Gabriel Gellon: “hay que confiar en la ciencia, y a veces a ciegas”

Es esencial entender cómo funciona el mundo, pero también confiar en cómo se genera ese conocimiento.

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19 min readAug 18, 2017

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Por María Victoria Maineri, Nicolas Scala e Ignacio Cura

Gabriel Gellon es doctor por Yale University y profesor de la Universidad de San Andrés. Imagen: Lautaro Sapienza para Politeia Blog.

En tiempos que algunos llaman la era de Trump, muchas verdades hasta ahora consideradas evidentes e indiscutibles están siendo cuestionadas. Para muchos, el posmodernismo parece permear la política y la sociedad: los hechos no existen, o no importan. La Casa Blanca no acepta el consenso científico sobre el cambio climático, y algunos científicos temen a la censura. ¿Es cierto que la gente ya no cree en los expertos? Y, en tal caso, ¿qué podría hacerse al respecto?

Para responder a estas preguntas, recurrimos a un experto. Gabriel Gellon es licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA y doctor por Yale University, y se dedica a la enseñanza de la ciencia desde hace más de veinte años. Ha escrito varios libros y es fundador de la ONG educativa Expedición Ciencia. Nuestro equipo tuvo la oportunidad de entrevistarlo y conocer su opinión sobre la educación, la divulgación de la ciencia, y los alternative facts.

— En The Death of Expertise, el profesor Tom Nichols argumenta que la gente no cree en los expertos por varios motivos. En gran parte, la abundancia de información en internet lleva a muchos a creer que saben tanto como un profesional sobre cualquier tema: el famoso efecto Dunning-Kruger. ¿Estás de acuerdo con este diagnóstico?

— Mi mamá la otra vez me decía: “¿cómo te parece que está la cosa política? ¿Cómo ves el país?”. Y yo le digo “mamá ¿cómo puedo hacer yo para ver el país?”. En un país donde en realidad no hay un periodismo muy serio, yo cada vez que agarro el diario y encuentro una nota me cuesta horrores entenderla. Si vos comparás con una nota del New York Times, más o menos empezás a entender qué es lo que pasa; acá no. Mucha guerra, mucha gente que critica y pone en duda las fuentes, todo el tiempo.

Para saber si la gente apoya al presidente o no, necesitaríamos tener estadísticas muy serias. En este tema pasa exactamente lo mismo. Yo no leí a Nichols, no sé qué evidencia da él. Yo lo que me pregunto es: ¿no confían en los expertos? ¿Cuál es la evidencia de que esto sea así? A mí no me consta. Si me pongo a pensar, encuentro en mi anecdotario ejemplos de gente que no confía. Pero ¿es verdad? Yo sí confío en los expertos. La verdad es que trataría de buscar un experto que me diga si eso es cierto o no. En los últimos dos años, pero en los últimos cuatro meses [por los primeros meses de 2017] con más intensidad, siento que hablamos al pedo, mucho. Y siento que yo también termino hablando de cosas de las cuales no sé. Muchas veces me ha pasado, incluso en educación. Yo volvería a los expertos aun en este tema.

Dicho esto, me parece que está bueno que uno sea escéptico en algunas cosas. A mí personalmente me pasó de ir descubriendo que existe una sociología de la medicina, por ejemplo. Que los médicos tienen intereses que no necesariamente son los del paciente. Eso está muy estudiado. Entonces, cuando yo tuve a mis hijos me cuidé mucho de qué obstetra iba a encontrar, dónde estaba alineada esa persona y qué posicionamiento tenía, porque no era lo mismo. Yo cuestionaba muchísimo, y terminé discutiendo con los médicos mucho y muy fuerte. Yo me ponía en el lugar de experto…

— Todos lo hacemos, dice Nichols.

— Pero yo lo que decía era: “explicame bien para que yo entienda por qué vamos a tomar esta decisión”. Y lo que pasaba era que a ellos mismos se les desbarataba. Se les caía el argumento. Yo lo único que hacía era interpelarlos, no es que me ponía a decir “no, porque en realidad, el cordón umbilical…”. Simplemente le decía “explicame bien”.

