La hipótesis nebular de Kant — Laplace

Sergio Muñoz Roncero
Piezas
Published in
4 min readAug 25, 2017

Estamos acostumbrados a ver aparecer el nombre de Immanuel Kant (Königsberg, Prusia, 22 de abril de 1724 — ibídem, 12 de febrero de 1804), lejos del ámbito académico, en textos que relacionan el trabajo del filósofo de Königsberg con temas de actualidad. El carácter enciclopédico de sus trabajos y su enorme influencia posterior hace relativamente sencillo el engarce de ideas kantianas en debates contemporáneos; a la potencia de los argumentos filosóficos dedicados a la razón y a la epistemología se suma su jugosa investigación acerca de temas que la civilización occidental ha tenido encima de la mesa desde la Revolución Francesa: Kant se ocupó de la ética basada en la buena voluntad, de la religión, del cosmopolitismo y su aplicación en la búsqueda de la paz entre naciones, y del análisis de la historia de la humanidad como método de descubrimiento de la idea de progreso.

Pero en esta época que vivimos, en la que las distintas ramas del conocimiento parecen estar en compartimentos estancos, resulta sorprendente encontrar que es precisamente Kant el autor de la teoría más ampliamente aceptada que describe la formación del sistema solar y, por extensión, de cualquier sistema planetario como es la hipótesis nebular. ¿Resulta que Kant, el padre del idealismo alemán, se dedicó también a la astronomía?

La hipótesis nebular fue propuesta, efectivamente, por Kant en su obra “Historia Natural Universal y Teoría de los Cielos” (1755), y dice que la formación del sistema solar se debe al colapso gravitatorio de una nube gaseosa que gira lentamente, y que llega a formar el Sol y los planetas. El giro de una nebulosa por efecto de la gravedad, que la aplanaría en forma de disco, serviría para explicar el nacimiento de los sistemas planetarios y estelares que darían lugar a las galaxias como la Vía Láctea.

La primera influencia directa de Kant parece encontrarse en los trabajos previos del astrónomo inglés Thomas Wright, que intentó explicar en torno a 1750 la apariencia de la Vía Láctea como un efecto óptico de la distribución simétrica de las estrellas, incluido el Sol, al girar en torno a un “centro divino”. También conoció los trabajos de Emanuel Swedenborg, filósofo sueco que en 1734 publicó teorías que anticipaban estas ideas de distribución simétrica. Pero Kant no se fijaría tanto en esta distribución si no que dedujo acertadamente que la Vía Láctea podría tener forma de disco girando sobre un centro de masas procedente de una nube de gas, y que el resto de nebulosas podrían tener el mismo destino. Como trasfondo físico se encontraba, desde luego, la ley de gravitación universal de Sir Isaac Newton. Más tarde el astrónomo William Herschel confirmaría observacionalmente esta apariencia lenticular de las galaxias, haciendo de la hipótesis de Kant una guía para el estudio sistemático del cielo. Pierre-Simón de Laplace intentó profundizar en la hipótesis kantiana, añadiendo detalles en 1796 que más tarde fueron desechados -como la contracción y refrigeración de una nube protosolar- pero que no impidieron que se añadiera su nombre a la hipótesis.

Esta confluencia de estudios, sin embargo, no responde a la pregunta de por qué razón habría Kant de ocuparse de temas aparentemente tan alejados del alumbramiento posterior del criticismo por el que es marcadamente conocido. Pero este alejamiento no es efectivamente más que aparente. El posterior criticismo de Kant está basado en postulados que colocan a la experiencia sensible en la base de su desarrollo filosófico, por lo que el empirismo ocupa un lugar central en la génesis del pensamiento kantiano. Hoy en día la astronomía está plenamente matematizada y es uno de las ramas de los estudios en Ciencias Físicas, de modo que nos resulta algo extraño que una especulación, digamos, no numérica, pueda tener cabida en su corpus de desarrollo. Pero en el siglo XVIII la astronomía formaba parte de lo que se daba en llamar la física experimental, heredera de la filosofía mecanicista del siglo XVII, en donde el experimento y la observación estaban guiados por una razón “inspirada” en el método matemático, pero que no podían ser aún matematizados enteramente. De modo que este modo de hacer ciencia, especulativo pero con una componente empírica fundamental, no está en absoluto alejado del modo kantiano de hacer filosofía: especulativo pero empirista. La hipótesis nebular de Kant no se trata por tanto de un divertimento, o de una mera casualidad de juventud, si no de un ejemplo de como la especulación sustentada científicamente da sus frutos en las manos adecuadas.

Referencias:

  • Historia de la Ciencia. Carlos Solís y Manuel Sellés, Espasa, 2013.
  • Historia de la Astronomía. Heather Couper, Paidós, 2008.
  • Kant y su contribución astronómica. Marco Arturo Moreno Corral, Revista UNAM, 2004

--

--