El juego del amor
Y esto es simple; tan simple o tan complejo como el juego de jalar la cuerda.
A veces se gana, a veces se pierde.
En el momento en que las dos personas entran a la batalla, no hay vuelta atrás. La fuerza puede ser recíproca, dominante o nula. Las dos almas se conectan a través de esa cuerda que tira en direcciones opuestas. Se defiende hasta con las garras. Hasta que te queme la piel, te marque las manos o te rasguñe el antebrazo. Así se pelea en esta batalla. Normalmente lo entregas todo, te expones tal y como eres. Todas tus fortalezas y debilidades son puestas al sol.
Te muestras tan vulnerable como un recién nacido, entregas tu alma y tu corazón confiando en ti. Confiando en que no vas a ser defraudado.
Esperando que tu oponente siga la pelea. Siga jugando. Deseando que esa persona no suelte la cuerda y te haga comprobar por viva voz la tercera ley de Newton.
Lamentablemente, no siempre es así.