Un esfuerzo sobrehumano

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta
3 min readJun 13, 2019

La lámpara logra alumbrar algunas hojas amarillentas sobre el escritorio de madera, y la sombra se vuelve cada vez más y más pequeña, hasta que el tapizado rasgado de la silla cruje cuando ella suelta su peso. Las hojas son sobras de ese cuadernillo viejo que siempre usa para terminar de pasar la lista del supermercado que estaba balanceando hace unos días, ya con cierta práctica dada la situación que se gestaba a lo largo y ancho del lugar.

El reloj despertador marca las 2:04 en números verdes. La noche siempre le permite terminar todo lo que no puede hacer durante el día, incluso si eso significa perder horas de sueño. Al patrón le gusta la puntualidad, y ella se convenció que 5:30 es un número razonable dado el lugar que le brindó. Esta debe ser la 4ª o 5ª vez que se pregunta cómo va a sostener esto, pero siempre descarta este tren de pensamiento lo antes posible, ella sabe que no tiene la respuesta y hay problemas más urgentes por resolver.

Mientras el perro y el niño sincronizan su respiración al otro rincón de la habitación, ella puede oler la brisa que entra por la ventana y entonces deduce que las cortinas necesitan un lavado, así como también lo necesitan las sábanas, pero no quiere despertarles y de nuevo recuerda que hay problemas más urgentes por resolver. Los números que marca en la revista que se llevó de la casa del patrón –cortesía de la señora– y transcribe a las hojas amarillentas parecen no coincidir con la sumatoria de los números que se encuentran impresos en el puñado de papeles que están dentro de la cajita de chapa, esa donde venían las pastillitas de menta que al nene tanto le gustan. Suspira mientras ejercita mentalmente esa capacidad para mezclar y reducir ingredientes imaginarios. Algunos milisegundos después vuelve a entrar la brisa transportando algo de ese aroma a pasto y rocío. El reloj despertador ya marca las 2:32; se le fueron 2 minutos y entiende que ese tiempo va acumulándose al eventual colapso.

La lámpara se apaga y el filamento del foco permanece incandescente por unos segundos. Ella siente que el foco es un testigo de ese esfuerzo sobrehumano que está haciendo y que no sabe cuánto más podrá sostener. El filamento al rojo vivo es una especie de palabra de aliento que le dice “Ya está, negra. Andá a dormir un rato”.

Arrastra los pies para no hacer ruido, y mientras se saca las zapatillas con cuidado, puede sentir cómo el perro se corre un poco para hacerle lugar. Ya bajo las sábanas le da un beso en la coronilla al nene, se embriaga del olor que su hijo lleva encima mientras duerme. Apoya la cabeza en la almohada y automáticamente recuerda que los números no le cierran, pero también vuelve a rememorar que en la alacena todavía tiene alguito y decide intentar conciliar el sueño a pesar de que este sea justamente el problema más urgente.

--

--

Nicolás J. Engler
Postales de la tormenta

Digital product manager that also happens to do a bunch of other stuff on the side. Jack of all trades.