El Paso

Carla, la humana, dio un paso. De manera automática, habitual, sin que existiera de por medio algo parecido a una reflexión; levantó confiadamente su pie derecho y el suelo bajo ella se desvaneció.

La piel de su rostro comenzó a resbalar como si de cera derretida se tratase, dejando expuesto de manera parcial un cráneo intermitente, que en partes era y en otras no, que en momentos era y en otros no. Las órbitas de sus ojos se convulsionaban, i nváginándose y proyectándose alternativamente. No hubo articulación en su esqueleto que quedara unida. La piel de su cuerpo asomaba por encima de sus ropas, y luego éstas se fundían con la piel. Y la mezcla dejaba ver las entrañas, que dentro se reacomodaban y reconfiguraban, arrastrándose en sus nuevas formas unas sobre otras, como un nido de larvas vermiformes.
Hacia fuera de ella, la realidad se extendía desdiferenciada. El espacio ya no era más, sino por ella, y el tiempo sólo el contenido en su memoria, inaccesible, por lo demás, en ese estado. Su devenir, el único devenir. Carla (si es que aún podía llamársele así) era, en ese paso, el Universo.

El pie derecho de Carla finalmente tocó el suelo. Con éste firmemente apoyado, de manera automática, habitual; sin que existiera de por medio algo parecido a una reflexión; confiadamente, Carla la humana, dio otro paso.