Sobre burkinis, hiyabis y la libertad de elección

Fany S. Vasconcellos
Periodismo y otras plagas
4 min readAug 20, 2016

Hace unos meses estuve en el Festival de Literatura de Bradford y pasé un par de días con la escritora y activista musulmana Mona Eltahawy (Egipto, 1967). Publiqué un artículo titulado “Sin revolución en los dormitorios no habrá democracia árabe”, que resume la tesis de su libro Headscarves and Hymens: Why the Middle East Needs a Sexual Revolution (2015). Más o menos decía que “hasta que la mitad de la población no esté liberada” no habrá un cambio político en Oriente Medio y en el norte de África. Y que esa liberación empieza por “no ver el cuerpo de la mujer como un pecado de la cabeza a los pies”.

Como el artículo era muy largo, la parte en la que debatía sobre el velo islámico con otras compañeras quedó fuera. La recupero ahora porque sirve para contextualizar la polémica prohibición del burkini en algunas playas de Francia. ¿Qué razones dan para cubrirse? ¿Es una imposición o una decisión? ¿Podemos hablar de “libre elección” con el peso de la cultura y la educación sobre los hombros?

Eltahawy compartió una mesa de debate con la periodista Remona Aly, la escritora Ayisha Malik (autora de Sofia Khan Is Not Obliged, la Bridget Jones musulmana) y Mariah Idrissi, la primera modelo con hiyab que apareció en un anuncio de una gran marca (H&M). Las tres coincidían en que cubrirse es “una decisión personal, una forma de relacionarse con Dios y de expresar su identidad como creyentes”. No tiene nada que ver con “estar oprimidas, querer encontrar marido o no ser acosadas por la calle”, decían.

Cabe mencionar que las tres tienen entre 25 y 35 años y han crecido en Reino Unido, mientras que Mona nació en Egipto, vivió unos años en Escocia, pasó su adolescencia en Irán y durante la universidad volvió a Egipto. Durante unos años llevó pañuelo para “ser una buena musulmana” y evitar el acoso de los hombres por la calle, pero después de luchar contra sí misma y contra su familia decidió quitárselo. Tenía veintipocos y se hizo un corte de pelo horrible para que no la acusasen de quitárselo “para llamar la atención de los chicos”.

Sus tres compañeras justifican el uso del velo con dos pasajes del Corán sobre la “modestia”:

“Di a los creyentes que bajen la vista con recato y que sean castos […]. Y di a las creyentes que bajen la vista con recato, que sean castas y no muestren más adornos que los que están a la vista, que cubran su escote con el velo y no exhiban sus adornos sino a sus esposos, a sus padres, a sus suegros, a sus propios hijos […]” (Sura 24, 30 y 31).

“¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga [como musulmanas] y no sean molestadas” (Sura 33,53).

Eltahawy replicaba que la interpretación del texto era torticera. “Hay que demoler las ideas de modestia y virginidad. ¡Vamos! Ningún hombre sale a la calle pensando: ‘Oh, tengo que ser modesto y dirigirme a las mujeres sólo por su intelecto’. Se les ha dicho a las mujeres que su cuerpo es un pecado de la cabeza a los pies y que cubrirse es una forma de estar seguras”. También aseguraba que “llevar velo es incompatible con ser feminista”.

Ayisha Malik respondía que “la liberación no es lo mismo para todos” y Mariah Idrissi ponía un ejemplo que, por su profesión, resultaba paradójico: “Algunas personas se sienten libres yendo desnudas por la calle, y pueden hacerlo si quieren, pero yo llevo pañuelo para que se me identifique como creyente y porque no quiero que mi cuerpo sea un reclamo sexual”.

“¡… pero si es modelo!”, replicará Mona un par de horas después del debate, fumando cigarrillos mentolados. Insiste en que el velo es “una cárcel en la cabeza” y la modestia un invento machista que convierte a las mujeres en “objetos preciosos que se devalúan al exponerlos”. Cuando aún llevaba pañuelo, una mujer con niqab (todo el cuerpo cubierto excepto los ojos y a veces las manos) se le acercó en el Cairo y le dijo: “¿Por qué no llevas niqab? Si quisieses comerte un caramelo, ¿cogerías uno que está abierto o uno que está envuelto?”. “Soy una mujer, no un caramelo”, respondió ella.

Sin embargo, las cuatro coincidían en un par de cosas: la libertad de elección es “un privilegio occidental” y una quimera en Arabia Saudí o Pakistán, y no es lo mismo llevar un hiyab que un niqab. De esta última prenda decían que, más que identificarte como musulmana, “anula tu identidad”. Oh. ¿Decir eso no resulta hipócrita? ¿Qué porcentaje de piel se puede enseñar para que se considere libre elección y cuál para que empiece a llamarse cárcel identitaria? Me quedo con la duda.

Antes y después de la charla, varias jóvenes con hiyab se sacaron fotos con Mona. “Cuando hablo puedo parecer una zorra agresiva. No me avergüenza esa actitud, ¿eh? Pero cuando se acercan se dan cuenta de que no voy a decirles: ¡Oh, quítate eso! Aunque tengamos opiniones distintas, estoy del lado de las hermanas”.

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