Vivir con Locura: entre la hipomanía y la depresión.

“Creepy blurred photo of a person's face and a furry hood” by Ehimetalor Unuabona on Unsplash

Mi mente siempre ha representado alegría desordenada y profusa, felicidad hipomaniaca, pero ésta, estalla de repente y sin control en una tristeza desproporcionada. En mis lapsos de felicidad hipomaniaca inventaba fantásticas historias que fueron supliendo mi realidad terrible por una fabulosa.

Todo comenzó por un irracional estado de euforia, fue un estallido inusual. Un golpe de luz fragmentándose en mi vista y luego brillaron frente a mí, partículas que no habían brillando antes, me pareció asombrosa y hermosa. Nunca creí que semejante fulgor pudiera dañarme.

Recuerdo tantas narrativas, la primera fue una función de abstracción en invierno de 1999. Siempre he creído que nací perturbado, como afirmaba Jacques Lacan en sus estudios o incluso como el pensamiento de Descartes en “Meditaciones Metafísicas” he vivido desde entonces en ese realismo, con mi locura inherente, afectando mis ideales, porque todos me decían que mis anhelos eran “locuras”, crecí, madurando con mis locuras, con mis ideales anclados a esos sueños. Yo estaba convencido que mi pensamiento era íntimo y cotidiano, pero era preocupante para otros, al verme como un “ser en desorden” según Hegel y su teoría del delirio de infatuación.

¿Por qué habría de considerarme yo un ser en desorden por mis ideales delirantes? ¿Eran tan aborrecibles? Que preferí vivir en un intimidad, en un aislamiento social, que solamente aumentó mi inestabilidad, posteriormente, sobrevino una ola de emociones oponiéndose unas contra otras, de las cuales mientras yo me enfocaba en controlar alguna de esas emociones el resto soliviantaba mi espíritu de manera incontrolable. Creándose una mezcla confusa y desordenada de mis propios sentimientos lo que provocó que a mis 17 años me obsesionara con la idea de recluirme voluntariamente en un hospital psiquiátrico, como autodisciplina, para terminar de escribir mi novela.

Y ese fue el primer indicio que yo, estaba loco.

Todos estamos locos. Pero cuando vives dentro de una ficción continua, a pesar de la medicación, todo se revuelve entre escenas abstractas y pedazos de realidad que se vuelven confusos y desordenados, tienes que desvincular los recuerdos de las ficciones, en algún punto de la locura, ya no hay ninguna diferencia.

Y mi locura me recuerda mucho al video de la canción “I’m Going Slightly Mad” de la banda Queen. Con imágenes surrealistas, incoherentes, absurdas, provenientes de la mente de Freddy Mercury, acaecido por una fiebre agravada por el SIDA que en ese momento era incontrolable.

A mis 21 años tomaba dosis inmensas de medicamentos, para una supuesta esquizofrenia, depresión, ansiedad y neurosis, acompañaron el diagnóstico. La locura seguía ahí. Por dentro me gritaba. Por fuera era una voz silenciada pero rabiosa. Empecé a sentirme dos personas distintas, quizá lo era mientras estaba bajo efecto del medicamento y mientras estaba bajo el efecto de mi locura. C’est moi. ¿Cuál de ellas era real? ¿Con cuál me identificaba? ¿Esto era locura? La locura consiste en la ausencia de mediación de lo simbólico del Ideal del yo, dejando solo el lugar para la captura en lo imaginario del yo ideal, afirmaba Jacques Lacan. Todo lo que yo sabía de locura era sobre la extravagancia, sobre la alteración de lo real y lo ideal, incluso conocía la locura de Gerard De Nerval quien caminaba por las calles de París con una langosta como mascota.

A mis 21 años tomaba dosis inmensas de medicamentos, para una supuesta esquizofrenia, depresión, ansiedad y neurosis, acompañaron el diagnóstico. La locura seguía ahí. Por dentro me gritaba. Por fuera era una voz silenciada pero rabiosa.

Según Erasmo de Rotterdam hay dos clases de locura:

“Furias vengadoras vomitan en los infiernos cuando lanzan sus serpientes para encender en el corazón de los mortales, ya el ardor de la guerra, ya la sed insaciable del oro, ya los amores criminales y vergonzosos, ya el parricidio, ya el incesto, ya el sacrilegio, ya cualquier otro designio depravado, o cuando, en fin, alumbran la conciencia del culpable con la terrible antorcha del remordimiento. Pero hay otra locura muy distinta que es por todos apetecida con la mayor ansiedad. Manifiéstase ordinariamente, por cierto, alegre extravío de la razón, que a un mismo tiempo libra al alma de angustiosos cuidados y la sumerge en un mar de delicias”

Antes de los 30 mi locura era impredecible, aunado a mis ataques de ansiedad, mi neurosis, los periodos depresivos y después los lapsos hipomaniacos, que me llevaban en un vaivén centrífugo de emociones desde un extremo al otro sin control, y así durante muchos años. Que muchas veces me impedían trabajar, estudiar o al menos escribir, que era la dedicación que me mantenía cuerdo y razonable. Obligado a estallar desfragmentando mi conciencia en retazos de recuerdos y algunas fantasías imaginarias que identificaba como un realismo consistente, aunque no fuera así.

Antes de los 30 mi locura era impredecible, aunado a mis ataques de ansiedad, mi neurosis, los periodos depresivos y después los lapsos hipomaniacos, que me llevaban en un vaivén centrífugo de emociones desde un extremo al otro sin control, y así durante muchos años.

Sócrates en “Fedro” menciona a la locura tanto como una enfermedad humana y como inspiración divina pues en ella había una obsesión o manía. ¿Qué me obsesionaba? ¿Estaba enfermo de locura o destinado a una divina inspiración? Habría que saltar al abismo entre la ficción y mi realidad. Y quizá era el principio de toda mi obsesión futura, en el fondo de mi locura, mirando hacia abajo esperando el momento de arrojarme, como en aquella anécdota de Nietzsche en Piazza Carignano donde llora abrazado de un caballo y más adelante de ese episodio se vuelve loco. Nietzsche se atrevió a lanzarse al abismo según explica George Batailles en su ensayo “La locura de Nietzsche”.

Actualmente, cada momento de mi vida es una proyección constante de fantasías y escenas mezcladas con mi realidad pasada y presente, ya no identifico mis alteraciones, mis obsesiones o manías. La medicación ya no es un aliado amigable, a estas alturas de mi vida, me he alejado de mis amigos y familiares, sigo sin distinguir mis emociones, sin poder controlar mi estado depresivo y mi estado hipomaniaco. Sigo mirando hacia abajo esperando el momento de arrojarme al abismo.

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