El día en el que no sea necesario
¿Cuántas veces has topado con un obstáculo segregacionista por tu sexo? No, aquí no importa si eres hombre o mujer; las repercusiones de la desigualdad de género afectan parejo. No obstante, existen ventajas de la realidad actual, que en parte explican la continuidad de esta; como el acceso superior al mercado laboral o la brecha salarial. ¡Y no se diga las etiquetas! El concepto de la figura masculina como un ser poderoso y protector, ha construido una versión dominante y agresiva. Y consecuentemente, una versión femenina sumisa y conformista. ¿Cómo se detiene el círculo vicioso?
Es verdad que el tiempo ha ido reconociendo la importancia de la equidad de género, buscando las salidas de emergencia de una construcción social que ha sido diseñada meticulosamente: la desigualdad. Lo que en un algún momento parecía cómodo, hoy se ha transformado en la peor pesadilla del grupo aparentemente vulnerado: el femenino. Sin embargo, este asunto también causa una serie de daños- para muchos todavía invisibles- al sector masculino.
Los roles que fueron articulados para cada uno actualmente cumplen su propósito: establecer límites entre lo que debe ser el hombre y la mujer. De este modo surge un centenar de exigentes expectativas que gradualmente va atando de manos a sus propios creadores, quienes sin darse cuenta, las cumplen al pie de la letra.
La expectativa del hombre superior y capaz ha despertado una postura femenina inferior e incapaz. El hombre ha adoptado el papel de controlar y la mujer el de ser controlada: ambos se han acomodado en sus respectivas posturas, sin darse cuenta de la manera en la que alimentan la del otro.
La obligación de cumplir con una serie de etiquetas no sólo convierte a la mujer en víctima de la violación de sus derechos humanos, sino que al hombre por igual. ‘El hombre no debe llorar’, ‘debe mantener a la familia solo’, ‘no debe mostrar sus sentimientos’. Pero bajo un orden internacional donde se reconoce el trato igualitario, ambos deberían contar con la libertad de ser quienes les apetezca ser. Sin estereotipos, sin prejuicios.
Como reflejo de la manera en la que hemos asignado los papeles, hoy nos vemos en la “necesidad” reconocer el doble cuando una mujer sobresale en una labor determinada. Y tal vez lo merece, en cuanto a que a pesar de una supuesta invitación a un mundo equitativo, se enfrenta a una realidad escalofriante donde- por responsabilidades compartidas pero diferenciadas- reina la desigualdad.
Desde principios del siglo XX, la ONU ha trabajado para conmemorar anualmente la identidad femenina, en favor de “la igualdad, la justicia, la paz y el desarrollo”.
Por una parte, podría resultar innecesario hacerlo en el sentido de que una verdadera lucha por la igualdad no distingue entre uno y otro. Por otra parte, se podría tratar de un paso hacia adelante en la lucha por el trato igualitario, apuntando al logro que implica destacar como mujer dentro de un sistema preconcebido para hombres. Por su lado, la BBC (2018) ha reconocido a Marie Curie, Rosa Parks, Emmeline Pankhurst, Ada Lovelace y Rosalind Franklin como las cinco mujeres más influyentes de la historia, al haber generado un impacto social innegable en el ámbito científico, racial, legal, matemático y genético.
Hoy, romper paradigmas y etiquetas sigue siendo motivo de aplausos. No obstante, ya no sólo en lo que concierne al ámbito profesional. Hoy merecen ovación de pie aquellos que levantan la voz para terminar con una estructura que aparentemente les beneficia, pero en realidad les perjudica. Aquellos que no están dispuestos a ser tratados diferente, aquellos que pelean por recibir la misma rebanada de pastel que el de al lado. Comprendiendo que sólo así llegará el momento en el que las palmas sean para celebrar que se ha fomentado un entorno tan equilibrado, que no hace falta distinguir el género, ni para felicitar, ni para condenar.
Ese será el día en el que no sea necesario.