La pistola humeante

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta
3 min readMay 14, 2019

Me pidió un favor. Respondo y luego guardo el siguiente mensaje en borradores, como si fuese una especie de arma a utilizar más adelante, en un atraco premeditado del cual voy a robar efectivo, sólo que en lugar de efectivo voy a sacar una moneda traducida en demostraciones afectivas. La verdad es que al mensaje lo escribo directamente en la conversación pero sin presionar sobre el botón para enviarlo, porque el pedido vino hoy y ahora, pero quién sabe si después voy a necesitar un chivo expiatorio con el cual sacar una respuesta a tirabuzón. Misión imposible seguir un hilo que seguramente se diluya porque tengo demasiado miedo de indagar para obtener una seguidilla de letras que, de manera aislada, en mi cabeza se traduzcan a monosílabos. El boicot es difícil de desestimar cuando viene de adentro.

Busco y encuentro un audio viejo, ese que grabé 3 o 4 veces para enviarle a mi papá. Era ahí donde dictaba lo que nos separa uno del otro y cuán diferentes somos porque uno de los dos camina por el límite y roza lo patológico. A veces creo que es él, otras pienso que tranquilamente puedo ser yo. Lo escucho y tengo la voz quebrada en diferentes partes. Pienso que es algo raro porque recuerdo que cuando lo envié, lo hice con el pecho inflado y creyendo que había grabado algo firme. El resultado real, o al menos el percibido mientras escribo esto, es un patético y metafórico intento de cerrar un círculo de sal a mi alrededor.

En la conversación con mi vieja encuentro mensajes que, a diferencia de lo que percibo en el audio que le envié mi viejo, son una representación literal de nuestra dinámica. Altibajos demostrados en un tire y afloje para salir del pozo que la circundó casi toda su vida. Si sigo insistiendo es porque salir de un círculo de sal es mucho más fácil que salir de un pozo. En el círculo de sal basta con dar un paso adelante para estar afuera y salir indemne. Para salir del pozo uno tiene que trepar, y clavar los dedos y uñas en las paredes de tierra apisonada, y aún así se sale con las manos lastimadas, cubiertas de un barro teñido en tonalidades carmesí. Una pared de tierra como bolsa de boxeo.

Por último, pero no por eso menos importante, entre los mensajes del flaco encuentro el asilo que siempre dispone de manera tácita para mí. Debería dejar de ser tan pelotudo y darle todo lo que merece, pero está difícil cuando ya se ganó el cielo. El último mensaje arranca con una oración compuesta de tres palabras: “¿Comés en casa?”. Sigue con el botón que siempre detona y termina de afirmar todo lo que recuerdo cada día de él, de nosotros: “Porque hice risotto y te guardé en la heladera”. Me gusta pensar que mi correspondencia es igual de grande, pero no lo sé, ojalá sea así.

--

--

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta

Digital product manager that also happens to do a bunch of other stuff on the side. Jack of all trades.