CARCAJADAS ENTRE REJAS

Cocostegui
Psicología del Lenguaje — ugr
4 min readNov 18, 2021

Hace semanas que decidí el tema sobre el que escribir, me empapé de la literatura que abordaba la temática, llegué incluso a ver películas relacionadas, pero la idea sobre la que hablar en el blog no surgía. Todo lo que iba encontrando a mi paso me abrumaba más, cada vez mi mente era un ovillo con más nudos y con una hebra inexistente de la que tirar. Llegó el día en el que me obligué a plantarme frente al ordenador para redactar, aunque fuera un pequeño planteamiento de idea, pero me quedé totalmente bloqueada. Tras una hora escribiendo y borrando ideas, me levante de la mesa buscando algo de distracción que pudiera destensarme, ¿y a qué recurrí? Pues a lo de siempre, al humor. Ahí se me encendió la bombilla.

Vivo sumergida en la comedia, mis ratos libres los paso consumiendo contenido audiovisual de humor, y no solo es un entretenimiento, es mi forma de vida, utilizo el humor de forma continua en mi comportamiento y en la manera de expresarme, la ironía es el pilar básico que utilizo en la interacción con los demás. Pero esto me ha llevado a situaciones un tanto conflictivas, en las que con intención de hacer reír a mi interlocutor, la que ha acabado con la cara roja, y no de reír precisamente, he sido yo tras una reprimenda. Pero si yo buscaba sacar una sonrisa, ¿qué ha fallado? ¿yo no me he expresado bien? ¿la otra persona no me ha entendido? o ¿no era ni el momento ni el lugar para cierto tipo de comentarios? El siguiente video de la campaña de Navidad de Campofrío creo que ejemplifica bastante bien las situaciones a las que me refiero, y con el que muchas veces me siento identificada.

Todo esto lleva a plantearme: ¿tiene límites el humor? ¿cuáles son?

El debate sobre los límites del humor, principalmente el del humor negro, sale a la palestra en los medios de comunicación cada cierto tiempo, y las opiniones son múltiples y variadas. Muchos opinan que al campo no se le pueden poner puertas, mientras que otros comentan que hay ciertos temas de especial gravedad social sobre los que no deberían hacerse humor.

Aquí os muestro diversas opiniones al respecto:

Darío Adanti: “El humor es un género de ficción y la ficción debería ser, para nosotros mortales, ese lugar sin límites.”

Algo más mordaz se muestra David Broncano en el siguiente monólogo:

Una opinión a favor de la sí existencia de los límites del humor es la que muestra Euprepio Padula:

Por último, Quino en el siguiente fragmento de la rueda de prensa de los premios Príncipe de Asturias comenta su imposibilidad de bromear ante ciertos temas:

Las opiniones, todas respetables, difieren muchísimo, por lo que el debate es imposible que llegue a un acuerdo común, pero si he encontrado un punto de unión entre todas ellas: la importancia del contexto.

Una broma puede ser desternillante en una situación específica, pero en otro momento puede caer como un chorro de agua fría. Los cómicos al hablar del contexto, principalmente lo hacen refiriéndose al discurso general en el que ese chiste se cuenta, y de la importancia de no extrapolarlo. Pero yo creo que hay que ir mucho más allá, el contexto no es únicamente lo que se dice antes y después de la broma, el contexto es la situación presente, pasada y futura de cada uno de los oyentes. Las variables que intervienen en que algo te haga gracia o no son múltiples, pero la cercanía con respecto a lo que se bromea es de las más sobresalientes. Por ejemplo, en el humor negro se utilizan de manera reiterada tragedias como genocidios, asesinatos, terrorismo… de manera que una broma sobre un acto terrorista de hace 50 años puede hacerme gracia, pero si es sobre un suceso de la misma índole ocurrido hace poco, este lo puedo percibir como de absoluta crueldad, y sin embargo, otra persona que sí viviera ambos sucesos, es probable que en ningún caso encuentre el matiz cómico. He ahí la cuestión: la importancia del contexto personal.

El debate está abierto, pero creo que es imposible no ofender nunca a nadie con alguna broma. Unas de las posibles soluciones que veo es que ante la imposibilidad del control y conocimiento absoluto de los contextos idiosincráticos de cada receptor, es que individualmente se ejerza la libertad de cambiar de canal o de dejar de escuchar a un humorista cuando lo que se dice ofenda.

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