Washington vs. Moscú: crónicas del coyote y el correcaminos
¿Qué convierte a una persona en dominante? Tal vez su carácter o la manera en la que interactúa con otros. Puede ser el rol que adopta, o el que los demás asumen. Con los países sucede algo similar; la diferencia es que su historial tiene una profunda influencia en el posicionamiento internacional. Mientras que algunos se han tornado en distinguidos líderes, otros se han transformado en seguidores devotos. Pero como en todo orden, existen aquellos que luchan por la silla. Ante un dirigente que ha acumulado la mayoría de las medallas de oro, naturalmente surge otro que busca arrancárselas del cuello. Esta es la historia de Estados Unidos y Rusia.
El 15 de agosto de 1945 fue un día para recordar. No solo porque supuso el fin técnico de la Segunda Guerra Mundial, sino porque marcó el inicio de un nuevo conflicto, pero esta vez, entre los vencedores. Cuando por fin fue momento de saborear la victoria, Washington y la URSS se percataron que si bien los unía un mismo propósito, los separaba un millón de diferencias. Pero en medio de la confusión, algo les quedó tan claro como el agua: la nueva batuta era para un solo puño.
En un inicio, la Guerra Fría fue un periodo álgido para todos menos para los contrincantes. Como capitanes de equipo, eligieron a sus propios jugadores- quienes muy pronto se convirtieron en tradicionales conejillos de indias. Estos se encargarían de enfrentarse entre sí, pagando con su propia sangre la creciente tensión entre el Capitalismo y el Comunismo. Conociendo el complicado pronóstico, países como Corea del Norte, Corea del Sur, Vietnam y Cuba ‘accedieron’ a dar la cara sin saber que su esfuerzo sería en vano.
Aunque la gran mayoría se alineó al bloque estadounidense o al soviético, hubo un porcentaje rebelde que se resistió. El Movimiento de Países No Alineados fue una oda al ‘tercer mundo’, que desde su lugar buscaba permanecer neutral. En aquél entonces, sus líderes reconocían cuan innecesario y prejudicial sería sumarse a la nueva guerra; mismo que la Conferencia de Bandung (1955) se encargó de canalizar al resto del mundo.
Como de costumbre, Estados Unidos aprovechó la coyuntura para promocionar su liderazgo; y con la fuerza de un poderoso imán, atraer a aquellos estancados en el medio. Entonces, los panfletos del Estado benefactor y el defensor universal de los derechos humanos empezaron a circular, echando mano de la Cortina de Hierro (1946) para trazar la intimidante división entre los bienhechores y todos los demás, que habrían de ser perseguidos.
Se dice que el conflicto bilateral realmente nunca terminó, pues pareciera que Rusia lucha con todas sus fuerzas para vengar la tarde del 9 de noviembre de 1989. A pesar del presunto fin de la Guerra Fría, los países que cayeron en el predecible juego estadounidense, a la fecha participan en él. Los antiguos roles del coyote y el correcaminos se respetan; Trump y Putin los han sabido manejar a la perfección, mientras que el resto de la comunidad internacional los refuerza.
Hoy Rusia es acusada de incurrir en prácticas inimaginables, como el envenenamiento de sus enemigos políticos y Estados Unidos se encarga de castigarla usando aquella batuta que heredó. El intento de asesinato en Reino Unido del ex espía ruso Sergei Skripal, ha sido motivo suficiente para condenar al Kremlin por la violación de las leyes internacionales. La Casa Blanca ha recurrido a imponer sanciones que entrarán en vigor el 22 de agosto del presente año, pausando casi la mitad de los 7,000 millones de dólares en exportaciones que Estados Unidos hace a Rusia anualmente. En solidaridad, aquellos países, fieles jugadores del equipo occidental, expulsaron a más de 150 diplomáticos rusos, a lo cual Moscú respondió con la misma moneda.
Para librarse de la punición, el coyote estadounidense ha decidido que Rusia debe pasar una serie de pruebas que comprueben que no utiliza armas químicas ni biológicas y permitir la intervención internacional para asegurar el comportamiento adecuado. ¿Aceptará seguir ejerciendo el rol del correcaminos?
Por reñido que parezca, en toda lucha invariablemente existe un perdedor, y el expediente ruso-estadounidense apunta a que será el primero que se canse.
Una vez más, la batuta es para un solo puño.