IX

Santiago Sotoca
Popstumbrismo
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3 min readOct 29, 2018

De un tiempo a esta parte he leído muchos cómics escritos y dibujados por mujeres, y otros que, para mi sorpresa, resultaron escritos y dibujados por hombres. Me agrada profundamente comprobar que de primeras pienso que se trata de una mujer y, de segundas, que ya no logro distinguirlo con certeza. La línea suele ser más limpia, redondeada y segura. La viñeta, más abierta, descargada. El humor gráfico, más simpático. En suma, es un estilo afable que se ajusta al tipo de historias que, en este momento, quiero saborear. Si en una vida pasada fui japonés, entonces es probable de que en otra fuera mujer.

El plano del apartamento es rectangular, similar al de cualquier comedia de situación de los años noventa: salón amplio, cocina americana, sofá de tres plazas y sillón «orejero». El ambiente propio de una buhardilla de artista parisino invade toda la estancia. Mis colecciones, mi mayor tesoro, rebosan las estanterías desvencijadas. Recuerdo que algunos domingos visitábamos a mi tía y nos quedábamos viendo series con mis primos hasta que anochecía. El salón era —y todavía es— muy estrecho, y nos apiñábamos en él irradiados por una lámpara halógena que emitía una luz de color salmón. Bailando la danza del vientre, se tambaleaban pilas gruesas de guías de programación televisiva. Haber sido niño en esa década me fastidia un poco, pues no disponía de la madurez suficiente para apreciar la profusión estética y cultural de la que mis ojos fueron testigos: anuncios, aparatos electrónicos, carteles, costumbres, jergas, juguetes, marcas, modas, peinados, etc. Si no me equivoco, en aquella época mis padres rara vez pedían comida a domicilio, acaso cada dos o tres meses. Mi mente me convencía de que aquello suponía un lujo. Así pues, me empeñaba en postergar lo inevitable dando pequeños mordiscos a la porción de pizza o la hamburguesa de turno, deseando prolongar su sabor al máximo. Por el contrario, en la actualidad mi noche de viernes ideal pasa por repantingarme en el sofá, pedir por teléfono una hamburguesa — siempre la misma: doble con queso y bacon — y ver capítulos de veinte minutos de duración y risas enlatadas.

Mi hermana cuida mucho sus manos, pues son su herramienta de trabajo. Estudió una especialidad médica que aplica la aerografía a la prevención y la rehabilitación. Además, desde muy niña practica danza contemporánea, presumo que eso le ayuda en su concepción del cuerpo humano. A pesar de la diferencia de edad, siempre hemos estado muy unidos. Mi madre es una mujer sencilla pero ambiciosa; afectiva pero exigente. De espíritu luchador, se hizo cargo de una familia de comerciantes a los quince años. Su experiencia de vida se traduce en los cientos de refranes y dichos populares que no pierde ocasión de recitar en los momentos más oportunos. Por si fuera poco, como toda madre, es bruja y odia que no le den la razón cuando sabe que la lleva. Durante la cena les cuento lo de mi bicicleta y les enseño la moneda acuñada con las fauces de un león. «Al menos estás bien, la salud es lo primero», sentencia mi madre con un tono entre preocupación y regaño. Mientras tanto, mi hermana frunce el ceño, pensativa. «Una compañera del hospital me contó algo parecido esta misma semana», arranca por fin, «¿por qué no te pasas mañana? Quizás ella sepa algo». El hospital queda en el distrito universitario, junto a las facultades de todas las disciplinas imaginables. «¡Eso! Es más, puedes ir en coche», remata mi madre. El coche que ambas comparten es un kei car, compacto y anguloso, aunque entretenido para conducir. El modelo se popularizó hace tiempo como medida de regulación del tráfico en la capital. «Bueno», convengo, «mañana temprano me acerco».

Les acompaño a la parada del tranvía y regreso rápido a casa. Enciendo el flexo metálico de mi habitación, poso mi oreja derecha en la almohada y la imagen onírica de la aerógrafa de acento hipnótico atraviesa mis párpados cerrados. «Claro, por eso llevaba capucha» adivino, «debe vivir en el sector del diluvio». El sueño me vence a los pocos minutos, pero antes de caer rendido me atrevo a pensar que, si mañana consiguiera dar con ella, podría proponerle que me acompañe en mi empresa.

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Santiago Sotoca
Popstumbrismo

Ilustrador de vocación, amante de Japón, los cómics, los videojuegos y la cultura pop.