Entonces me parece que está bueno que uno trate de tener una posición interpelativa, no sumisa. Pero la verdad es que, por otro lado, hay que confiar en la ciencia. Y a veces a ciegas. En realidad, por qué hay que confiar en la ciencia sí lo podés entender. Y una vez que entendés eso, te entregás. Hay que entregarse a los expertos.

— ¿Creés que la brecha que hay entre científicos y el público en general puede tener que ver con el hecho de que los científicos no siempre se expresaron o educaron al público correctamente?

— Puede ser, pero de todas maneras no me parece que sea la responsabilidad de los científicos tener que educar o expresar; me parece que hay que formar gente específicamente para eso. Lo más importante es formar educadores. Lo que sí, tiene que cambiar mucho en las escuelas el nivel educativo.

Me parece injusto reclamarle a los científicos algo que nunca se les fue pedido explícitamente, y que tampoco me parece justo pedirles. Por varias razones. Una es porque la investigación científica es súper competitiva, es muy demandante de tiempo. No podés dedicarte mucho a otras cosas. Si te dedicás a esas cosas tendría que existir un sistema que acompañe.

Por ejemplo, típicamente acá pasa que en el CONICET se concursa. Todo el sistema científico está basado en que vos vas avanzando, peleándote con los demás y tenés que dar cuenta de la calidad de las cosas que hacés: porque publicaste muchos papers, o papers con un alto índice de citación, etcétera. Hay instancias donde vos progresás en tu carrera. Esas instancias están evaluadas, y en el CONICET, por ejemplo, no está súper contemplado qué pasa cuando un científico se dedica a la popularización de la ciencia. Entonces está penalizado, la gente no lo va a hacer. Reclamarle al científico me parece que no corresponde.

En todo caso, uno le podría reclamar al Estado que cree los incentivos en términos económicos para que los que pueden y quieren hacerlo, y lo hacen mejor, puedan. Ahora esto está penalizado, porque pierden la carrera si se dedican a hacerlo. Así que, definitivamente, yo no le pondría la culpa a los científicos. En el sistema sí; me parece que el sistema podría hacer un montón de otras cosas.

Pero no es solamente contar lo que los científicos hacen; me parece que tiene que ver con una cosa educativa mucho más deliberada y pensada, que va a tener muchos más costados que lo que un científico pueda hacer con respecto a esto. Necesitás un aparato con mucha gente, muchas cabezas, indicadores, periodistas… Tiene que haber un diálogo y un consenso entre muchos actores. Los periodistas científicos definitivamente son uno de esos actores, pero también lo son los educadores, los diseñadores de currículum, hay muchos.

— En Expedición Ciencia, justamente, tu equipo busca introducir a estudiantes de secundaria al mundo de los investigadores y el pensamiento científico, según entendemos, con gran éxito. ¿Qué hace falta para llevar ese modelo a todas las escuelas?

— Expedición Ciencia es un término polisémico, si se quiere. Es una ONG y también es un campamento. Nació con esta actividad, que es la actividad emblemática, pero a la vez es una organización que hace más que campamentos. Entonces, hay que hablar de las dos cosas por separado.

Los campamentos cumplen una función muy específica, son muy iluminadores, muy deslumbrantes, para un grupo de gente que es heterogéneo pero que está muy definido. Al campamento van chicos que están terminando la escuela secundaria. Siempre va una población que es muy filo-científica. Son personas que van a terminar siendo científicos, o le van a pegar en el palo, o sus papás son profesionales. Este es el indicador más claro de que están en un mundo muy intelectual. Entonces a lo mejor terminan estudiando Filosofía, o Letras, o Arquitectura, pero tienen una cabeza científica, tienen una cabeza muy abierta a todo lo que es académico. Se van a copar con los expertos, son hijos de expertos en realidad. Y que en realidad, en su mundo social no están encontrando su lugar de pertenencia. Van ahí y se encuentran con un montón de gente que son todos iguales, entonces se re copan.

