Huele a porro
Tras seis meses casi sin llover, ayer dejé por segunda tarde consecutiva el tendedero sin recoger, con el doble de peso con que tendí la ropa de la lavadora. Por otra parte, era una tarde magnífica para seguir leyendo e, incluso, para dar un paseo pisando charcos que apenas me llegaran a la suela de los zapatos. En dos horas pasé de una sala en Los Ángeles con Dick Contino a unas calles alborozadas de agua que reflejaba las luces de los coches en Madrid. Pocos viandantes, humedad, parecía perfecto.
«Hola. Te llamo de la administración de fincas. Que nos ha llamado el vecino del sexto, que dice que tiene humedad en el baño. Era a ver si podría pasarse el fontanero mañana a las doce».
¡Vaya! Era la segunda vez que pasaba en un año, la segunda vez que llovía copiosamente. La primera vez tuve suerte: Habían estado haciendo unas reformas en el edificio, y olvidaron recoger unas lonas, las cuales acabaron obstruyendo el sumidero en el que desembocan los excesos de lluvia y que, fatalmente, vierte por la bajante de mi letra B. Ya entonces tuvimos que sincronizar las agendas el del sexto, el del séptimo y un servidor, el del último piso, en contacto con la cubierta. Perdí media tarde tratando de convencer al fontanero de que habría que revisar la bajante desde arriba del todo. Ni siquiera fue necesario echar un cubo de agua cuando este comprobó la obstrucción del sumidero, que provocaba que buena parte del agua bajara alegremente por el exterior de los tubos. Razón por la cual mi baño no tenía humedades, pues el agua se precipitaba en caída libre por el interior de la mocheta, y sí los baños de mis vecinos de abajo, ya que la caída alegre del líquido elemento era frenada y absorbida entre el forjado de mi piso con el del séptimo. A partir de donde empezaba a dosificarse puñeteramente por yesos y rasillas inferiores. Me extrañó que el administrador me hubiera comunicado que se lo dijo el del sexto, pero no el del séptimo. He de añadir que aquello se solucionó en el día porque tuve a bien que así fuera: entonces la secretaria de la administración de fincas me avisó estando yo trabajando, dándome a entender que lo de Noé se habría quedado en nada de no acudir inmediatamente a comprobar que no había pérdidas de agua en mi baño –un grifo abierto, qué sé yo–. El director de mi colegio, de buen humor ese día, me sustituyó en el aula, enfilé la autovía, me cercioré de que Gene Kelly no había estado bailando por casa, conocí a la vecina del séptimo, a su perro y a su chorbo, quedé con ellos en que estaría de vuelta a las cinco (y así se lo comuniqué también al del sexto), y en una hora estaba de vuelta en el cole en una junta de evaluación. Así es como cuadramos las agendas. El problema se resolvió a las siete de la tarde, y a las ocho estaba con una cita ineludible. Fue contrarreloj, pero como si del señor Lobo se tratara, el problema estaba resuelto. Porque no volvió a llover en condiciones.
Ayer regresaron los peores recuerdos de entonces: mi cita había sido un desastre y al parecer no fue lo único que hacía aguas por todas partes.
Hoy pude salir antes. En el descansillo me esperaban el del sexto, el chorbo y una linda señorita, y un fontanero distinto al de aquella vez. La linda señorita era la dueña del séptimo B, su inquilino debe de estar soltero desde hace meses, a juzgar por las fiestas que les oigo. El perro debía de ser de la novia que tenía entonces. El caso es que este fontanero, al ver (al no ver) que no tenía humedad en mi baño, ha decidido liarse a romper la mocheta del baño del séptimo, con gran alivio para mí. Hasta que, al cabo de una pausa sin golpes, he oído que llamaban al timbre: «Tengo una mala noticia: el del séptimo tiene el techo empapado, pero no puedo acceder a la parte de arriba de la “te”; voy a tener que abrir tu mocheta». Mocheta abierta, parece que falta masilla en la unión del machihembrado del tubo con la “te”; puede ser por donde sale el agua, «pero esto no es una ciencia exacta. Tal vez esté roto el tubo, en cuyo caso debería romper toda la mocheta para examinarlo». Al hombre le temblaba la voz, pero a mí no me cabía el cuello en la camisa. Afortunadamente, a veces se me enciende una luz: «¿Qué te parece si echamos un par de cubos por el sumidero de la cubierta antes de romper más?». ¡Eureka! Ha funcionado, solo es esa fuga. Ha bastado con rellenar de masilla la unión de los tubos.
Contemplo el boquete que el fontanero ha dejado junto al retrete, imagino que oiré aún más las fiestas del séptimo, respiro aliviado. Aunque no sé si aliviado es la palabra, pues cada vez que entro al baño, respiro efluvios provenientes del de abajo. Supongo que quiero que venga a arreglarlo un albañil cuanto antes, no lo sé, porque es que ahora respiro el ambiente del séptimo; porque es que en mi baño huele a porro.