejo y odié lo que estaba viendo, intenté vestirme y mucha ropa me quedaba pequeña, otra se me veía mal, “todos tenían razón, soy una obesa y es difícil que alguien pueda querer a una persona como yo” fueron los pensamientos que dominaban mi mente durante esos meses. Quise bajar de peso, inicié una dieta, empecé a ir al gimnasio con un entrenador. Bajé 6 kilos y volví a recaer en las crisis de hiperfagia.

Mi relación con la comida la define un autor en pocas palabras: La comida ya no tiene solamente un significado fisiológico, sino también emocional, y cobra un papel protagonista cuando nos sentimos bien. Asociamos, de esta forma, la comida con emociones positivas, y esta asociación permanece en el tiempo. “Así, la mayoría de las veces, cuando tenemos ansiedad por comer más o tomar dulces, en realidad lo que tenemos es hambre de compañía, de afecto, de tranquilidad, de seguridad” (Ortuno, 2015, p. 21). Como para sentirme mejor, mi mente cree que comiendo todo mejorará, que empezará a sentirse bien y que podré disfrutar lo que hago. A veces, cuando me dicen gorda, tengo una crisis y supongo que comiendo, algo va a cambiar dentro de mí.

Sandy Ramos Núñez, trabajadora social, estudiante del Magíster de Género e Intervención Psicosocial de la Universidad Central, afirma que la gordofobia no solo es producto del sistema patriarcal o del discurso biomédico que instala la idea de personas gordas enfermas; la gordofobia es producto del colonialismo, capitalismo y patriarcado que impusieron una forma de vivir y no otra para sostener un sistema basado en la violencia y la opresión que si no toca la gordofobia dejará estos ejes de dominación en el mismo lugar: el de la violencia. Gracias al imaginario de cuerpo perfecto que la sociedad ha instaurado en las personas, hoy muchas mujeres tenemos que vivir con la violencia que se ejerce sobre nuestros cuerpos.

Enfrentarse a la realidad

En este momento tengo 22 años, he aumentado de peso, tengo 102 kilos y muchos complejos. Sigo escuchando esas palabras violentas por parte de las personas de mi familia, cada que voy a visitarlos su saludo es — “te estás engordando mucho”. Hago cosas como ponerme un cojín en la panza cuando me siento, ponerme camisetas, hacerme un contorno en la cara, todo para disimular mi gordura. Sigo asistiendo a los controles con la psiquiatra, muchas cosas no mejoran, me aumentaron la dosis de medicamentos y tengo que ir a terapia psicológica.

… Hoy es lunes, tuve una cita con la psicóloga. Ya hemos hablado de mi relación con la comida, de cómo disfrazo mis emociones con el bienestar ficticio que me da la comida. Estuvimos hablando de algo importante, encontramos la causa de mi hiperfagia… Crecer con tanta violencia verbal me ha hecho sentir la falta de amor. Mi abuela es quién me demuestra su amor constantemente, el problema es que ese amor siempre lo demuestra con comida. Cuando era niña me hacía comida aparte porque no me gustaba lo que había hecho, cuando llegaba a visitarla siempre me cocinaba lo que yo quería, y ahora a veces solo llego y me hace mi comida favorita, me cocina todo lo que me gusta. Ahora entiendo que, gracias a su manera de darme amor, ahora yo busco sentirme amada con la comida, por ejemplo, cuando me regalan dulces, una burbujet, una chocolatina, etc.

En mi vida actual, como poco en las 3 comidas básicas, procuro porcionar todo como me enseñó la nutricionista. Con otras comidas como la media tarde o los dulces a veces me cuesta tener control, sigo teniendo recaídas, aunque ahora son menos frecuentes. Hace unos meses tenía crisis al menos dos veces a la semana. En este momento, con mucho esfuerzo y ayuda, he conseguido tener una sola crisis durante un mes entero. También hay cosas negativas, hay días en los que no me provoca comer, paso semanas con una sola comida al día y únicamente porque debo comer para tomar el medicamento. Otros días salgo a comer, pero después de una hamburguesa o una comida poco saludable automáticamente mi cuerpo la rechaza y voy a vomitar. Pero he tenido logros y eso es lo importante.

Cuando tengo crisis enfrento dos sensaciones. Primero, necesidad de comer y después odio hacia mí misma. Estos alimentos dulces representan un placer y satisfacen una necesidad. Tras su consumo aparecen la culpabilidad y vergüenza, una sensación de complejo, desesperación, perversidad. En consecuencia, la comida es un foro para los conflictos entre la culpa y el placer, porque quedo con una constante sensación de culpabilidad por el placer.

Sanar es paz para el alma

Después de un atracón, puedo sentir culpa, enojo o vergüenza por la conducta y por la cantidad de alimentos consumidos. Sin embargo, no intento compensar esta conducta con el ejercicio desmesurado o la purga. La vergüenza puede provocar que coma solo para ocultar los atracones. Entender que no debo darme latigazos por mi comportamiento, que además es inconsciente e involuntario, no va a mejorar mi condición física y mucho menos la emocional o la psicológica.