Expedición Ciencia 2010, en Villa La Angostura, Neuquén. Imagen: Comikisimo

Y otro conjunto de gente — que no son hijos de profesionales — por lo general viene de la periferia; están por fuera del establishment científico. Y se contactan con los otros, y descubren que lo que les estaban enseñando en la escuela no es la única forma, que hay otras cosas. Ven la ciencia de otra manera. Entonces crean lazos. Yo no tengo datos duros para mostrar, pero siento que esos chicos tienen más chances de sobrevivir a la universidad por todos los contactos que hicieron y porque tienen confianza en que la manera de mirar que ellos — y, en realidad, la ciencia — tienen está bien. Entonces van con confianza. De hecho, terminan conociendo investigadores, con lo cual terminan entrando en el aparato científico.

Ese es el campamento. Para llevar a todos los chicos de Argentina no se puede ni se quiere. Es decir, no todos los chicos están interesados. Me parece que hay más que a los que estamos llegando, pero tampoco son muchísimos más. Entonces, no me parece que tendría que llegar a todos. Pero muchas de las actividades que pensamos para el campamento sí son aplicables en el aula y están sustentadas en una mirada de la educación de la ciencia que sí se puede aplicar en el aula. Y cómo llevar eso a todas las aulas es complicadísimo. Hay muchas iniciativas, en todo el mundo, tratando de reformular la educación en ciencias: nosotros somos una gotita en un mar de esfuerzos en el que, en general, todos quedan diluidos en un océano de inercia.

Tengo idea de cómo hacerlo. Me parece que una de las cosas que le está faltando mucho a los docentes son recursos. Y no me refiero a plata, sino a ideas sobre cómo dar una clase. Tiene que haber prácticas de laboratorio, salidas y clases resueltas tema a tema con otra mirada, con otra forma. Los diseños curriculares no tienen el nivel de especificidad como para dar clase a clase. De hecho, no se busca que lo hagan, no corresponde. Las editoriales no tienen interés en hacer eso. Ni creo que lo vean, no tienen el expertise… La verdad es que lo que les importa básicamente es vender libros. Mejores, peores, más comprometidos, con menos corazón y más corazón, pero en definitiva su negocio es vender libros, no hacer de la educación algo mejor.

Hubo algunas intentonas, como el portal Educ.ar, pero para mí no están saliendo cosas de alta calidad de ahí. Se requiere una experticia muy particular para hacer buenas actividades. En general, los científicos no las pueden hacer, los educadores que no tienen una formación de base científica muy fuerte tampoco. Necesitan mucho apoyo de, por ejemplo, historia de la ciencia, y didáctica… Habría que armar equipos. Entonces yo ahí creo que Expedición Ciencia tiene una base armada y que si tuviéramos recursos económicos para hacerla, si nosotros pudiéramos tener cinco personas full time, podríamos inundar el mercado (con el mercado me refiero a que podrías acceder libremente) con cosas que vos podés hacer en el aula. Esa es una de las grandes cosas que podemos hacer.

— ¿Por qué eso no está ocurriendo desde el Estado?

— No tengo ni idea. La verdad, no tengo ni idea.

— Como buen experto, no vas a opinar sobre un tema en el cual no tenés expertise

— Claro, no tengo expertise en el sentido de que no hice un estudio de verdad, científico, sobre por qué está pasando. No soy sociólogo, además tampoco podría serlo. Yo estoy generando recursos para ellos, pero hacen cursos de capacitación. Para mí, eso no es lo que hay que hacer. Vos podés después armar un curso de capacitación basado en el uso de una serie de herramientas, pero primero tenés que armar las herramientas. Y eso no está pasando.

