“Coming Out Under Fire”, de Allan Berubé | Review

La historia secreta de los soldados gay en la Segunda Guerra Mundial.

Nicolas Scala
Politeia Blog
7 min readJun 21, 2017

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Por Nicolas Scala

"This Is The Army" fue uno de los más importantes soldier shows de la Segunda Guerra Mundial. Entre los soldados que representaban personajes femeninos en obras teatrales militares como esta, algunos soldados homosexuales encontraban refugio de normas rígidas sobre el género en la sociedad de esa década. (Imagen: DoD)

Coming Out Under Fire: The History of Gay Men and Women in World War II

Allan Berubé; The University of North Carolina Press, 1990 (segunda edición: 2010)

Disponible en la Biblioteca Max von Buch. Encontralo en la Colección General:

D 769.2 B46 2010

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La revolución sexual no ocurrió de la noche a la mañana. Las victorias conquistadas exigieron décadas de protesta y activismo que comenzaron en Estados Unidos bajo el liderazgo de activistas como Harvey Milk y Leonard Matlovich. Pero en Coming Out Under Fire, Allan Berubé cuenta una historia previa, aunque igualmente importante. Y, al hacerlo, termina de derribar mitos que, en algunos países, todavía excluyen a ciertos hombres y a todas las mujeres de algunos de los roles más básicos e importantes de un Estado.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los hombres estadounidenses aptos para el servicio militar fueron movilizados e incorporados a las fuerzas aliadas que combatían en Europa y otros frentes. Un pequeño número de mujeres, por su parte, decidió unirse a las ramas femeninas segregadas a las que tenían permitido contribuir.

En ambos casos, las autoridades consideraron prioritario evitar la incorporación de homosexuales, pero considerando sólo los números, no tuvieron éxito. Los médicos de Selective Service, la agencia federal encargada de la conscripción, examinaron en total a 18 millones de hombres, intentando detectar problemas de salud y filtrar a aquellos que no cumplieran sus estándares de masculinidad, pero sólo unos 5000 fueron rechazados como homosexuales. En las ramas femeninas, la histórica falta de atención hacia las mujeres también permitió que casi todas las lesbianas que se presentaban fueran admitidas, especialmente las mujeres butch (con una identidad más masculina), que poseían características consideradas deseables en el personal militar.

Cientos de miles de hombres se arriesgaron a exponer sus secretos presentándose en oficinas de reclutamiento: algunos por presión social u obligación, otros por un sentido de patriotismo y el deseo de hacer su parte en el esfuerzo de guerra. Pero una vez que lograban entrar, debían reservar para sí y para sus amigos cercanos un aspecto de su identidad que podría destruirlos. Entre implacables redadas e interrogatorios despiadados, incontables soldados, marineros y Marines debían mantener confidencial aquello que el mundo reprimía, aunque muchos ya comenzaban a imaginar el movimiento de liberación que más tarde protagonizarían.

A pesar de los extensivos procedimientos para detectarlos y expulsarlos, la mayoría logró permanecer. Las tasas en las cuales las autoridades los condenaban a bajas forzosas punitivas (dishonourable discharges) disminuían cuando las fuerzas armadas enfrentaban mayor demanda de personal, y aumentaban nuevamente cuando terminaba el surge de tropas. Al finalizar la guerra, en los años de 1947 a 1950 la tasa de discharges se triplicó, aunque el total bajó como consecuencia de la reducción de tropas de posguerra. Aunque sólo alrededor de 2000 veteranos en promedio se vieron afectados cada año durante la guerra y las décadas siguientes, hacia fines de la década de 1980 los discharges acumulados ya sumaban casi cien mil.

La política de dishonourable discharges siguió en vigencia hasta la creación de la regla Don’t Ask, Don’t Tell bajo la administración de Bill Clinton, que permitía al personal LGB servir siempre y cuando mantuviera en secreto su identidad. En su libro, Berubé combate tres mitos que algunos oficiales y legisladores usaron para defender políticas como Don’t Ask, Don’t Tell. Estos funcionarios sostenían que siempre hubo una política de discharges para homosexuales confirmados, que los homosexuales no podían encajar en la organización, y que la oposición a tales políticas restrictivas es solamente externa a los servicios uniformados. Berubé muestra convincentemente que todas estas ideas son falsas.

El lector atento encontrará en el desarrollo del primero de estos mitos una importante lección sobre la ciencia y los conflictos de intereses en el mundo académico. Antes de la homosexualidad, existía la sodomía. En la Primera Guerra Mundial, las fuerzas estadounidenses no castigaban orientaciones sino actos que consideraban inmorales. Pero la percepción fue alterada por el trabajo de un lobby de psiquiatras, que comenzaron una campaña para transformar un problema legal y disciplinario en una cuestión de salud mental.