Los trastornos alimenticios a causa de la inestabilidad de la salud mental son una realidad de la que no se habla. Es importante que se visibilicen tantas realidades ocultas para que las personas que padecemos estas enfermedades dejemos de sentirnos discriminadas e incomprendidas. La violencia del neoliberalismo, que se reapropia de demandas y gramáticas que le son ajenas, hace que se dificulte una resistencia real hacia esta racionalidad hegemónica que promueve la inconformidad de las personas con los cuerpos reales. A causa de la preocupación odiosa por los cuerpos gordos, la sociedad está olvidando que nuestras condiciones de vida son producto de una estructura política, económica y cultural que impuso una lectura de los cuerpos. Autores como Bell Hooks me hacen cuestionarme la relación de la sociedad con los cuerpos reales y no es precisamente porque esté de acuerdo con lo que expone en su libro “Todo sobre el amor”. Por el contrario, no es una posición con la que me identifico:

Una de las mejores maneras de aprender a quererse a uno mismo es darse el amor que a menudo sueña con recibir de los demás. Hubo un tiempo en que mi cuerpo me repugnaba, me veía como una cuarentona demasiado gorda, demasiado esto o aquello. Sin embargo, fantaseaba con encontrar un amante que me diera el regalo de amarme tal como era. Ahora entiendo lo absurdo que fue soñar con que alguien me ofreciera la aceptación y confirmación que me negaba a mí misma. La máxima «Nunca podrás amar a nadie si eres incapaz de amarte a ti mismo» tenía en mi caso todo el sentido. Y yo añadiría: «No esperes recibir de otros el amor que no puedes darte a ti mismo». (Hooks, 2000 p.66)

Aun con las batallas que libro día a día me he recordado cada mañana al despertar, durante varios meses, que ser merecedora de amor, respeto y aceptación respecto a mi cuerpo por parte de las personas a mi alrededor; no depende de cuánto me quiero o me valoro yo misma, mis peleas internas no tienen por qué permitir la vulneración de mi cuerpo y mi salud mental. Amarme a mí misma es un objetivo deseable, no un prerrequisito para ser amada. No importa como me veo o me siento soy merecedora del cariño y todo el respeto que puedo imaginar. La construcción de mi autoestima es un proceso multifactorial que depende no solo de mi experiencia sino también de cosas que no están bajo mi control como temas políticos, económicos y contextos sociales y el bombardeo publicitario. Como dice Byung-Chul Han en su libro La agonía del Eros, “El amor no es posesión y dominio del otro sino aceptación de su alteridad” Han. B (2014).

Cada marca que el cuerpo transporta es el recuerdo de una batalla vivida. Cada una de mis estrías y mis kilos de más me recuerdan día a día lo valiente que he sido por no dejarme vencer por mi hiperfagia, que siempre podré seguir adelante, porque las cicatrices del pasado me recuerdan dónde estuve, pero no tienen que dictar a dónde voy.

Referencias:

· Cervera. P, Rigolfas. R (1984). Aspectos psicológicos del comportamiento alimentario y sus consecuencias en la obesidad. Revista Española de Enfermería, 1984, num. 65-66, p. 12-13 http://diposit.ub.edu/dspace/handle/2445/68883

· Han, Byung-Chul (2014) La Agonía del Eros 3ra edición. https://gateway.ipfs.io/ipfs/bafykbzaceastcp5f7pvk5xskarp4mkjze4ghy5rho5rgepaxzyusanduahulu?filename=%28Pensamiento%20Herder%29%20Byung-Chul%20Han%20-%20La%20agon%C3%ADa%20del%20Eros-Herder%20Editorial%2C%20S.L.%20%282014%29.pdf

· Hooks. B (2000)Todo sobre el amor 1ra edición

https://archive.org/details/todo-sobre-el-amor-spanish-e ition-bell-hooks-hooks-bell-z-lib.org/page/n181/mode/2up?view=theater

· Ortuno, I. (2015). Devorando emociones: Hambre real o hambre emocional. Revista de Gastronomía. 2(2), 21. Recuperado de http://www.isabelortunopsicologia.com/articulos/Revista_de_Gastronomia_2015_Maria_Isabel_Ortuno.pdf

· Peña, E. & Reidl, L. (2015). Las emociones y la conducta alimentaria. Acta de Investigación Psicológica - Psychological Research Records. 5(3), 2182-2194. Recuperado de http://www.redalyc.org/pdf/3589/358943649006.pdf

· Portela de Santana ML, da Costa Ribeiro Junior H, Mora Giral M, Raich RM. La epidemiología y los factores de riesgo de los trastornos alimentarios en la adolescencia: una revisión. Nutrición hospitalaria. 2012. pág. 391-401.

· Ramos. S (2020). Gordofobia: otro espacio de opresión y violencia. Ucentral Noticias https://www.ucentral.cl/noticias/fac-cs-de-la-salud/centros/gordofobia-otro-espacio-de-opresion-y-violencia

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