Yo estoy colando herramientas, con mi visión, en los cursos que me ha tocado producir, y estoy contento con los cursos que hice. Una de las cosas que hay que hacer es tener recursos; la otra es capacitar a los docentes. Capacitar a los docentes es la gran clave. Y yo creo que ahora ni siquiera existe el recurso humano para capacitar a todos los docentes. Deberíamos primero capacitar a los capacitadores: entrenar un grupo que después empiece a diseminar y seguir entrenando. Y esa capacitación necesariamente involucra un diálogo con los docentes. No es que sea top down: el diálogo lo abre el top, pero es justamente dialogado.

— No es solamente una cascada.

— No, no puede serlo. Tenés que ir y mirar cuáles son los problemas. Yo opino, tampoco es que tengo tanta calle. Pero fui a muchas provincias y me parece que son distintas las realidades y sí hay que ver qué es lo que quieren hacer, qué están preparados para hacer, qué les está faltando, si los recursos que vos estás generando son aplicables o no. Tratar de convencerlos de lo que vos ves, pero también escuchar. No digo que Expedición Ciencia pueda hacer eso, pero hablando de lo que el Estado podría hacer, me parece que el Estado debería capacitar. Y eso es carísimo de hacer, pero hay que hacerlo en serio y hay que sentarse a escuchar. Yo no los veo con ese espíritu.

— ¿El café es bueno o malo? ¿Cómo podemos filtrar e interpretar información contradictoria sobre ciencias que no conocemos en profundidad?

— Mi tema favorito. Yo creo que el café es bueno. Lo creo porque leí un artículo en el New York Times que me pareció una joya. Está escrito por Aaron E. Carroll. Él es un epidemiólogo y escribe para The Upshot, que es una sección del New York Times que trabaja mucho con datos. Entonces, él no solo te enseña por qué tenés que tomar café, sino que responde a la segunda pregunta que planteaste: ¿cómo hacés para saber algo con certeza cuando en realidad no sos un experto?

El café tiene efectos positivos para la salud, según reviews sistemáticos. Imagen: Karl Chor

Primero tenés que ir a los expertos, en este caso a los científicos, los epidemiólogos, que saben qué pasa en la salud pública con tomar o no café. Hacen un montón de estudios y observan qué le pasa a la gente que toma café, qué le pasa a los que no toman café, comparan y después tratan de buscar situaciones experimentales. Y esos estudios dan resultados muchas veces contradictorios o — y esto pasa muchísimo — dan resultados que no son estadísticamente significativos. Los tipos dicen “mirá, parecería que está bueno/malo, pero en realidad no lo sabemos porque no testeamos a la cantidad de gente necesaria como para estar seguros”. Nos da un resultado pero este podría ser simplemente de casualidad, tal vez si lo repetimos nos daría otro.

Mi consejo es este: el público en general no se tiene que involucrar con los papers, con los trabajos científicos en estado bruto, sino que tiene que estar en contacto con las reviews sistemáticas. Estas son artículos que se dedican a estudiar los papers. Se hace un pool muy sistemático y riguroso, muy reglado. Se toman los datos de todos los trabajos individuales y se los trata como si fueran un enorme estudio gigantesco. Se compensan entre sí. Están ponderados de acuerdo con un montón de criterios: los que están mejor hechos pesan más. Pero lo bueno es que el problema estadístico desaparece. La muestra es tan grande que sabés, las contradicciones producto de la aleatoriedad desaparecen.

Hay muchas reviews sistemáticas sobre los efectos del café, y todos esos estudios dan que las posibilidades de tener cáncer disminuyen, la esperanza de vida aumenta, disminuyen las enfermedades cardiovasculares. No vi qué pasa con el insomnio, o qué pasa si estás embarazada o dando de mamar, o qué pasa con los problemas gástricos. Pero respecto a todos los demás temas, de acuerdo con todas las reviews sistemáticas, se demostró que el café hace bien.

— ¿Qué pasa cuando los expertos se equivocan, intencionalmente o no? Cuando las autoridades de un campo, o toda la comunidad científica, deciden que Plutón no es un planeta, o que el hombre de Piltdown era un fraude?