Aunque la motivación de algunos de estos profesionales era flexibilizar las reglas para ofrecer un trato más humano, el resultado fue extender una red que capturaba y expulsaba a cualquiera que se desviara de sus expectativas de masculinidad. En la lucha por el poder entre médicos y abogados, unos pocos sodomitas dejaron de ir a la cárcel, pero muchos más homosexuales fueron recluidos y estigmatizados en hospitales como pacientes psiquiátricos. Las decisiones del gobierno, aunque consistentes con la tendencia a la medicalización en la literatura académica que en ese momento era desarrollada por una incipiente disciplina psiquiátrica, respondían a los intereses de grupos de presión más que a evidencia empírica o construcciones teóricas convincentes.

No todo en la década de 1940 era miedo y persecución. Muchos encontraban refugio en grupos de amigos en la misma situación, con los que se mantenían en contacto escribiendo cartas en código. Algunos participaban en soldier shows, obras teatrales representadas en los frentes de guerra, donde la ausencia de mujeres por regulaciones militares obligaba a los soldados a interpretar también personajes femeninos. Los soldier shows proporcionaban un espacio seguro en el cual quienes desafiaban ciertas normas sociales podían explorar los límites del género. Estos programas de teatro se desarrollaban con la aprobación del general Dwight D. Eisenhower y el presidente Franklin D. Roosevelt, y formalmente se esperaba que los soldados actuaran sin descuidar sus otras tareas militares. Como explicaba el cabo Thomas Reddy, quien interpretaba a un personaje femenino llamado Georgia from New Georgia: “I fired a gun, too, besides wearing dresses. That’s one of the things the Marine Corps was famous for. You don’t give up and you survive. You survive any way you can” (p. 185).

Donde el libro falla, podría acusar un lector moderno habituado a una sociedad más tolerante y abierta, es en condensar la experiencia gay de la década de 1940 y reducirla, en algunos capítulos, a una lista de puntos de encuentro donde los hombres se reunían a satisfacer placeres carnales. Tal crítica probablemente representaría un grave anacronismo, uno de los pecados capitales de la investigación histórica. Un encuentro furtivo era, en muchos casos, la máxima conexión a la que era posible aspirar en esos años, especialmente en el contexto de movilización para una guerra total. Berubé describe algunas relaciones de carácter más permanente, casi siempre encubiertas y bajo el disfraz de parentesco o amistad, pero el lector que busque una celebración del amor entre hombres o mujeres deberá recurrir a la ficción para encontrarla.

Pero Berubé sí presenta hábilmente a los soldados que entrevista o cuyas vidas descubre en fuentes documentales como personajes intensamente humanos, jóvenes sufriendo las trágicas consecuencias del enfrentamiento entre potencias, y que compartían motivaciones, temores, placeres y esperanzas con sus compañeros de armas heterosexuales: “Most soldiers, not only gay GIs, were kept going in battle by a strong desire to protect their buddies and not let them down, as well as to get the war over with. Few were motivated by anger, revenge, or hatred of the enemy” (p. 195). Es en este aspecto que Coming Out Under Fire resulta más efectivo, y es uno de los motivos por los cuales se ha convertido en la obra definitiva sobre el tema.

Tras una vida marcada por la investigación en Historia y el activismo por la igualdad, Allan Berubé falleció en diciembre de 2007. Tres años más tarde, la derogación de la política Don’t Ask, Don’t Tell en la administración de Barack Obama finalmente permitió a personal homosexual servir abiertamente por primera vez. En Estados Unidos, todos los trabajos en Defensa, incluyendo roles de combate y operaciones especiales, están actualmente abiertos a mujeres: las primeras infantrymen mujeres del Ejército se graduaron del entrenamiento de infantería en Fort Benning, Georgia hace pocas semanas. Otras regulaciones recientes del Pentágono establecen políticas para reconocer las identidades de personal trans: el caso más emblemático probablemente sea la transición de Chelsea Manning (quien filtró los cables de Wikileaks en 2010) cuando todavía era prisionera en Fort Leavenworth.

A pesar de algunas críticas provenientes de los sectores más conservadores del Partido Republicano, el presidente Donald Trump ha mantenido estas políticas de integración de la era Obama, y no se anticipa un retroceso. La nueva política de tolerancia y promoción de la diversidad, según parece, llegó para quedarse.

Cuesta pensar que Berubé pudiera imaginar un futuro distinto, o desear uno más satisfactorio.

Nicolas Scala es estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés y Editor General de Politeia Blog. La copia del libro usada para esta reseña fue proporcionada por la Biblioteca Max von Buch.

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International Relations student at Universidad de San Andrés and the University of Edinburgh; editor-in-chief, Politeia UdeSA.