Mi mayor miedo

Proyecto A.M.A
Proyecto A.M.A.
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5 min readDec 30, 2019
Esteban Contreras

Estrella fue una etapa de mi vida. Una etapa distinta. Igual era una chiquilla rebelde, porque la gente cuestionaba cómo se tenía que comportar una mujer. Me iba bien en el colegio y todavía tengo amigos de esa etapa. Con el tiempo uno empieza a identificar lo que siente, porque en octavo ya tenía sentimientos de disforia, pero no entendía bien qué me pasaba. Y como iba en un colegio cristiano, pensaba que tenía que pedir disculpas. A veces le pedía a dios despertar al otro día convertido en otra persona. No tenía idea en ese tiempo lo que era ser trans, con suerte se hablaba de homosexualidad y, más encima, de una manera negativa. No era algo que uno pudiera indagar o preguntar tan fácilmente.

Finalmente decidí contarle a mi familia y a mis profesores que me gustaban las mujeres. De hecho, desde chico me gustaba una compañera. Me acuerdo que me llevaron al sicólogo, me corte el pelo y mi mamá se resignó que no iba a llegar a la casa con un pololo. Igual hubo peleas, gritos e insultos. Lesbiana tal por cual, enferma, desviada, ese tipo de cosas.

Ahora, último, recién entendí más en profundidad lo que era ser transgénero y pude identificar lo que sentí por tanto tiempo. Por eso desde junio del año pasado empecé con un tratamiento hormonal. He estado en eso hasta que me pilló el estallido social. La gente se dio cuenta que las cosas estaban mal y que había que hacer algo al respecto. Cambiar las cosas. Hay que cuidar más la vida y los derechos de las personas. Vivimos en una cosa tan materialista que nos hemos olvidado cien por ciento de lo que es relevante. Por eso pienso que este movimiento es necesario.

No me arrepiento de haber salido ese 5 de noviembre; siento que aprendí cosas. Al igual que otros días, en este último tiempo, me puse de acuerdo con unos amigos para ir a la plaza de Maipú. Había una convocatoria estudiantil. Carabineros estaban provocando. Se subían con las motos a la vereda y empezaron a tirarle agua a gente que estaba parada en las esquinas. En ese minuto voy a gritarle a los pacos y después nos rodean. Estábamos asustados. Terminé por paralizarme. Traté de correr, pero no me funcionó bien el cuerpo.
Nos tiraron al suelo, la cabeza boca abajo y me doblaron el brazo. No pude ni siquiera forcejear. Me decían que me quedara callado o me sacarían la chucha.

Ahí me subieron al auto. Tenía miedo porque no sabía dónde me llevaban, cómo me iban a tratar –los golpes podrían ser hasta soportables, pensé-, pero lo que más me aterrorizaba era que se dieran cuenta que era trans. Ese era mi mayor miedo. Que me obligaran a sacarme la ropa, verme de alguna manera enfermiza. Hasta pensé que me podían torturar o violar. Por eso les gritaba a mis amigos que no permitieran que me llevaran. Cómo me iba a defender de estas personas que estaban armadas. Sabía que no iban a respetar los protocolos. Tenía pánico.

Uno de ellos se dio cuenta que los quería grabar y me pidió el teléfono. Le dije que no se lo iba a pasar y me respondió que si no lo hacía, él lo iría a buscar. Se lo pasé y me pidió la clave. Empezó a revisar mis fotos, mi instagram y me dijo: “los maricones que salen ahora”. Después me preguntó si era gay. Siempre con voz golpeada. Le dije que no. Ahí se dio la media vuelta y dejó de mirarme. Dijo que el movimiento social no iba a lograr nada. Que me acordara de él. Que el tiempo le iba a dar la razón.

Cuando llegamos a la comisaría me pidieron el nombre de pila y en todo momento dije Esteban. Cuando llegué revisaron mi mochila, mi banano y uno de los tipos me empezó a llamar el Catrillanca. Ni siquiera sabía mi apellido. Ahí encontró una mariposa (cortapluma) que tenía y me dijo “te querí pitear un paco”. Le dije que nada que ver y me la abre delante de mi cara, luego se da media vuelta y me pincha la espalda. Igual me dio susto. Pensé que me iban a llevar a otra sala a sacarme la cresta. Todo el poder estaba en ellos.

Cada cierto rato venía un paco a preguntarme mi nombre. Era para molestarme. Después entramos a la sala donde toman los datos. Éramos como 40 personas en una sala pequeña. Ahí me di cuenta que habían muchos menores de edad. Había una niña de 15 años que tenía el sostén roto, que yo se lo amarré. Después me enteré de las torturas de los pacos de la 25 comisaría: le pegaron a una niña con una luma, en sus partes íntimas, y la arrastraron del pelo por el suelo. ¿Que hacía una niña de su edad ahí? Nunca debió haber estado.

Me acuerdo que no nos dejaban ni hablar entre nosotros. Lo único que quería era salir de ahí. No quería quedarme esa noche. De repente llegaron observadores de derechos humanos y una defensora. Cuando iba pasando por el lado le dije que era una persona trans. Me vio la cara de afligido y me dijo que hablaría con el fiscal. Después me dijo que había hablado de mi caso y que me harían el papeleo. Pasadas las 11 de la noche pude salir de la comisaría.

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