Pedacitos de luz
En medio de la confusión, la angustia o la borrosidad que la vida a veces hospeda, atraviesa un rayo de luz.
Es así, porque de otra manera no seguirías aquí.
Son pequeños destellos que deslumbran a la oscuridad aunque sea por unos minutos. Se sienten directamente en el corazón, no hacen ruido y detienen el paso.
A veces palabras. Otras veces acciones. Pero siempre personas.
Tenía quince años. Sonaba la campana para la segunda clase del día y mis rodillas se debilitaban. Probablemente habría examen sobre el tema anterior.
Hacía todas las tareas, estudiaba extra duro y de vez en cuando sacrificaba el recreo para entender exactamente en qué parte del proceso se había nublado mi cabeza. Pero mi calificación nunca parecía ser suficientemente buena.
Era Álgebra.
Tomaba mi lugar y mientras la clase avanzaba, apuntaba todos y cada uno de los trucos para lograr el resultado correcto a la primera. Con una dosis de desilusión, contaba los minutos esperando a que llegara el momento en el topara con pared una vez más.
Un día, ese muro no apareció.
Lejos de ser obra de la casualidad, fue un pedacito de luz que se interpuso en el camino; restando la ansiedad y reforzando la confianza. Mi maestro, Chris Travers -mejor conocido como Mr. T- iluminaba con una intención tan fuerte, que llegó el momento en el que me logré sentir completamente segura de mí misma.
Contra todo pronóstico, entrar al salón de Álgebra era ahora el reto que más esperaba. Los exámenes, un lienzo atípico y esa hora y media, una oportunidad inigualable.
No me malinterpretes, el esfuerzo que hacía en las pruebas le daba vueltas y sacaba filo a otras. Simplemente conseguí entrar por la puerta con las rodillas firmes.
¿Magia? No, Mr. T.
A partir de entonces, llegaba a mi casa con un sentimiento de alivio inexplicable. Y al pensar mi momento favorito del día, ni yo misma podía creer lo que concluía: cuando el pizarrón se llenaba de ecuaciones interminables.