— Es un problema semántico si Plutón es o no un planeta, tampoco es tan importante. Ahora, si el HIV causa el sida o no es importante, porque se mueren miles y miles de personas si no tomás la política adecuada. El problema es el siguiente: si nosotros tenemos una visión ingenua de la ciencia o de los procesos de decisión, creemos que va a haber una respuesta certera. No la hay, no existe el método científico como una especie de receta para arribar a la verdad absoluta. Siempre te podés equivocar. La pregunta es ¿dónde tengo yo más probabilidades de equivocarme?

No viene al caso ahora, pero podríamos analizar: si yo quiero saber qué me va a pasar en el futuro, no está bueno que me tiren las cartas del tarot. Sería mejor que me secuencien el genoma. También sería medio inútil. Pero los científicos sí te pueden decir cómo son las cosas, e incluso a veces pueden predecir qué va a pasar. Tenés muchas más probabilidades de estar en lo cierto si recurrís a un científico, aunque eso tampoco te garantiza que tengas la certeza.

También puede ser que haya intereses económicos, lo que está pasando cada vez más. En la educación superior hay un movimiento de injerencia de capitales privados que hace que haya mucho conflicto de interés. Por ejemplo, si un estudio para ver la eficacia de una droga está financiado por una farmacéutica, tiene muchas probabilidades de que le dé favorable. Eso está estudiado. Puede haber malicia, o simplemente un sesgo. Y cuando eso pasa hay maneras de defenderse, pero ninguna es infalible.

Pero así como vos no tenés que mirar un solo paper, no tenés que escuchar a una sola persona. No va a haber un experto en un campo. Y de hecho, si lo hay, ese campo va a ser intrínsecamente poco confiable. Por ejemplo, la teoría de la relatividad muy al principio: la postuló Einstein y tres físicos más; los demás, supuestamente, no entendían nada. Supongamos que eso es cierto. Entonces yo, como ciudadano [en ese momento], diría que la teoría de la relatividad todavía no está madura como para que yo confíe en ella. Si, en cambio, la acepta toda la comunidad científica, hay muchas menos probabilidades de que sea incorrecta. En algunas cosas es menos probable que la ciencia se equivoque, como en lo que se sabe hace mucho tiempo, o lo que fue observado por distintas disciplinas, distintos investigadores con distintos intereses, con mucha colaboración entre países o miradas diferentes.

Podemos creer en la teoría de la relatividad porque la comunidad científica la acepta. Imagen: Sidney Perry

— En algunos países, especialmente en Estados Unidos, existen movimientos anti-ciencia que, por ejemplo, se oponen a la vacunación. Bill Nye fue fuertemente criticado hace algunos años cuando aceptó debatir con el creacionista Ken Ham. Algunos científicos consideraron que, a pesar de las buenas intenciones de Nye, su presencia prestaba credibilidad a una postura tan ridícula como el creacionismo. ¿Qué debemos hacer, entonces, con los negacionistas de la ciencia si debatir con ellos les de más influencia y más poder?

— Primero, que alguien esté en contra de las vacunas no necesariamente significa que esté en contra de la ciencia, simplemente está negando que ese resultado científico tenga validez. La decisión de una persona de no vacunarse no se basa en que su corazón se lo dice, o que meditó durante varias horas y ahora sabe que las vacunas son malas. Lo que esas personas hacen es obviar las recomendaciones que mencionamos antes, y se apoyan en el experto equivocado.

En mi materia uso un video muy gracioso en el que un hombre dice que lo que uno tendría que hacer en la vida es buscar el estudio científico que concuerda exactamente con lo que uno cree y usar ese.

Cherry picking.

— Claro. No podés hacer eso. Está mal. Pero no sé si están negando la ciencia. Lo que están haciendo es tergiversarla. No es que digan que la ciencia no sirve, dicen que la ciencia dice otra cosa.

— Cuesta más imaginar esto en el caso del creacionismo.

