Una vida fracturada

Proyecto A.M.A
Proyecto A.M.A.
Published in
3 min readNov 28, 2019
Mauricio Jara

Cuando el Mauricio me iba a buscar se quedaba parado mirando. Le llamaba la atención el abuso de la policía. Los atropellos a personas, los heridos con balines, las golpizas. El Mauri siempre fue bien imparcial. Nunca le interesó la política. Nunca fue a una marcha. Pero cuando venía a buscarme a la Plaza Italia se impresionaba de la violencia. Me decía que estaba bien que la gente se manifestara, porque el sistema siempre te quiere cagar. Pero tenía miedo que me pasara algo. Yo igual pasaba miedo, a veces, pero nunca pensé que él sería el afectado.

Mauricio Jara es mi hermano. Crecimos juntos en la comuna de Lo Prado. Nuestros padres se separaron cuando yo tenía seis años y el Mauri cuatro. De niño era súper tranquilo. Súper casero. Siempre estaba mirando televisión mientras los otros cabros jugaban en la calle. Era el regalón de mi mamá. Estudió en un liceo industrial y en la media trabajaba como empaque en un supermercado. Siempre tuvo objetivos: tener su casa, su auto, conseguir las cosas que no tuvimos cuando chicos.

Cuando salió de cuarto medio se puso a trabajar al tiro. Entró a una empresa de accesorios para vehículos y aprendió a manejar una grúa orquilla. Estuvo ocho años ahí, de bodega en bodega, moviendo cajas, juntando plata. Y hace seis meses había encontrado una pega mejor operando una grúa de containers. Ya tenía su casa. En Cerro Navia. La compró en 13 millones y la estaba arreglando. También había terminado de pagar su auto, y tenía el plan de hacer un curso de inglés porque su sueño era viajar o de radicarse en otro país.

Siempre hemos tenido buena relación. De hecho soy allegada en su casa porque él me recibió con mis dos hijas y mi pareja. Yo antes trabajaba vendiendo bebidas en estadios, en eventos, pero como con el estallido todo eso se fue a pique, empecé a ir a Plaza Italia y puse un puestito. Me tuve que acostumbrar a los gases lacrimógenos y una vez rebotó un balín en mi puesto. Eso al Mauri lo asustaba. Me decía que no fuera más. Pero a mí me estaba yendo bien. Era un buen lugar para trabajar.

Ese día del accidente él me había ido a buscar. Me estaba ayudando a guardar las cosas cuando los pacos se pusieron a disparar lacrimógenas. El Mauri estaba ayudándome a cargar una yegua con mi mercadería, cuando le llegó una lacrimógena en la frente. Pero se acuerda poco de eso. Perdió la consciencia de inmediato.

Cuando despertó del coma, el Mauri no era la misma persona. A veces tiene unos arranques de rabia, se quiere parar, desconectarse de todo y salir de la clínica. Pero después se calma. A ratos es como un niño y en otros momentos está bien, tranquilo, y nos reconoce sin problemas.

Aunque no ha llorado, cuando hablamos de lo que le pasó me dice que tiene pena y rabia, que no entiende cómo lo dejaron así. ¿Y por qué?, ¡si ni siquiera estaba manifestándose por nada! Incluso si las cosas llegan a cambiar, si Chile es un mejor país después de esto, ni siquiera va a tener el consuelo de que valió la pena en algo su sacrificio. Eso es lo más triste. Porque lo más probable es que el Mauri quede con un daño neurológico de por vida. Que nunca más vuelva a ser el mismo.

--

--