El síndrome del manco, paralelismo entre Trump y Stalin
Se ha comprobado que la historia se repite y que tarde o temprano se replican conductas previas. Y es que dicen que nada de lo humano nos es ajeno, por lo que la sed de poder y control naturalmente se convierte en un patrón difícil de erradicar.
Hoy somos testigos de un líder que ha actuado a sus anchas sin ser detenido. Donald Trump ha despertado una ola de inconformismo que lejos de reventar en la orilla, se mantiene en altamar. Pero basta con hojear el libro de texto de historia universal para identificar un parecido particular con el entonces líder soviético, Joseph Stalin. El despotismo y cinismo, característicos de su mandato, se perciben también en la toma de decisiones del actual presidente estadounidense. El rol que juega dentro de su propia administración es intimidante y se maneja mediante amenazas que trazan una línea escurridiza entre sus amigos y enemigos. Sus copartidarios se han ido manifestando en su contra y pareciera que al igual que Stalin con las purgas, Trump no dudaría en desaparecer hasta a su mano derecha si fuera necesario. A este paso se podría quedar manco más pronto que tarde.
El terror, sello oficial del Stalinismo, es curiosamente lo que el gobierno de Trump pretende exterminar. Pero es evidente que es justamente terror lo que está fomentando su puesto en presidencia. Terror maquillado de nacionalismo y patriotismo, pero en el fondo terror, ante sus impulsos y pasos bruscos. Finalmente es un líder que solicita pegando con el puño en la mesa, que le sea entregado el valiente opositor que se ha pronunciado en su contra.
¿La gran diferencia con Stalin? El siglo que le compete. Hoy en día sería impensable que el presidente estadounidense estrangulara la libertad de expresión, centralizara el poder, lanzara planes quinquenales para cerrar sus puertas e impulsar el desarrollo nacional, y atentara contra sus propios socios, ¿o no? Irónicamente esto no solo no es alejado de la realidad, sino que de una forma u otra se ha convertido ya en la realidad misma.
Aunque existe un cúmulo de similitudes entre ambos gobiernos, se dispara una diferencia curiosa: el vínculo espiritual. Uno de los pilares fundamentales en ambas administraciones es el enfoque que le han dado a la religión. El dirigente ruso pretendía eliminarla del panorama, para evitar que se adorara a alguna figura con más fervor que a él. Pero el estadounidense ha llevado al cristianismo hasta a la cocina. Actualmente Trump apoya sus decisiones en un comité liderado por un sacerdote con ideas extremistas, que se ha estrenado en la Casa Blanca bajo su mandato.
Pero la historia tiene sus mañas, y si Joseph Stalin fue dos veces nominado al premio Nobel de la Paz a pesar del genocidio que lideró, el tiempo dictará el tamaño de galardón que le será obsequiado a Donald Trump.