Corrupción y desatascadores

Fany S. Vasconcellos
Periodismo y otras plagas
4 min readApr 9, 2017

Pasa en las mejores familias: el baño se atasca de mierda y tienes que decidir si el apaño del fontanero lo pagas con IVA o sin IVA. Hasta hace unos días, transitaba en la ficción de que la pequeña corrupción existía, pero no estaba tan extendida. O mejor: que estaba extendida pero no era tan obvia. Llamé a tres compañías de fontanería y me pasaron con tres profesionales que me ofrecieron sus servicios sin impuestos añadidos, que es como pedirse ocho copas sin resaca al día siguiente. Un win win de primero de Hacienda.

Las conversaciones fueron más o menos así:

– Tengo el problema x, ¿cuánto me puede costar?

– Entre 100 y 120 euros.

– Hostia, eso con el IVA ya incluido, ¿no?

– Ah… ¿con IVA? ¿Pero necesitas la factura?

Las tarifas eran similares así que elegí al que tardaba menos en llegar. Después de resolver el entuerto orgánico me volvió a preguntar si estaba segura de que quería la factura. “Porque mira, a mí me da igual, pero son 30 euros menos y la garantía es la misma, eh”. Muy segura ya no estaba, pero mi compañero de piso me reafirmó por teléfono en la primera opción. “Vamos a ser buenos ciudadanos”, dijo con guasa.

Me acordé entonces de un tuit que puse después de leer un paper sobre corrupción: “A ver si soy yo el único gilipollas que cumple la ley”, que en lenguaje académico sería: “Si existe la creencia de que la mayor parte de los otros actores sociales van a engañar o jugar sucio, todos tenemos incentivos para actuar de forma corrupta o indebida, pues hacerlo de forma honesta llevará a pérdida innecesarias…”. En mi caso, pérdidas innecesarias de 27,30 euros, para ser exactos.

Hace unos meses escribí un intento de análisis sobre la tolerancia a la corrupción. La hipótesis que pretendía demostrar no se cumplió, pero aprendí algunas cosas que explico a continuación:

  • Medir la corrupción es difícil. Existen tres formas de aproximarse a ella: la objetiva (contando casos conocidos, investigaciones y condenas); la que estudia la percepción pública (CIS, Eurobarómetros, índices de Transparencia Internacional…) y la que mide la experiencia de los ciudadanos. Cada una de ellas tiene límites: la primera, que la mayoría de los casos no salen a la superficie; la segunda, que la percepción está muy condicionada por la cobertura mediática y la corrupción tiene “efectos retardados” (los escándalos recientes sucedieron durante la burbuja inmobiliaria o antes incluso); y la tercera, que las respuestas pueden estar lastradas por la “deseabilidad social” (en las encuestas todo Cristo paga el IVA de los fontaneros, right?).
Barómetro de marzo de 2017. La corrupción lleva varios años entre los principales problemas de España.
  • Del dicho al hecho hay un euro. Según el Eurobarómetro 79.1 de 2013, la percepción de la corrupción en España era una de las más elevadas de Europa: el 95% de los encuestados opinaba que estaba extendida, sólo detrás de Grecia e Italia. Más del 90% de los españoles decía que la corrupción en el sector público no era aceptable, y un porcentaje similar aseguraba que nunca había vivido o presenciado un caso de corrupción. En otras encuestas como la European Values Survey, los ciudadanos condenan el fraude a la seguridad social, la evasión fiscal o el pago de sobornos, pero la opinión y el comportamiento son cosas distintas.
  • El comportamiento individual depende de las expectativas que tengamos sobre nuestro entorno. Si sospechamos que los demás (las instituciones, los políticos y otros ciudadanos) actuarán de forma deshonesta buscando su propio beneficio, y que actuar de buena fe nos perjudicará, será más fácil justificar el propio incumplimiento de las normas. Rechazar ‘nominalmente’ la corrupción no impedirá que, por ejemplo, paguemos un apaño sin IVA o votemos a un partido corrupto.
  • Cuando la corrupción percibida se dispara, los ciudadanos pueden llegar a verla como algo inherente al funcionamiento de la democracia y asumirla como parte de sus relaciones. “Los escándalos vacunan contra la respuesta cívica […]. Al usar la frase ‘todos son iguales’, los múltiples escándalos de corrupción que hemos conocido en España generan un cierto fatalismo que lleva a descontar tal fenómeno en el momento de depositar el voto”. Pero también a ‘normalizar’ el tráfico de favores y la trapacería cotidiana, perpetuando el círculo de la desconfianza.
  • Desde un punto de vista económico (cost-benefit tradeoff), se puede justificar la corrupción cuando el balance entre honestidad y eficiencia se inclina a favor de la segunda. Los ciudadanos perdonan más el fraude cuando la economía va bien (‘el alcalde es un mangante, pero gestiona bien las cuentas’), cuando se benefician de él (‘qué bien le vendrá al pueblo una estación de AVE’) o cuando creen que así restauran el orden en el universo fiscal (‘ya nos roban bastante’). Sucede lo mismo cuando hay que elegir entre ideología y honestidad: el ‘coste’ de votar a un candidato íntegro pero alejado de nuestras preferencias es ‘demasiado alto’, especialmente en contextos polarizados y cuando la oferta electoral es reducida. Mejor lo malo conocido que los rojos por conocer.
  • Por último, los actos deshonestos nos parecen más o menos graves dependiendo de quién los cometa. Como dice Elena Costas, “si es de los nuestros es menos corrupto”. Tendemos a rechazar o minimizar la información que nos genera ‘disonancia cognitiva’. Es decir, que entra en conflicto con nuestras creencias o intereses. “Mi primo el fontanero es una bellísima persona y creo que estás exagerando”. Relativizamos los errores de ‘los nuestros’ y tratamos de entender sus motivos. “Es un trabajo muy precario, la cosa está muy mal”. O señalamos a los otros: “Los de arriba sí que roban, no jodas”.

Estoy plenamente convencida de que el fontanero era una bellísima persona, de que no era precisamente millonario –pese a que facturó en 30 minutos lo que yo gano en varios días de trabajo– y de que ‘los de arriba’ roban a manos llenas. Pero con todo, pagué como una gilipollas. Porque alguien tiene que empujar la mierda para que siga funcionando este puto retrete.

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