10 segundos.
Un análisis sobre el Chico y la Garza, una obra maestra del montaje cinematográfico.
Tras una pausa para contemplar un gran incendio donde las cenizas y papeles quemados se esparcen por un cielo rojo, llega el golpe de sonido que inicia la desesperación y caos causado por las llamas, contado mediante una métrica feroz donde los planos van superponiéndose velozmente. Esto está muy bien representado mediante un ritmo vertiginoso de sombras, luces y personas que junto con la cámara girando causa una sensación de confusión y agonía aun mayor. Todo esto nos transmite la angustia y el sufrimiento del niño que pese a todas las dificultades trata de salvar a su madre, representando el deseo de aferrarse a la vida contra todo pronóstico. Esto sucede mientras el fuego va engullendo todo a su paso y destrozando edificios, frente a los ojos del pequeño.
Diez segundos, tiempo suficiente para sumergir al espectador en la obra y transmitirle todos estos sentimientos. Esto es el resultado de una auténtica obra maestra del montaje cinematográfico, integrando a la perfección los diferentes componentes de la escena y haciéndole llegar al espectador todo lo que el niño está sintiendo en ese momento.
Realiza un montaje armónico sublime, usando los diferentes tipos de montaje para llevar la animación a otro nivel, creando un conjunto mucho mejor que la suma de sus partes por separado. El montaje métrico nos introduce totalmente en la historia, usando el ritmo de los planos para inducir el caos, la contemplación de la misma destrucción o el sentimiento del niño. Por otro lado, el montaje rítmico efectuado con el ritmo giratorio de la escena nos transmite confusión y, de nuevo, caos, mientras que el ángulo desde abajo, viendo como la madre en llamas se alza hacia el cielo, nos transmite la desesperación del niño al ver como se le escapa la posibilidad de salvarla. Lo que le suma mucho esos segundos extras para darle mayor sentimiento a la escena, viendo como poco a poco se aleja sin poder alcanzarla.
A todo esto, se le suma el increíble montaje tonal donde todos los componentes ya mencionados (el movimiento de las llamas, el juego de luces y sombras y las expresiones faciales), le otorgan movimiento a la escena, haciendo de esta una obra mucho más completa y cargada de sentimiento.
Por último, otro ejemplo del montaje intelectual (a parte del que acabamos de mencionar, la subida al cielo como la muerte), sería el propio fuego. A lo largo de la película se aprecia como juega con las perspectivas y la forma de ver las cosas. Al inicio, el fuego significa destrucción y muerte, sin embargo, en el transcurso de la película, la madre fallecida se encuentra viva en un mundo de fantasía como una niña de fuego, representando la vitalidad, energía y valor. Y durante toda la película hace diferentes contrastes como la realidad de la que quiere escapar versus la fantasía donde lo que más quiere se hace realidad, además de muchos paralelismos con su vida.