Flor A Secas
Personalidad y Psicopatologia
6 min readOct 3, 2016

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BITÁCORA 4: Apartado VI “La técnica psicoanalítica” (22/09/16)

Freud (1937–39) comienza afirmando que “el sueño es (…) una psicosis” (p. 173). Pone especial atención en las psicosis y nos brinda una descripción, para eso es necesario entender cómo es que se forman los estados patológicos; menciona que dichos estados se deben al debilitamiento del yo, ya que ésta instancia psíquica es la que se encarga de mediar entre la realidad interna y la realidad externa, de tal modo que, si las exigencias pulsionales del ello sobrepasan al yo, éste se paraliza y por consiguiente, es incapaz de cumplir su tarea regulatoria. Al afirmar que el estado de sueño es considerado una psicosis, es porque el yo “se deshace de la realidad del mundo exterior (…) y cae bajo el influjo del mundo interior.” (Freud, 1937–39, p. 173).

Continúa diciendo que en el trabajo terapéutico se debe hacer un pacto, un acuerdo entre el yo del enfermo y el analista; se trata de una especie de contrato en el que la persona que padece deberá poner su esfuerzo y sinceridad cuando narre sus pesares, incluso, las acciones más mínimas, sus pensamientos, palabras y las relaciones con los otros.

Sobre el punto anterior, se presentaron en la clase algunas dudas sobre el pacto entre el psicótico y el analista; porque si la realidad del psicótico es otra muy distinta a la “realidad objetiva” o externa, ¿cómo poder trabajar con eso?, ¿cómo hacer para que el paciente “vuelva” a la realidad normativa? Lo que la profesora menciona (si no mal recuerdo) es que, cuando Freud escribe sus textos, él estaba refiriéndose a “verdaderos psicóticos”; es decir, a personas que ya habían perdido totalmente el juicio y conocimiento del mundo externo, pero que en su experiencia como psicoanalista no había trabajado con una persona psicótica como las que refiere Freud. Nos mencionó que se puede lograr que el paciente colabore, pero que es necesario explorar sus antecedentes, su vida en la infancia, sus relaciones familiares y sociales; sin embargo, es necesario mencionar que dicha tarea no es una empresa fácil, conlleva (en muchas ocasiones) años.

En el capítulo se describe que los neuróticos son cercanos a los psicóticos, pero que, sin embargo, su yo se ha desorganizado menos. La profesora comentó algunas diferencias entre una persona psicótica y una neurótica; en el primer caso, el yo se encuentra muy desorganizado, o, en ocasiones puede ser que no se haya integrado en la infancia; para el segundo caso, el yo es menos desorganizado. También comentó algo en lo que estoy totalmente de acuerdo, que “nadie es totalmente normal”, porque todos somos “sanamente neurótico-patológicos” , es decir, todos tenemos manías, fantasías, miedos, etc., pero somos funcionales y somos capaces de adaptarnos a las exigencias sociales.

