Algo nuevo bajo el sol (II): el neolenguaje y la precariedad laboral

Miriam Romero Sellamitou
5 min readJan 23, 2020

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Cada día y en cada huso horario unas personas escuchan a otras contar historias sobre su trabajo. Recuerdo perfectamente las anécdotas que mis padres contaban sobre sus trabajos durante la cena. Cuando empiezas a estudiar Psicología cada asignatura se convierte en una especie de método de análisis que te lleva a leer la realidad desde ese prisma. Con el transcurso de las clases y las lecturas de Psicología del Lenguaje, las anécdotas o conversaciones sobre el trabajo de mis compañeros de piso, han tomado un cariz distinto.

Dos de ellos han estudiado Filología Hispánica y ambos terminaron trabajando como profesores de Español como Lengua Extranjera, pero llegaron a ese destino por caminos diferentes. Él fue primero repartidor en una de las grandes empresas que se encargan de llevarte cualquier cosa (literalmente) a domicilio. Ella trabajó primero como becaria en una editorial.

Cuando él trabajaba en dicha empresa sus quejas eran las ya conocidas malas prácticas que estas empresas realizan: trabajar en calidad de falso autónomo, estar todo el día de un lado para otro con la moto sin ningún tipo de respaldo en lo que a seguridad se refiere, etc. Mientras ella trabajaba como becaria en una editorial por un sueldo inferior a tres euros por hora. Sus quejas también son conocidas por todos aquellos que han “disfrutado” de una beca de formación: le pedían saber absolutamente TODO lo que supuestamente allí debería aprender antes de ser contratada y daba todo lo mejor de ella misma para intentar que la contrataran en la empresa cuando el contrato de becaria expirara. Sin embargo, ambos parecían felices pues esos trabajos les permitían no dar un paso atrás: volver a vivir con sus padres.

Los dos dejaron sendos trabajos por uno mejor: enseñar Español como Lengua Extranjera. Tienen convenio, están contratados, el sueldo es mucho mejor que el de repartidor o el de becaria y además, estás trabajando en algo relacionado con tus estudios, algo que a estas alturas agradece cualquiera. De nuevo, ilusión por casa, muchos papeles por todas partes (ninguno de los dos había estudiado nada relacionado con la enseñanza del español como segunda lengua y se pasaban las tardes aprendiendo cómo enseñar el contenido que explicarían al día siguiente). De este año recuerdo que casi ni pasaban por casa. Actividades turísticas que ofrecían sus escuelas, horas extras, jornadas de doce horas. Parecían felices y empezaban a ahorrar. Analizo ahora las conversaciones que empezaron a tener unos seis meses después de empezar a trabajar desde la perspectiva del lenguaje y me aterroriza pensar en las situaciones en las que se vieron envueltos.

En primer lugar, las academias para las que trabajaban eran muy pequeñas y el total de profesores contratados no llegaba a diez. Por supuesto, todos eran jóvenes y tenían cosas en común, así que el ambiente laboral para ellos era bendición y gloria. Si añades a la ecuación que tus jefes son jóvenes y comparten aficiones e ideología contigo, parece que estás en el trabajo de tus sueños. Sin embargo, como decía, unos meses después de haber empezado a trabajar, se dieron cuenta (al fin y al cabo son lingüistas) de algo a lo que ellos llamaron “el lenguaje Google”. La palabra “familia” estaba presente siempre en las conversaciones entre los dueños y los trabajadores y esa palabra convirtió una relación laboral en una relación afectiva; no sólo con sus jefes, también con su trabajo. Iban a reuniones bimensuales en las que se exponían las fortalezas y debilidades de la academia, en la que se repetían una y otra vez las mismas cosas, sin que les pagaran ese tiempo. Si se ponían enfermos, iban enfermos a trabajar porque pensaban en las consecuencias de la falta de un profesor: “no pueden contratar a nadie con la formación requerida para que haga el trabajo que ya está organizado dos horas antes”, “en realidad no estoy tan mal”, “no puedo hacerle eso a mis jefes”. Una retahíla de excusas que respondían a una única realidad: trabajadores con contrato temporal que son despedidos una vez al año (durante al menos un mes y medio) para luego volver a contratarlos (a los mismos profesores) con el mismo contrato con el fin de no hacerlos fijos. Por supuesto, ellos también entendían que no les hicieran fijos porque sus jefes les habían expuesto, como se hace con los hijos, por qué no podían tener a más de un profesor fijo y como buenos hijos entendían la situación de sus padres y echaban una mano en la economía familiar.

El uso de un lenguaje y un comportamiento propios del ámbito familiar en el trabajo se ha convertido en lo que a mi juicio parece la nueva forma de esclavizar a los trabajadores: ellos sienten que tienen un peso sobre sus hombros que no es suyo. Son asalariados pero actúan como dueños de la empresa. Se preocupan más por el conjunto empresarial que por su propia condición de trabajadores. Ambos han dejado este trabajo. Ambos se dieron cuenta de que las horas extras que les pagaban en negro eran incluso más baratas que las que se incluían en contrato, ambos se dieron cuenta de que la relación familiar era tóxica cuando a la hora de ejercer sus derechos como el de ir a huelga o el de baja por enfermedad, las caras de sus jefes cambiaban a las de unos padres defraudados con sus hijos que intentaban hacerles ver que ni la huelga era tan necesaria ni estaban tan enfermos. Por supuesto, sus jefes nunca les obligaron a nada ni dijeron una frase susceptible de denuncia. Conocían bien los límites del lenguaje en el ámbito empresarial: no puedes impedir a un trabajador ir a huelga, pero sí puedes chantajear a tus hijos recordándoles cuán importante es para la familia que un puesto no se quede vacante durante un día por una reivindicación que ni siquiera está relacionada con el ámbito laboral directamente.

El lenguaje siempre me ha interesado porque el qué se dice y el cómo dice mucho sobre las personas. Durante el transcurso de esta asignatura investigué un poco sobre la filosofía del lenguaje y aparecieron en mi pantalla los juegos del lenguaje de Wittgenstein. Fue al leer sobre estos cuando recordé estas conversaciones. Entendí que esta traslación del lenguaje del ámbito familiar al laboral se podría corresponder con una expansión típica de los juegos de mesa (reforzada por esa regresión ad infinitum sobre el significado de la que hablaba el filósofo austríaco) a la vez que se constituía como un nuevo juego del lenguaje al tener un sentido y significado distinto el uso de palabras que se corresponden con otra parcela del léxico. Del mismo modo, también se ajustaba de alguna forma a lo que él llamó Abrichtung: el adiestramiento en el juego, es decir, el aprendizaje del sentido de los conceptos a través de la práctica. Así, el neoliberalismo ha resignificado palabras sumamente conocidas y que tienen por lo general en su base algo positivo para sus propios fines: la precarización del mundo laboral, en este caso.

Dejo un enlace a un artículo publicado en el diario El Salto sobre la situación de los profesores de enseñanza de lengua extranjera y sobre el uso del lenguaje por parte de las instituciones que las reglan, en el que el autor relaciona las grandes empresas neoliberales con las susodichas instituciones:

https://www.elsaltodiario.com/precariedad/profesorado-ele-espanol-lengua-extranjera-kellys-ensenanza

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