Desenlace

Una tarraja en cada orilla,
nailon colgado al corazón.
No importa donde más se estrecha.
Se rompió la trampa.
Una tarraja cede
mientras apiña la otra
se aíslan las dos;
sin tensión no hay música.

Dos apenados remates. Tras hendidas,
no hay nudo que las ponga otra vez fundidas.
Fin retumbante, silencio perpetuo.

Rozando levemente las cuerdas,
la música antes salía y entraba
y de la boca resonaba
entre los dedos.

Ritmo creciente al rato
por la mano intranquila
sin su compañera colérica.
Un bolero evidente.
En el ardor del momento,
no se sabe si la tensión de la cuerda
o de la mano el rompimiento.

De ojeada embotada
abdica a madera en el cuerpo
poniendo recostada la cabeza
inconsolada en la pared
fría y dura.
Un grieta en el piso,
en el pecho una fisura.
Y el teléfono clama.