Sigmund Freud (1937–39) menciona que así como se pretende lograr un pacto entre la persona psicótica y el analista, así se debe propiciar el acuerdo entre el neurótico y el analista, de manera que el material que el primero aporte sea útil para “colegir lo inconciente reprimido en él” (p. 175). Todas las observaciones que Freud hizo sobre sus pacientes ayudan a dar luz sobre las consecuencias de tal pacto, por ejemplo, cuando refiere que hay transferencias del paciente al analista y (en ocasiones) visceversa; es decir, durante el trabajo terapéutico la persona enferma puede dirigir pensamientos y actitudes positivas pero también negativas hacia el analista, puede “ver” en él/ella a una figura de su infancia, regularmente a los padres o tutores, lo cual conlleva algunas ventajas; es decir, “Si el paciente pone al analista en el lugar de su padre (o de su madre), le otorga también el poder que su superyó ejerce sobre su yo (…).” (p. 176). La profesora Eva nos comentó que en su trabajo se ha encontrado con pacientes que le otorgan pensamientos negativos y positivos; una compañera (no recuerdo su nombre) preguntó que para el caso de actitudes y pensamientos negativos, “¿se debe continuar trabajando con la persona o se debe canalizar?”. La doctora comentó que se debe continuar trabajando, porque esos pensamientos hacia el analista son atribuidos a sus padres o algún otro familiar, pero que hay casos en los que la persona se niega a asistir a su sesión. Nos mencionó el ejemplo de una niña que atendía, sus padres la llevaron con ella porque decía mentiras; la niña contaba que se sentía “muy enojada” con la doctora, incluso dijo que la odiaba (pero la doctora dijo que ese odio era originalmente un odio-amor a su madre) y que ya no quería asistir más a las sesiones; la historia se quedó en que la profesora habló con los padres de la niña y les dijo que creía necesario un cierre tanto con ellos como con la niña. Es decir, tal como lo menciona Freud: “si la transferencia sufre un súbito vuelco, se considerará afrentado y desdeñado, odiará al analista como a su enemigo y estará próximo a resignar el análisis.” (p.177). La profesora también comentó que durante el trabajo terapéutico es normal que existan esos pensamientos, pero que había que tener cuidado por ejemplo, en no caer en el error de “creerse omnipotente”, y nos comentó el ejemplo de una chica (que había sido alumna suya años atrás) que llegó con ella, pero que venía de un mal manejo terapéutico porque la anterior terapeuta le había obsequiado una figura de ángel a la paciente, para que ella se sintiera más tranquila y la recordara cuando se sintiera ansiosa. La doctora dijo que eso está muy mal, porque un analista no puede sustituir a las figuras que cimientan el superyó; es decir, a los padres.

Continuando con el pacto, Freud menciona que para fortalecer al yo debilitado, “se parte de la ampliación de su conocimiento de sí mismo” (p. 178). Pero para proceder debe ser prudente (yo lo creo así, prudente) y además ético no errar en el decir al paciente cuáles son sus “fallos” en un primer momento, eso podría asustarle y perder el interés por asistir a terapia. No es fácil que el paciente emprenda un conocimiento de sí mismo, y mucho menos que lo comparta con su analista; ya que “el yo se protege mediante unas contrainvestiduras de la intrusión de elementos indeseados oriundos del ello inconciente y reprimido (…).” (p. 179). Es decir, durante el tratamiento, son las resistencias del paciente las que no permiten avanzar, “vencer las resistencias es la parte de nuestro trabajo que demanda el mayor tiempo y la máxima pena.” (p. 179). La doctora mencionó que una resistencia es un mecanismo de defensa, que “las transferencias son siempre resistencias”, el paciente se resiste al cambio, a ir a terapia, por ejemplo.

Mencionaré una duda que externé en el salón, porque no me quedaba claro cuando Freud hablaba de una “necesidad de estar enfermo o de padecer”, la doctora me aclaró que algunos pacientes se “castigan a sí mismos”, pero con ello también castigan a las personas cercanas: su familia; por ejemplo, una persona que se corta, sufre, pero también su familia sufre, y, además el paciente siente que “no debe sanar, sino permanecer enfermo, pues no merece nada mejor” (p. 180).

El neurótico, “ no es dueño de todas sus experiencias. (…) Su actividad está inhibida por unas rigurosas inhibiciones del superyó, su energía se consume en vanos intentos por las exigencias del ello.” (p. 181). De tal modo que el tratamiento terapéutico se dificulta, pero si el analista tiene la oportunidad de re-educar al superyó del enfermo, se pueden facilitar las siguientes etapas, aunque, como ya lo mencioné, cuidando no sustituir a las figuras de los padres.

Concluyo esta bitácora mencionando que me ha gustado mucho cómo se ha llevado la clase, la manera en que se ha buscado siempre la relación de la lectura con la materia, y por supuesto, los ejemplos que la doctora nos expone basados en su experiencia profesional para comprender mejor la lectura.

Freud, S. (1937–39). Obras completas. Volumen 23. Barcelona: Amorrortu editores:

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