— Más o menos, porque vienen con la idea del diseño inteligente. Es súper malicioso. De hecho, en los Estados Unidos hubo un juicio en el cual los encontraron culpables de estar, a sabiendas, tergiversando todo. Tienen un discurso pseudo-científico. [Nota del editor: en el caso de Kitzmiller v. Dover Area School District, el juez decidió que el diseño inteligente no es ciencia]

Aclarando eso, ¿cómo se los combate? En mi clase hablo del tarot, y quizá hay chicos que creen en eso, pero no les digo “esto está mal”, a pesar de que creo que no funciona. Lo que pregunto es a dónde apostarían. Quizá el tarot está bien y la ciencia está mal, pero ¿cuál es la probabilidad? El tarot es una comunidad en la que no hay debate, no se chequean unos a otros. Los científicos están todo el día peleando y mostrando evidencia y tratando de demostrar que el otro está equivocado. Ese es el gran poder de la ciencia: el escepticismo organizado, que no lo tienen muchas otras áreas del quehacer humano. Eso es lo que nos permite confiar. Me parece que hay que mostrarle a la gente que eso es así.

Es muy difícil entrar en el debate de la evolución o del calentamiento global, porque tenés que ser un experto. Creo que hay que ir un punto más atrás y retomar la fe en el experto. Es fe. Hay una confianza que uno tiene que tener y que es bastante ciega. No es del todo ciega porque se basa en entender cómo funciona la ciencia. Si vos sabés cómo operan los científicos, vas a confiar en lo que producen. No porque seas un experto en la atmósfera: “no, porque en realidad, en la tropopausa ocurre una inversión…”. Un día tendrías que discutir sobre eso, otro día sobre virus y biología molecular, otro día sobre la evolución de los metazoos y la aparición de la fibronectina. ¡Totalmente imposible, ridículo!

No es que haya que confiar en la ciencia porque es la ciencia. No: si yo te explico cómo funciona la ciencia, vos, con tu sentido común, lo más probable es que prefieras la ciencia antes que cualquier otra cosa. Para mí eso es lo que hay que hacer.

— ¿Y entender también que aunque la gente quiera respuestas definitivas de los expertos, no necesariamente habrá una?

— No necesariamente, pero quizá sí. Hay miles de cosas que están siendo investigadas, que todavía requieren investigación. También hay cosas que están súper determinadas pero hay sociedades enteras que las niegan. Hay gente que dice que la Tierra es plana. También se hacían radiografías a las embarazadas, porque no se sabía que los rayos x eran mutágenos. Y seguramente hay muchas cosas que estamos haciendo ahora muy mal, pero porque no sabemos.

Por ejemplo, un área donde no se sabe casi nada y es súper interesante y muy importante es la alergia. Se sabe muy poco del sistema inmune, y se sabe muy poco del origen de las alergias. Y las alergias son una epidemia. Las alergias y las enfermedades autoinmunes están relacionadas. Y se sabe muy poco, pero lo que sí se sabe es que los países donde no hay enfermedades infectocontagiosas — porque hay antibióticos, vacunación, higiene — son los países que tienen alergias. Es un problema muy importante: mucha gente sufre e incluso se muere, por ejemplo de asma. Y sabemos muy poco. Ahí hay todo un campo de investigación y seguro que hay un lugar donde todavía no se sabe ni está definido. Ahora, si vos te exponés a radiación alfa de un pedazo de uranio-235 enriquecido, te vas a morir. No hay discusión, nadie puede discutir eso. Es una pieza de conocimiento absolutamente definitivo.

— ¿Cómo podemos distinguir a un experto de una persona que, incluso aunque tenga un título, puede tener credibilidad cuestionable?

— Me parece que no hay que escuchar a personas; hay que escuchar a consensos. ¿Dónde se plasman los consensos? En instituciones muy grandes, como el IPCC [Intergovernmental Panel on Climate Change], o entidades universitarias, por ejemplo. En los libros de texto, no en cualquier libro.

Y la otra cosa es el tiempo. Uno confía más en las cosas más viejas que en las más nuevas. Cuando sale algo nuevo, sale mucha gente diciendo muchas cosas. Después de un tiempo, cae el polvo y decanta. Y con la ciencia no son pocos días; son años o décadas. Entonces tampoco hay que mandarse con las cosas que son muy nuevas.

