La cruda realidad
No cabe duda: el comercio siempre ha sido la carta más poderosa de la baraja. Lo vemos reflejado en sanciones constantes, tarifas infladas y aranceles destructivos. La balanza comercial es capaz de olvidar hasta al lazo bilateral más estrecho cuando se trata de compensar las importaciones. Y últimamente, ha comprobado tener memoria de corto plazo con relación a los derechos humanos, la soberanía nacional y la integración económica. Prueba de ello: la crisis migratoria, la realidad que atraviesa Hong Kong y el Brexit. Actualmente, se suma un ámbito a la sombra del interés comercial: el medio ambiente.
Mientras que el cambio climático amenaza el futuro de cientos de países, al norte de Rusia se comienza a interpretar desde una óptica distinta. En Siberia, las masas de hielo en los polos se derritieron ante las altas temperaturas. En consecuencia, se desató la “fiebre de oro blanco” por lo que salió a la luz: restos intactos de mamut de hace más de 12,000 años. Muy pronto, el marfil de los colmillos se convirtió en un negocio millonario: tráfico ilegal hacia China, capaz de generar 47 millones de dólares anuales.
El impacto ambiental proveniente de la “fiebre de oro blanco” radica en la descontrolada perforación en zonas al este de Rusia y la contaminación de los cuerpos de agua. Extensas reservas ambientales se ven amenazadas por el nuevo modelo de negocio, que una vez más pone por encima el interés comercial.
Con la intención de frenarlo, grupos ambientalistas han propuesto declarar al mamut especie en peligro de extinción. Sin embargo, dicha medida ha sido poco efectiva en otros casos por la cruda realidad: el capital controla la marioneta del sistema internacional.
La historia ha comprobado que el efecto colateral de un negocio no desbancará el rol del enorme flujo que genera. Desde las Guerras del Opio (s. XIX) en las que a costa de la salud de millones de personas y del futuro de Hong Kong, prevaleció la lucha por la hegemonía comercial; la próxima disolución de la relación entre Reino Unido y la Unión Europea en aras de revaluar la balanza; hasta el agresivo atentado contra los migrantes producto de la batalla por sostener la relación comercial entre México y Estados Unidos.
Esta vez el medio ambiente es sacrificado por el negocio que supone el tráfico de marfil de mamut. ¿Llegará el día en el que se desarticule el patrón que prioriza al capital frente al daño adyacente? Finalmente, lejos de tratarse de una externalidad positiva, con frecuencia supone un fuerte agravio a la humanidad.