Huelga tipográfica

Fany S. Vasconcellos
Periodismo y otras plagas
2 min readSep 26, 2016

Hace unos meses leí la expresión “huelga tipográfica” en un periódico antiguo e imaginé a un sindicato de letras negándose a trabajar al servicio de nuestras frases más terribles. Organizando piquetes armadas de serifas, que son las armas blancas del abecedario. Bloqueando la escritura de los patrones del idioma que las retuercen hasta decir lo que ellos quieren.

La noticia hablaba de una huelga de tipógrafos en Castellón, y sentí el impulso de buscar otras protestas similares en la hemeroteca. Durante los años 20 fueron frecuentes las acciones de este tipo, los obreros exigían la reducción de la jornada y el aumento de los salarios. En 1919, una revista boicoteó a los huelguistas de Nueva York. Los redactores de The Literary Digest escribieron sus artículos a máquina, fotografiaron las páginas, las electrotiparon e imprimieron sin necesidad de componerlas manualmente en cajas.

Los editores querían meter miedo a los tipógrafos (¡no os necesitamos!), pero a la vez presagiaron la muerte de los tipos móviles: “Acaso en esta edad de las maravillas la perfección futura de la revista pueda basarse en la total eliminación del costoso procedimiento que hasta ahora se ha venido siguiendo en la impresión de los periódicos”.

El empleo de los cajistas desapareció, pero las letras siguen siendo la fuerza productiva del idioma, el proletariado explotado por los burgueses del pensamiento. La plusvalía nos la llevamos nosotros, que sería algo así como el beneficio obtenido por el uso interesado de las oraciones: una traición, un fraude, una calumnia. No habría explotación ni plusvalía si se tratase de una disculpa, un halago sincero o un argumento razonado. Sería un pacto justo: “Yo me someto a tu autoridad gramatical a cambio de que busques la belleza y el bien común”. Si las letras se hubiesen rebelado contra los abusos del ser humano la Historia estaría libre de manipuladores y guerras.

Me pregunto qué ocurriría si el lenguaje fuese como el océano pensante de Solaris:una especie de ‘yogui cósmico’, un sabio, una manifestación de la omnisciencia”. Un organismo con algún tipo de conciencia universal que nos impediría usarlo con propósitos espurios (hacer daño o aprovecharnos de alguien conscientemente). Un dios sin ideología que bloquearía los malos pensamientos como si fuesen ecuaciones mal formuladas. Habría espacio para la libertad, las emociones, las leyes y el progreso. También para la desigualdad, porque hay fortunas que se generan sin lastimar a nadie, pero no para la corrupción y otros actos que, por inmorales (es decir, contrarios al lenguaje mismo, a su moral suprema), no podríamos enunciar en nuestra mente. No existirían ni siquiera como ideas.

Si las letras se pusiesen en huelga no podría terminar esta frase.

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