Vega

Santiago Sotoca
Popstumbrismo
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3 min readFeb 10, 2020

Entré en el Taller de Origami para arreglar mi chaleco y me encontré con una cara que no había visto hasta ahora. Se trataba de la nueva aprendiz, Vega, que había entrado a trabajar hacía justo una semana.

Vega es lo que algunos llaman «mestiza», hija de una coleccionista anónima y un afamado relojero. Lejos de sonar como algo despectivo, ser mestiza es algo que ella luce con orgullo y una amplia sonrisa.

Mientras examinaba la prenda me contó que el origen de su nombre es una antigua leyenda sobre dos estrellas, amantes apasionadas, condenadas a vivir separadas por un río para unirse de nuevo durante una noche al año. La más brillante — y también la primera que aparece en el cielo nocturno — es «Vega». La más oscura, que emite una luz azulona, es «Atlas».

Ella defendía que no era una leyenda ni un cuento para dormir, sino una historieta, una fábula que coleccionistas y relojeros usan por igual para explicar el porqué de su diferencia de opiniones.

Dos facciones enfrentadas

Sin entrar en demasiado detalle, la aprendiz describía su visión de las cosas: los relojeros apuestan por la tecnología y la modernidad; los coleccionistas mantienen que la tradición y la magia no se pueden perder. No obstante, estos puntos de vista aparentemente contrarios en realidad no lo son en absoluto, pues ella es la prueba viviente de que ambos gremios tienen algo en común.

Mi chaleco estaba casi listo, por suerte no requería un mantenimiento exhaustivo — ni costoso — . Me quedé absorto viendo trabajar a Vega. Manipulaba los dobleces de la prenda casi sin esfuerzo, como si tuviera más años de experiencia de los que decía tener. Me fijé en que usaba unos guantes gruesos, quizás lo bastante como para impedirle mover el objeto con destreza, y a pesar de todo no había pliegue o costura que se le resistiera.

Cuando terminó, la pieza era algo nuevo, pero aún conservaba todo lo que lo hacía mío. Presumió de que esa era la base de su tesis, su objetivo como mestiza, «aprovechar lo mejor de los dos mundos». Para cumplir su sueño solo le hacía falta enseñar a los dos clanes que pueden explorar juntos, colaborar para crear objetos mágicos nunca vistos por los vecinos de Barrio Meiji.

No obstante, sabe que por el momento se trata de una tarea difícil, pues en este «Tiempo de Conquista» que vivimos, los relojeros tienen la sartén por el mango.

Ojos mágicos, corazón mecánico

Me puse mi chaleco recién reparado y saqué de mi bolsa de viaje el dinero justo para pagar a Vega. Se quitó las gafas y el pañuelo que cubrían la mitad de su rostro, dejando expuestos sus ojos y su pelo multicolor, señal inequívoca de que por sus venas corre sangre mágica.

Se guardó el dinero en el interior de su camisa de trabajo, guiando mi vista involuntariamente hacia su pecho. Me fijé en una placa de un material desconocido que asomaba desde el costado izquierdo. Vega, soltó una sonrisa cómplice ante mi extrañada mirada. Me confesó que cuando era niña, sus padres notaron que cada vez que estaba cerca de una máquina o cualquier artefacto metálico, manifestaba una especie de alergia.

Los síntomas se agravaron muy rápido, pasando de unos inofensivos estornudos a súbitos desmayos, hasta que un día se le paró el corazón. El único remedio que su familia encontró fue construirle un «corazón mecánico» con diferentes piezas que cogieron del taller — algunas místicas, otras tecnológicas — gracias al cual puede llevar una vida, digamos, normal.

Antes de despedirnos, quise agradecerle su buen trabajo y desearle suerte en su aprendizaje como artesana. No sabía que volveríamos a vernos antes de lo que esperaba.

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Santiago Sotoca
Popstumbrismo

Ilustrador de vocación, amante de Japón, los cómics, los videojuegos y la cultura pop.