Aquí y Allá: expresiones de la inequidad de género
En materia de derechos humanos, Nigeria ha llamado la atención urbi et orbe. Bombardeos y ataques por parte de grupos islamistas como Boko Haram, han buscado combatir cualquier clase de vínculo con la civilización occidental. De este modo, el sector educativo con frecuencia se ve vulnerado. Aunado a dicha amenaza externa que representa la agrupación extremista, una parte del pueblo nigeriano enfrenta también una amenaza interna: el idioma.
En Nigeria predominan tres lenguas: Yoruba, Igbo y Hausa. Estos se enseñan en la escuela con la intención de conservar la identidad nacional. Por su parte, el inglés generalmente se usa para unificar la pluralidad étnica que caracteriza al país. Pero contrario a lo que se acostumbra, existe una localidad en la que cohabitan dos idiomas distintos a los mencionados. ¿Lo curioso? Uno lo hablan los hombres y el otro las mujeres.
En Ubang, a una edad temprana se comienza a enseñar tanto a niños como a niñas el “idioma femenino” debido a que los pequeños pasan la mayor parte del tiempo rodeados de mujeres que se encargan de su cuidado. Cuando cumplen diez años, los niños empiezan a familiarizarse con el “idioma masculino”. Este momento es símbolo de madurez, pues se les considera listos para formar parte de la comunidad de hombres. Si bien los niños tienen la oportunidad de aprender ambos idiomas, a las niñas nunca se les enseña el idioma masculino. En este sentido se fomenta una cultura de superioridad en la que solo se reconoce el mérito del género masculino para comenzar a practicar un idioma diferente. Y si el niño no cambia al idioma considerado “correcto” se le comienza a concebir como una persona anormal.
¿Es sostenible un sistema en el que existe una fuerte presión que innegablemente fomenta la fragmentación de género? Para los nigerianos sí. Y es que detrás de esta particularidad hay una explicación religiosa que asegura que Dios pretendía otorgar a cada grupo étnico dos idiomas, pero después de ordenar los suyos a los Ubang, se quedó sin suficientes para los demás. ¿Basta con este razonamiento para acatarse a la estructura segregacionista?
La vulneración de los derechos de este pueblo es evidente; en las escuelas se acostumbra pegarle a los niños que practiquen el idioma que no les corresponde, con el objetivo de preservar las lenguas pensadas para cada género. Asimismo, aunque los practicantes afirman que no tiene nada que ver con los roles que juegan tanto hombres como mujeres, es claro que el sistema impulsa la minimización del género femenino, ante el dominio masculino. Partiendo de esta base, naturalmente se asumen papeles distintos, mismos que dotan al hombre de las herramientas necesarias para manejarse frente a la mujer, quien solamente cuenta con la mitad de ellas; viéndose forzada a comprender algo que no le fue instruido.
A pesar de la presión de Boko Haram, ante el caso Ubang, la comunidad internacional percibe al inglés como la esperanza, pues además de ser un punto de convergencia étnica, invita a los practicantes a familiarizarse con el estilo de vida occidental, galardonado por sí mismo como el principal promotor de los derechos humanos. Pero es este mismo estilo de vida el que atenta contra la equidad de género en su propio ámbito. No, no contamos con diferentes idiomas para hombres y mujeres. Pero sí con salarios diferentes, con ofertas diferentes, con precios en el mercado diferentes y con trato diferente. Hasta en los países más desarrollados, millones sufren de violencia física, económica, emocional, sexual y psicológica, por el simple hecho de ser mujer.
Es indudable que la figura femenina está posicionada uno o varios escalones detrás del hombre; pero esto es algo que siempre se ha sabido. En cambio, la capacidad de acción es la que diferencia a la sociedad actual de la de hace diez años o cien. No basta con limitarnos a la concientización, es necesario materializar esa reflexión para ponerle fin a un entorno que sigue atacando a la mujer por haber nacido.
Con la misma claridad con la que logramos identificar que una interpretación religiosa no es suficiente para justificar todo un sistema en el que las mujeres se ven rebajadas hasta en el idioma, debemos reconocer que una larga tradición de inequidad tampoco justifica la realidad que nos aqueja.