El ciclo de vida de nuestras tareas

La procrastinación actúa como una especie de virus que envenena la vitalidad de nuestros proyectos y tareas. Así es como se comporta típicamente su ciclo de generación y ruina.

Ignasi Lirio
Procrastinación
4 min readAug 25, 2018

--

“Arranque de caballo, parada de burro”. Este aforismo, cuyo origen desconozco, representa bastante bien lo que nos sucede frecuentemente cuando nos entusiasmamos con un nuevo proyecto personal y nos entregamos con total denuedo a él al inicio, pero que acabamos abandonando entre una sensación de fracaso y bochorno bastante pronunciada.

Y así, se dejan aparcadas indefinidamente desde pequeñas tareas cotidianas como ordenar la casa, hasta grandes proyectos como tesis doctorales, dietas de adelgazamiento u obras literarias.

¿Cómo es posible? ¿Por qué dejamos sin concluir asuntos que nos resultan de vital importancia?

Lo que sucede es que administramos de forma muy pobre las dosis de fuerza de voluntad necesarias para completar nuestros proyectos, a la par que también subestimamos el esfuerzo en tiempo y recursos que se necesitan. Esto provoca un círculo vicioso, ya que el ver cada vez más lejana la meta, crece la desmotivación, hasta que llegamos a un punto de no-retorno donde pasamos de subestimar el coste de nuestro proyecto a considerar que es demasiado oneroso; y empezamos a valorar si no merece más la pena abandonarlo. No es que nos haya dejado de ilusionar del todo, simplemente se produce en nuestra mente una lucha interna entre una razón que reconoce que no hemos planificado bien un esfuerzo a largo plazo y unas emociones que nos invitan a protegernos y a buscar algún culpable externo que justifique nuestro fracaso.

De forma gráfica, podríamos ilustrar lo que sucede típicamente con nuestras tareas con esta imagen:

Gráfica de evolución temporal de las tareas propias de un procrastinador, desde su inicio hasta su abandono o finalización en la fecha de vencimiento (Fuente: Ignasi Lirio)

Al empezar una nueva tarea o proyecto, nos sentimos henchidos de ilusión y motivación (línea verde). Reservamos el máximo de tiempo y energías para dedicarnos a ella, y todo parece marchar viento en popa. Nos encontramos entonces ante un máximo de productividad (línea roja), lo que nos hace pensar que podremos completar nuestros objetivos a tiempo, cuando no incluso antes. Esto nos empuja a subestimar la cantidad de tiempo y esfuerzo que deberemos seguir invirtiendo en un trabajo que apenas hemos iniciado, por lo que se inicia el proceso de abandono progresivo. La productividad cae en picado, y cuando los signos de alarma de dicho abandono empiezan a emerger, decae la motivación, que ya decae por si de manera natural.

Para aplacar nuestros incipientes sentimientos de culpa, la procrastinación hace acto de presencia. Se encargará de buscar ágilmente otras tareas complementarias (cuando no totalmente ajenas) en las que ocupar nuestros recursos con tal de no enfrentarnos a la tarea principal, aquella que ya empieza a aparecer delante nuestro como una gigantesca y áspera montaña. Es justo en esta fase cuando se producen los fenómenos clásicos que afectan al procrastinador, a saber: concentrarse sobre todo en los preparativos del entorno de trabajo antes de empezar a ponerse con el proyecto, o convencerse que ya es demasiado tarde y estamos demasiado cansados para hacerlo, y que la mejor idea será levantarse temprano al día siguiente para afrontarlo con más ímpetu (cosa que rara vez acaba sucediendo finalmente). Mientras tanto, el tiempo va transcurriendo ajeno a nuestras preocupaciones.

La solución consiste en trocear los grandes proyectos en pequeños retos asequibles, y no subestimar el tiempo que se necesita para completarlos.

Finalmente, se alcanza un punto crítico: falta tan poco tiempo para la fecha de entrega (si la hubiera, real o ficticia) que toda la agonía anterior se rompe y se bifurca en dos posibles salidas: la primera sería el abandono. Decidimos que no es viable ya finalizar esa tarea o proyecto, lo descartamos con todo el dolor de nuestro corazón, nos desmotivamos por completo y canalizamos nuestra frustración entregándonos de nuevo con denuedo a otras tareas (a menudo iniciar otros proyectos que correrán la misma suerte).
La segunda salida sería la contraria: nos autoconvencemos de que lo que realmente ocurre es que solo trabajamos de forma eficiente ante grandes cantidades de presión. De repente, pasamos noches sin dormir bañados en mares de cafeína, la productividad se dispara, espoleando ésta a su vez la motivación desgastada, y conseguimos completar el trabajo a tiempo. Esta solución es una lotería: a veces puede ser una solución, otras tantas puede ser una perdición, ya que el fruto de un trabajo apresurado, por lo general, no suele ser bueno. Y en caso de que sí lo fuese, es un caramelo envenenado, ya que estaremos dándonos el mensaje equívoco de que realmente solo es posible trabajar bien bajo presión, lo que nos llevará a repetir este patrón de conducta problemático en el futuro.

Quizá la mejor solución a la hora de enfrentarnos a grandes retos sea la de trocearlos temporalmente en retos más pequeños, con marcos de tiempo menos subestimados, y con la posibilidad de percibir pequeñas recompensas cada vez que los completemos. Como reza un refrán típico catalán: Qui dia passa, any empeny (‘quien pasa un día, empuja el año’)

--

--

Ignasi Lirio
Procrastinación

Barcelona, Spain. Physicist. Writer. Poet. Digital Publishing trainer. I will talk about #NewEconomy, #Complexity #Science #Sociology