En la punta de la lengua

Ácrata y Banquero
Pequeños Detalles de lo Cotidiano
2 min readMay 25, 2013

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Bogotá es una ciudad cruel. Una ciudad difícil de digerir. Es como la primera vez que se fuma, un sorbo de café sin azúcar, un trago de tequila sin limón ni sal. Es un gusto aprendido. Hay que tenerle paciencia, considerarla una niña caprichosa, una que cuando le place es la más dorada. Pero cuando decide atormentar lo hace con hielo.

Cuándo empieza el día con ese frío incesante — que se mete por todas partes como si fuera un espíritu que lo inunda todo — mi imaginación me transporta a un sitio más apropiado para mi existencia. Es un sitio soleado, cerca del mar. Donde todo se ve como una película de verano familiar. Un mar azul profundo de fondo y yo estoy debajo de una palmera. Cerca de mí se broncean Pedro Picapiedra, Johny Bravo, Ickis y Sísifo.

Con asombro veo a La Victoria pasearse por ahí, reflejando el sol, siendo parte de la luz. Ella también es aire y lo sé porque siento la suave fragancia de su piel mezclándose con la sal en un beso profundo como el azul del mar que viaja con el viento. Se deja llevar con la magia silenciosa de una pantera. Entona una melodía que yo estoy convencido de haber escuchado antes. Se acerca y me toma de la mano. Yo puedo sentir cada uno de sus dedos sobre los míos, su delicadeza. Sus manos de niña mimada. Mis yemas disfrutan la suavidad de su piel. A medida que caminamos, todo se hace más brillante, hasta que sólo puedo seguirla con la melodía, con su canto de cielo.

Es ahí cuando me despierto, cuando aterrizo en el mundo real. En el que hace frío. Desubicado. Siendo Sísifo. Con mis yemas latiendo por su piel. Y con una melodía que llevo en la punta de la lengua.

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