¿Hola?

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta
3 min readJun 5, 2019

Notas digitales, enviadas a través de un tablero digital, con una respuesta que viaja y se traduce a través del aire. Al principio marcaba su número con una frecuencia preocupante, casi como si su vida dependiese de ello. En el cristal podía verse un trazo aceitoso, un camino sinuoso que iba de número a número, y sabía que eventualmente iba a crear un surco sobre ese sendero de dimensiones micro que su mano recorría una y otra vez. Ya no le preocupaba el saber que este hábito podía volverse una especie de anclaje al pasado, pues siempre fue consciente de que eventualmente esta herramienta iba a ser insuficiente, así como lo fueron las fotografías que llevó a papel pensando en la fragilidad de lo intangible, pensando en lo efímero de eso que transcurre dentro de un paraíso de silicio que pocos pueden entender.

El tiempo pasó y, tal como lo había premeditado, el marcado disminuyó porque oír una voz disociada no representaba con total exactitud lo que cada tanto se reproducía en su cabeza como una suerte de Super 8. Ahora si bien no discaba de manera constante, se encontraba con diferentes disparadores que le recordaban que podía hacerlo si lo necesitaba, por ejemplo: dos vasos, uno sano y el otro roto. Los mejores lugares para llamar estaban situados en la intemperie, porque de esa forma evitaba quedar en evidencia alrededor de sus seres queridos, evitaba ser mirado con la lástima y esa compasión que se entrega únicamente cuando queremos entender a alguien más pero sin necesariamente ponernos en su lugar. “Quiero comprenderte, pero sin sufrir lo que sufrís, sin sentir lo que sentís, y sin mirar e imaginar lo que no está ahí”.

Años después de haber dejado por completo ese hábito que había tomado como acuerdo reparatorio con la vida, el universo y todo lo que transcurre en la maquinaria galáctica, recuerda 9 dígitos casi de manera instantánea, todo cuando recorre los rincones más recónditos de su cabeza. Mientras se quita el champú de los ojos y la débil laguna de pelo que le queda en la parte superior de su cabeza, en cierta manera comienza a sentirse desesperado. Tiene miedo a que por arte de magia esa cadena numérica desaparezca para siempre de su parte sensata de la psiquis.

Se seca torpemente, y el riesgo de resbalar y darse la cabeza contra alguna arista contundente no le afecta para nada en ese momento. Con los dedos todavía arrugados por el agua y el vapor, comienza a marcar lentamente esa serie de valores que volvieron a él: su cabeza es la liebre, y sus dedos son la tortuga. A medida que el corazón le bombea tanta sangre a su cabeza que puede sentir algo así como un sexto sentido desarrollándose, le sorprende que el tono de marcado persiste en lugar de ir directo al buzón de voz. “¿Hola?”, se escucha del otro lado. El corazón ya no bombea, se queda paralizado y confundido. Siente sus orejas ardiendo como si las tuviese pegadas al vidrio de la ventana un día de verano, y de esa forma también siente que no puede oír nada a su alrededor por el vacío que se genera entre el cristal y las cavidades de sus aurículas. Es aquí donde se da cuenta que nada volverá a ser igual.

--

--

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta

Digital product manager that also happens to do a bunch of other stuff on the side. Jack of all trades.