El triunfo moral de GoT

Antonio Vicuña S.
Plano Detalle
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4 min readAug 22, 2017

Por Juan Ignacio Brito

¿Cómo se explica el éxito de Game of Thrones? La apuesta que hizo HBO por llevar a la pantalla la saga del escritor George R.R. Martin ha pagado con creces. No era una tarea fácil, porque la serie de novelas Canción de hielo y fuego reúne a numerosos y diversos personajes en un mundo fantástico con ambientación medieval donde conviven dragones, batallas épicas, brujas, enanos, muertos vivientes, guerreros míticos, incesto, sexo, parricidios, traiciones, destierros, fanatismo religioso, clanes enfrentados, asesinatos y ambición desenfrenada.

Sin embargo, de la mano de los productores David Benioff y D. B. Weiss, lo que alguna vez fue una movida arriesgada se ha convertido en un triunfo rotundo: GoT es hoy sin duda la nave insignia de HBO, a un costo de seis millones de dólares por capítulo e ingresos anuales de unos US$ 1.000 millones, según The New York Times.

No cabe duda que GoT explota la veta que Peter Jackson se encargó de agotar hasta el extremo con las trilogías de El Señor de los Anillos y, sobre todo, la de El Hobbit. Hay una evidente similitud formal entre los universos de Tolkien JRR Tolkien y Martin. Pero las diferencias son también muy evidentes y sustantivas: en la obra de Tolkien-Jackson el código moral es muy distinto al de la creación de Martin-Benioff/Weiss.

Tolkien escribió sus novelas entre 1937 y 1949, en momentos en que el mundo enfrentaba el peligro de los totalitarismos nacionalsocialista y comunista. En ellas es imposible confundirse: los buenos lo son a toda prueba, mientras que los malos son también irreductibles. Lord Sauron representa el mal y su amenaza sobre la Tierra Media es completa y letal, tal como alguna vez Hitler y Stalin amenazaron el orden europeo y mundial. Al igual que hubiera sucedido con una victoria de la Alemania nazi o la Unión Soviética, un triunfo de Sauron supondría el final de la civilización como la conocimos. La bondad heroica de Frodo Bolsón y su acompañante Samsagaz Gamyi, la degeneración física y espiritual que sufre el hobbit Sméagol en su transformación como Gollum, el castigo a los ambiciosos (Boromir), los derrotistas (el senescal Dénethor) y los traidores (el mago Sarumán) son señales claras. Tolkien trabajó sobre un código moral definido y objetivo, en el que el bien y el mal luchan frontalmente y a cara descubierta y donde el primero se impone sin duda alguna sobre el segundo. Es la moral de hace unas décadas.

Nada es tan claro en GoT. Si El Señor de los Anillos responde al definido código moral de hace siete u ocho décadas, el universo concebido por Martin es mucho más moderno y se inserta de lleno en la ambigüedad moral que reina actualmente. Buena parte del atractivo de la serie parece explicarse por el espléndido manejo que hace de ella a través de personajes detestables que exhiben ocasionales rasgos de virtud (como Jaime Lannister, el matarreyes que empuja a un niño indefenso al vacío tras ser sorprendido en el lecho con su hermana, pero muestra una tierna humanidad al defender la vida de Brienne de Tarth) y de personajes adorables que cometen las peores atrocidades (como Danaerys Targaryen, la reina justiciera que demuestra una voluntad de acero y está dispuesta a quemar vivos y ejecutar a miles con tal de llegar al trono). No hay aquí buenos a toda prueba y todos los personajes evolucionan o involucionan en términos morales, lo que hace que las simpatías del público vayan cambiando. Al mismo tiempo, nadie es invencible: cualquiera puede perder la cabeza, morir envenenado, caer en el campo de batalla o las tres cosas al mismo tiempo.

Ese universo moral ambiguo permite que la trama de Game of Thrones esté llena de incertidumbre, lo cual le entrega a la serie una dosis de suspenso e imprevisibilidad que resulta irresistible y muy alineada con los tiempos que corren.

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