También hay una especie de tensión entre el conocimiento científico y las noticias. El periodismo busca noticias, trata de hacer de la cuestión de la ciencia un evento. Hacen un esfuerzo que es nocivo. Los periodistas científicos, para mí, ahí le están errando. Hay un problema ético. Están diciendo las cosas mal. Ellos tendrían que hacer notas de fondo, buscar reviews [de estudios académicos] y tratar de resumir las cosas pero con mucha cautela. El tema es que ellos ponen el foco en el científico, y a los científicos les gusta eso, y a veces está bien porque ayuda a que vayan fondos a esas líneas. Pero me parece que hay que hacer otro periodismo, y que el público tiene que reclamar otro periodismo científico. La noticia no va. Hay que buscar otra cosa.

— ¿Y este problema que existe con el periodismo es una causa o una consecuencia de las fallas del sistema educativo?

— Es una buena pregunta. Muchos periodistas que están en acción ahora son consecuencia de un sistema educativo que ya no existe. Me parece que son pautas culturales. El sistema educativo siempre responde a pautas culturales, pero siempre atrasa. Y eso me parece que está bien, porque si no sucedería que cada moda que surge terminaría cambiando el sistema educativo y haría estragos. Pero ese es también el problema del sistema educativo: siempre está formando gente para hace 30 años, y no para el futuro.

Lo que estamos hablando es un problema netamente social, aunque sin dudas la formación cambiaría mucho las cosas: si la gente supiera bien, desde la escuela, cómo opera la ciencia, tendría una actitud muy distinta hacia ella.

— Y reclamaría ese otro periodismo que necesitamos.

— Tal cual. Pero yo creo que eso también se puede movilizar en la sociedad civil, en los adultos. Son cosas que la gente puede consumir rápidamente si se hacen buenas campañas de difusión.

— Históricamente, quienes se dedicaban a las ciencias sociales muchas veces debieron defender la importancia de su trabajo frente a políticos y funcionarios escépticos. Dando vuelta la pregunta, ¿por qué es importante para quienes nos dedicamos a las ciencias sociales conocer también las ciencias naturales?

— Yo no conozco bien las ciencias sociales, soy un científico natural. Pero la materia que doy yo [Introducción a la Ciencia] tiene algunos aspectos epistemológicos muy suaves, que tienen que ver con la atribución de causa y otros problemas sociológicos, como leer artículos, conflictos de interés, entre otros, que tienen que ver con cómo funciona la ciencia. Me parece importante que todos conozcamos cómo funciona la ciencia, incluso quienes van a ser científicos sociales o humanistas.

Supongamos que las ciencias sociales y las ciencias naturales funcionan de formas muy distintas, algo de lo que no estoy seguro. En las ciencias naturales hay una raigambre común. Creo que son monofiléticas. En biología se dice que un grupo de especies son monofiléticas si descienden todas de un mismo ancestro común. Yo creo que las ciencias naturales descienden todas del mismo ancestro común. Entonces comparten un montón de valores y de tradiciones. Es necesario conocer esas tradiciones, porque son las que rigen la producción de una gran cantidad de conocimientos. Entenderlas nos permite tomar decisiones relevantes, como nuestra posición frente a los médicos o si creemos o no en las vacunas, de manera informada. Eso en cuanto a lo biomédico; en la física y la química pasan cosas similares. Son conocimientos muy fuertes. Tenemos que entender un poco del calentamiento global, y de cómo es la matriz energética o la base alimentaria del mundo. Por supuesto que hay que entender la economía y la sociología de eso también. Es esencial entender cómo funciona el mundo, pero también cómo se genera ese conocimiento sobre el mundo.

Gabriel Gellon es doctor por Yale University y profesor de la Universidad de San Andrés, donde dicta la materia Introducción a las Ciencias. Esta entrevista fue condensada y editada para su publicación.

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