José Martín
Posts traumáticos
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4 min readNov 1, 2015

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Corruptos y corruptores, mi sonrisa no es para vosotros

No suele pasar, pero a veces es inevitable. Las cosas cambian, las ideas aparecen y desaparecen, y los cambios son un hecho. En eso no creo que deba rectificar. Pero sí en cómo se producen esas transformaciones. Incluso si estas se analizan en virtud de una sola variable: el tiempo.

Es inevitable el cambio, que siempre pasa porque pasa el tiempo; pero, en un ambiente cultural, en el que la voluntad tiene mucho más que decir que en la naturaleza, suele ser factible evitar los cambios profundos. Pero no siempre, como nos está demostrando la llamada crisis.

Siempre me había parecido quimérica la idea de la revolución. Para lo cual solía argumentar en términos de irreversibilidad, apropiándome de términos de la Termodinámica. Es una cuestión de velocidad, de variación respecto al tiempo: más rápido, más difícil la reversibilidad, más cerca de la revolución que de la evolución. Sigo creyendo que una de las consecuencias de la revolución es la irreversibilidad, pero empiezo a decirme: “¿Y qué?”. ¿Qué pasa si nos echamos a la calle? ¿Qué pasa si nos negamos a consumir los productos de determinadas multinacionales? ¿Qué pasa si nos oponemos a determinadas leyes? ¿Qué?

Probablemente no pase nada, pues parece improbable que podamos hacer nada de eso; no podrá reunirse tanto acuerdo en la acción, en la praxis. Sucede el acuerdo cuando se ha creado una ideología o una conciencia metafísica aglutinadora de consciencias individuales. Pero eso solo ocurre contra la guerra, contra el matrimonio homosexual o contra el descenso de un equipo de fútbol a segunda be. En general suele haber un hecho detonante con el que sentirse identificado; es difícil cuando se trata de aunar diferentes interpretaciones de, en el fondo, el mismo hecho detonante. Diferentes interpretaciones como diferentes situaciones individuales o familiares. Sin embargo, sí que hay una única intención subyacente en las grandes corporaciones. Una intención que se justifica en términos de supervivencia. ¿Supervivencia? ¿De quién, de qué?

Cuando escucho que todos hemos contribuido a la crisis, discrepo. No parece que todos nos hayamos hartado de ganar dinero, de adquirir bienes (curiosa palabra). Algunas personas nunca se hartan de ganar. Pero muchas personas nos estamos hartando de ver tanto abuso; si ganaran y no nos perjudicara, fenomenal, pero no es el caso. Es hartazgo, pero, dada la escasez de miras de quienes no se hartan, prefiero llamarlo hartura, por la falta de altura de sus personas.

Yo (al menos yo) estoy harto de que muchos líderes políticos vacíen discursos para tapar las perversiones que hacen en su intimidad, ocultos tras su poder de intimidación, preocupados de beneficiar a personas que puedan reportarles comisiones. Estoy harto de que además se erijan en víctimas, como si lo más importante fuera su partido, ni siquiera su persona. Estoy harto de los empresarios modelo, aquellos que se creen que ganar un poco más que la competencia es justo, que no es robar. Estoy harto del valor añadido, de la expresión “calidad de vida” y de la ñoñería de quienes alaban al nuevo traje del emperador. Estoy harto de la realidad virtual que nos mantiene alejados de la calle, de los amigos, de la familia y de las relaciones cordiales, la realidad que nos hacen ver como un concurso de habilidades, de videojuego en el que las malas artes son buenas en la medida en que nos permiten pasar a la siguiente fase. Estoy hasta las narices de que todo sea culpa del gobierno de turno y no reaccionemos cuando es abyecto o miserable contra los más débiles. Hasta las narices de que no confiemos en nuestras posibilidades para reaccionar ante la ignominia. No soporto más tanta beligerancia hacia quienes nos cuestionamos supuestas verdades absolutas como la religión. Me indigna quienes criticaron “Educación para la Ciudadanía” basándose en un supuesto adoctrinamiento, como si no lo fuera “Lengua” o “Ciencias Sociales”, o como si antepusieran la moral católica a los valores de tolerancia de los Derechos Humanos. Yo también me estoy cansando de tolerar algunas cosas.

Si el fin justifica los medios, quizá sea la hora de empezar a reflexionar sobre la revolución que han empezado ellos: dando pábulo a las supuestas necesidades de supervivencia de las grandes empresas, diseñando y aplicando EREs a diestro y siniestro, moviendo el cashflow que les hemos dado para sus activos tóxicos… Estoy harto de ser prudente. Harto de contener mi ira contra quienes no tienen ningún miramiento hacia los demás.

¿Por qué hemos de contentarnos con las migajas que nos dejan unos miserables? Si ellos no están hartos, yo sí. Si ellos revolucionan, otros tendremos derecho también, ¿no? Yo al menos les negaré la sonrisa.

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