30 Seconds to Mars — 30 Seconds to Mars (2002): Tan cerca del límite

JJ
playthehits
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6 min readJan 10, 2021

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Hay dos tipos de personas en el mundo: Los primeros creen que Jared Leto debería dedicarse solo actuar (y hacer papeles donde muere rápido), lo otros piensan que su profesión es la de músico y no debería volver a aparecer en ningún otro tipo de pantalla aparte de aquellas utilizadas en festivales de música. Yo me encuentro en el límite de ambos, algunos de sus papeles me parecen excelentes y el primer disco de 30 Seconds to Mars, incluso bordeando las dos décadas se mantiene igual de refrescante que cuando apareció en el mercado.

Tanto la banda como Leto producen debates un tanto álgidos. Es raro que un artista pueda producir tantas opiniones dispares. Incluso en la actualidad, ya pasados años desde que se hizo conocido por sacarse la polera, tener un abdomen marcado y usar una chasquilla decolorada, sigue produciendo las mismas emociones viscerales. Te gusta o no te gusta, aunque el punto medio está siempre centrado en lo extensa de su carrera.

Nada sonaba como 30 Seconds to Mars en 2002. Y cuando digo nada, realmente es nada. El top 5 de albums de Billboard para aquel año contiene a Eminem, Creed, Nelly, P!nk y Linkin Park. Mientras que para Pitchfork los mejores fueron Flaming Lips, The Books, And You Will Know Us by the Trail of Dead, Wilco y por supuesto, Interpol. Eso explica la poca atención que recibieron con su primer disco, además de la rarezas que contenía su sonido, estaban la estética, los símbolos, las metáforas y lo críptico de sus temas.

Con el beneficio de la retrospectiva, era difícil saber que Jared y compañía se convertirían en un éxito mainstream con la capacidad de llenar estadios, levantar audiencias al punto de crear un fanclub bastante amplio y a la vez, ser un total fracaso en términos artísticos.

Rastreando las influencias del disco, es claro que los hermanos Leto pensaron en Pink Floyd, Tool, Rush, Depeche Mode; al menos cuando se trata de hacer una placa con un concepto de fondo. Si este es o no lo suficiente claro, es criterio personal (no, no lo es). En cuanto a su paleta sonora, es escuchar a Tool con menos cambios de ritmos con un poco de Spacemen 3 y el sinsentido de Flaming Lips. Puede que escrito no tenga mucho sentido, menos que sus letras, pero el resultado es un disco dinámico que se mueve con plena soltura; se desarrolla de forma orgánica gracias al trabajo de producción de Bob Ezrin (Alice Cooper, Pink Floyd, Kiss).

Hablando del sonido, el único gran problema que plaga la totalidad del disco homónimo de la banda es la compresión. Jesucristo santísimo, no es que el rango sea inexistente, pero pareciera que grabaron la batería al frente del resto de los instrumentos, dejando poco o nada de espacio para otros timbres. A ratos se escucha la voz de Jared Leto mal mezclada, mientras que los tom tienen cero incidencia, suenan planos. Lo que sí es posible escuchar es a Shannon Leto reventando los ride de esa batería, algo que aprecio porque se escuchan aceptables.

No debería ser algo extraño de leer que una de las mayores influencias en este disco es Tool, ya que la banda incluso invitó a Maynard James Keenan quien presta segundas voces en el tema Fallen. Y puede sonar a que hay demasiadas referencias, al punto que le quita mérito a la banda por su trabajo. Pues, no. Por el contrario, aquellas ideas tan accesibles lo hacen rico al momento de experimentar, sin ellas, temas como Oblivion y Edge of the Earth no podrían existir. Son fieles al lema de la banda: Provehito in altum.

A ratos parece una ópera de rock espacial que perfectamente puede ser la banda sonora del próximo Mass Effect, mientras que en otros, los hermano Leto demuestran un oído sensible por las melodías que tanto extraño al momento de escuchar bandas de rock progresivo. Sí, la progresión de tus acordes es intrincada, usas poliritmos y a veces se te ocurre tocar instrumentos de culturas asiáticas; todo eso es bonito por sí solo, pero la carencias de melodías le quita cualquier atractivo al género, al menos para mí. Mientras que 30 Seconds to Mars solo con la apertura del disco en Capricorn (A Brand New Name) logran atrapar a cualquiera. Tiene la justa medida de sintetizadores extraños, quiebres y la interpretación foránea para el resto de los humanos que hace Jared Leto para atraparte.

Al hablar de la estética del disco, también se generan debates. Es innegable que Jared hizo un trabajo excelente para entregar un packaging completo. Tiene símbolos asociables a la banda, un lema característico, una estética futurística/espacial, un poco de misterio con frases en latín. ¿Es ridículo? Sí, un poco. No obstante, para el año de su publicación y los efectos que tuvo, es algo que toda banda debería tener en cuenta al momento de lanzar un nuevo trabajo o hacer el marketing correspondiente.

30 Seconds to Mars posterior a su disco homónimo, no suena como la misma banda, dejando de lado algunos resabios en su segunda producción, A Beautiful Lie (2005) la estética, la visión y el sonido son de lleno foráneos para esa agrupación. En algunos casos, como por ejemplo Bring Me The Horizon, el cambio radical favorece a la banda, amplia de forma natural los límites impuestos por los géneros que trabajan, en el caso de los hermanos Leto, pasaron a ser una banda de metal alternativo a comentaristas políticos con poca sustancia, bastante insulsos y a ratos, burdos. Por donde se le mire, el disco es una anomalía, tanto para su tiempo como para la trayectoria de la agrupación y es ahí donde radica su genialidad.

La estética de los 00’s en pleno apogeo

El límite para 30 Second to Mars era hacer un metal alternativo/hard rock que sonara novedoso, pero con énfasis en las melodías. Lo lograron sin un éxito notable, para eso tenían que convertirse en una banda de butrock, siguiendo el mismo camino que eligieron bandas como Kings of Leon y Muse. Optar por el éxito comercial nunca es una mala decisión, ya que esta es tomada por los miembros de la agrupación. Sin embargo, cuando el enfoque artístico cambia para lograr ese cometido, algo en mí muere un poco.

Han pasado ya casi 20 años desde el primer disco de 30 Seconds to Mars, lapso que no ha provocado el mal envejecimiento de la placa. Se sigue escuchando igual de atractiva, refrescante y volátil como en 2002. Dejando de lado las problemáticas en el mixing y las letras que a momentos bordean el ridículo, el ethos del disco lo eleva a una pieza a la que es posible volver de tanto en tanto para disfrutarla de la misma forma. Y esto último se debe en gran medida, al menos para mí, debido al ecosistema que lo rodea. Las atmósfera en canciones como Welcome to the Universe, End of the Beginning y Year Zero las asocio a juegos y series de televisión que tienen por temática central la vida humana, las dificultades y la autodeterminación de vivir en un ambiente no apto para el ser humano.

El límite del que hablo es uno arbitrario. Dónde está la línea que separa el ridículo de la genialidad del disco, o la que representa las referencias sonoras en vez de tratarse de plano copias de otros artistas. Esa que delimita el éxito comercial de la credibilidad artística. 30 Seconds to Mars en su primer disco se encontraba cerca de cada una, no las traspasaban, pero tampoco estaban interesados en entregar una solución a esa dicotomía, solo de hacer música simpática y eso lo aprecio.

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